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Rihia

- Bienvenidos al clan Huyuticaya.

De los tres pares de ojos que se alzaban sobre mÍ, dos de ellos pronto se desviaron a mis espaldas. A mis amigos... sus hijos.

Ni Neytiri ni Tonowari se molestaron siquiera en intercambiar una sola palabra conmigo, ya que corrieron, como si el mismísimo diablo los persiguiera, al encuentro con sus hijos.

- Oél ngáti kámeie. - habla el único de los tres que aun quedaba frente a mí.

- Káme ngát, Jake.

Un corto silencio se interpuso entre ambos, uno que pereció ser suficiente como para que Jake reparara en mis atuendos; para que dedujera quien era yo.

- Una guerra se avecina. - es lo único que digo, esperando así poder darle fin a aquel silencio ya no tan corto.

- Lo sé. - una pausa. - Lo sabemos. - mueve la cabeza dirigiéndola a los adultos a mis espaldas.

- Ma' Tsahik. - la segunda al mando irrumpe en la galería. Puedo percibir cierta confusión en su rostro, pronto se disipa al ver mi relajada postura. - Peya alo.- (Es la hora.)

Mis ojos vuelven al macho frente a mí, sus ojos estaban fijos en mí, expectante, esperando...

- Ronal esta ahí fuera. - habla de pronto. - Con algunos de sus mejores guerreros consigo.

- ¿Cuantos? - hablo, y algo similar a la esperanza se acumuló en el centro de mi pecho.

- Unos cien. - responde, bajando su mirada, un gesto que tan familiar me resultó, tan común en 'teyam... un gesto que a su vez no daba lugar a dudas, el abatimiento era más que obvio.

- No son suficientes. - digo, mi voz gélida otra vez, sin ápice alguno de la esperanza que albergaba segundos atrás.

- Lo sé.

Neteyam

- Mamá... - mi voz se rompe y mis piernas corren, realmente no sabía como lo hacían, pero estaba completamente seguro de que si paraba probablemente caería bajo mi peso, incapaz de mantenerme en pie.

- Ma'teyam. - dice mamá abrazándome fuerte, aferrando sus brazos a los míos, hundiendo su pelo en mi cara... lágrimas rodaban por mis mejillas a la vez que sonreía contra su pecho.

Mamá.

No tenía ni idea de cuanto se supone que había durado el abrazo, bien podrían haber sido unos pocos segundos, bien podrían haber sido horas... Pero durante ese instante solo éramos ella y yo, sus lagrimas y las mías, los latidos de su corazón y los míos...

- Lo siento. - susurro cerca de su oído. - Lo siento, lo siento, lo siento...

- ¡Hey! - dice apartándose hacia atrás para poner una de sus manos sobre mi mejilla; ese contacto, de alguna manera, consiguió transportarme a aquellos tiempos de paz, de felicidad, esa infancia que ahora se me antojaba tan lejana. - Esta bien. - con su otra mano acaricia con delicadeza mi pelo. - Todo esta bien, mi pequeño.

Entonces todos esos recuerdos vuelven a azotarme de nuevo, esta vez tan bruscos como una gran tormenta, y vuelvo a abrazarla una vez más, vuelvo a llorar otra vez sobre su regazo... de la misma forma en la que lo hacia cuando no era más que un niño.

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Rihia

- Llévalos al punto de encuentro. - ese par de ojos casi rosáceos asintieron ante mi orden.

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Neteyam

Con cada paso me adentraba un poco más en aquel laberinto sin fondo.

A la derecha, derecha, ahora izquierda, derecha otra vez...

Apenas veía algo en los tramos más oscuros de aquellos pasadizos, respirar incluso se tornaba una tarea complicada al atravesar los tramos más estrechos.

Izquierda, derecha, izquierda...

Ni siquiera había podido ver cual era el primer cruce que Rihia había tomado al desvanecerse, en silencio absoluto de la gran galería central. Era más que probable que hacia veinte bifurcaciones que ya me había perdido, pero de alguna manera... sentía que debía seguir el camino que llevaba, debía tomar las intersecciones que tomaba... no había ningún sentido que me guiase, ni el olfato, ni la vista... no. Era algo completamente distinto, primitivo, tan antiguo como la gran madre incluso... algo que confiaba que me llevase hasta ella.

Sentía, sentía, sentía... y de pronto, dejé de sentir.

Mis pasos se detienen, y mi corazón parece tropezarse con sus propios latidos al encontrarme con que acababa de llegar a una nueva galería. Esta era pequeña y acogedora, con una fogata en su interior encargada de iluminar y calentar la estancia. Las paredes rojizas dejaban entrever todo tipo de armas y armaduras, custodiadas por los rezos y oraciones tallados en sus paredes.

En la pared opuesta a la que estaba examinando, descansaba una ornamentada e imponente espada, hecha probablemente de marfil, perfectamente pulida, minuciosamente afilada. Un pequeño escalofrío recorrió mi columna vertebral.

- "Kxutu te kxutu" - una voz a mis espaldas consigue sobresaltarme. - Ese es su nombre. - ese par de ojos violáceos encuentran los míos. - Enemiga de enemigos.

Sus ojos brillaban mientras pronunciaba aquellas palabras, su pelo, ahora completamente recogido en varias trenzas y una coleta alta, parecía tener vida propia, luz propia bajo los débiles destellos del fuego a nuestras espaldas.

- Es tan antigua como la tierra, el mar y el aire; tan letal como la muerte. - su cabeza ahora estaba inclinada en dirección al arma. - No hay leyenda más antigua que ella, es realmente sagrada para nuestro pueblo. - explica.

Yo no podía hacer más que escuchar sus palabras atentamente; la forma en la que su boca se curvaba al pronunciar cada palabra, el ritmo de cada pestañeo que daba, la forma en la que su largo pelo caía tras sus hombros...

Ella parecía no poder separar su vista de su sagrada espada, y yo no podía separar la mía de ella.

Yo sabía que ella me gustaba, de hecho era algo que siempre había sabido, incluso aquel primer instante en aquel bosque... claro que entonces ni siquiera sabia lo que era el amor, pero había algo en ella... era simplemente distinto.

Con el tiempo me fui enamorando de ella, sus acciones, sus palabras, su forma de pensar, su belleza... Y para cuando quise darme cuenta, ya la amaba. La amaba de sobremanera, tanto que había noches en las que no conseguía conciliar el sueño, por la única razón de pensar en ella; en su tacto, en su voz, en su respiración, en ese exquisito olor...

Pero ahora que la tenía frente a mí, ataviada en esas ropas de guerrera que la hacían parecer tan... adulta, tan poderosa. No. Lo que yo sentía ya no era ni atracción, ni amor, tampoco cariño... era algo más; muchísimo más. Dudo siquiera que llegara a existir un palabra en todo este planeta que fuera capaz de describir lo que yo sentía ahora mismo, podría... sí, podría arrodillarme en el suelo frente a ella y rezar durante siglos como si ella fuera la única diosa existida y por existir, podría enfrentar a ejércitos de vivos y muertos por ella, soportaría cualquier tortura, por muy dolorosa que fuera, solo por ella, moriría si eso fuera necesario... todo y solo por ella.

De pronto sus manos se alzan y dan con el canto de la majestuosa espada frente a nosotros, el mundo bien podría haberse parado; de hecho yo mismo deseaba que eso hubiera ocurrido, que el mundo se detuviera y nos diera tiempo, que retrocediera a aquellos días y noches junto a ella, esos en los que lo único que me preocupaba era su felicidad. No la guerra que se alzaba sobre nosotros, no las muertes que esta traería.

Tiempo, yo rogaría por tiempo; por más tiempo a su lado, por una eternidad junto a ella.

Pero verla empuñar esa espada, su expresión decidida y a su vez pensativa...

- No tenemos porque hacer esto. - entonces consigo captar su atención.

Tanhì Taw ( Neteyam Sully )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora