Capítulo 9

53 5 1
                                    

Cuando tenía 10 años...

Llegó uno de los días más tristes de mi vida. Aunque para mi yo de hace diez años, fue el peor día hasta entonces, después de todo había tenido una infancia feliz. Y si miro hacia atrás, la sigo recordando como tal.

Por mucho que mis padres intentaron protegernos de todo, hay cosas que no pudieron hacer.

Como decirle adiós a Finn.

Hacía meses que lo habíamos notado decaído. Apenas quería moverse, le costaba andar... y realmente era algo normal, al final, tenía 18 años. Mucho más de los que esperábamos y de la media en su raza.

Finn había sido mi primer amigo por detrás de mis hermanos. Siempre nos había acompañado en todos nuestros momentos, desde que compartía mi comida con él cuando no me gustaba hasta cuando nos íbamos de vacaciones a cualquier sitio. Siempre nos acompañaba y claro, la unión de todos con él era inquebrantable.

Hasta que se murió.

Papá vino esa mañana a decirnos que Finn se había ido al cielo con los demás perros. Y aunque había estado en negación, era algo que me esperaba. La noche anterior, los cinco lo habíamos colmado de mimos, porque lo habíamos notado más apagado de lo normal.

—Se fue mientras dormía, no sufrió. —Nos dijo mamá mientras nos abrazaba a los tres.

Mi padre se había encargado de llamar para que lo incineraran y estábamos a la espera de que nos llegaran las cenizas. Algo que apenas me di cuenta y con el tiempo hice, es que cuando perteneces a una familia famosa, no tienes que esperar por las cosas. Te las suelen dar sin más. Mis padres siempre nos han intentado enseñar a esperar y a pelear por lo que queremos, sin regalarnos nada. Pero a veces, como en ese momento, tiene sus ventajas. Porque en pocas horas nos traerían sus restos y podríamos despedirnos de él como se merecía.

— ¿Alguno quiere dedicarle unas palabras? —Preguntó mamá mientras le limpiaba las lágrimas a Max, quien la abrazaba fuertemente.

—Yo. —Dijo mi hermano.

— ¿Y vosotras?

Yo negué con la cabeza. En aquel momento no sabía siquiera qué decir y después con el tiempo, me di cuenta de que cuando hablamos en un funeral no es tanto para esa persona como para los demás. Y todo lo que quería decirle a Finn se lo había dicho, cuando le daba premios, cuando lo acariciaba, incluso cuando me lo metía en la cama. Finn siempre había sabido lo querido que era.

Miré a mi hermana esperando una respuesta, pero Elle simplemente negó como yo. Apenas había llorado, la cara la tenía seca. Pero que no llorara de cara a nosotros no significaba que no lo hubiera hecho. En la madrugada escuché sus sollozos, pero ella siempre había sido así, casi incapaz de mostrar algún tipo de emoción que no fuese el de alegría. Y a veces ni siquiera ese.

Con el tiempo empezó a abrirse más y a permitirnos conocer sus emociones, pero por aquel entonces era casi como una pared. Y hasta que comenzó a abrirse pasó bastante, pero después volvió a cerrarse en banda. Con suerte, más con la gente que acababa de conocer que con aquellos que conocía desde siempre. Cosa que creo, todos agradecemos. Lo que pasó para volver a cerrarse sigue siendo una especie de misterio, entre que no la veo tanto como me gustaría y que es algo de lo que nunca quiere hablar... Quizás cuando se sienta preparada, lo haga. Quizás a nosotros no. Quizás cuando llegue la persona indicada. Quizás, quizás, quizás...

—Papá, ¿y tú? —Preguntó mi hermana con un hilo de voz.

Mi padre se la atrajo a su pecho y la apretó contra él.

— ¿Quieres?

Elle solo asintió.

Mientras seguíamos todos abrazados, porque a mi familia le encantan los abrazos, no podía evitar pensar en que faltaba algo. La casa estaba más vacía. Era como si sobrara espacio. Y no me gustaba esa sensación.

Es curioso que diez años después, aunque ha pasado todo este tiempo, una parte de mí sigue notando ese espacio.

Mamá nos sirvió el desayuno cuando ya nos dolían los brazos y los ojos de tanto llorar. Apenas comimos y fue mayormente obligados por ella y por papá. Siempre han estado muy pendientes de que comamos todo, y años más tarde, puedo decir que aunque en aquel momento me parecían unos pesados, ahora lo agradezco. Porque notaron las alarmas cuando nosotras ni siquiera éramos conscientes de lo que estaba sucediendo.

Llamaron a la puerta y papá vino con la urna donde se encontraba nuestro fiel amigo.

— ¿Dónde queréis que lo echemos?

—En el jardín, por detrás de la piscina, donde celebramos siempre nuestros cumpleaños. —Dije.

— ¿Estáis de acuerdo?

Mis hermanos asintieron.

—Bien, ahora vestíos, que tenéis que despediros de él.

Los tres asentimos y nos fuimos a vestir. Desde que habíamos empezado a ser más independientes, mis padres nos habían dejado la libertad de escoger nuestra ropa, asignaturas, materiales, incluso tener cada uno un dormitorio propio. Pero Max había decidido que teníamos que seguir durmiendo juntos, así que, aunque cada uno tenía su dormitorio donde estudiábamos, nos vestíamos y demás, para dormir compartíamos cuarto. El mismo en el que nos habíamos quedado cuando éramos bebés.

— ¿Qué te vas a poner? —Le pregunté a Elle.

—La camiseta azul que me cogía para morder. ¿Y tú?

—No lo sé, voy a mirar algo tenga así también.

Asintió y cada uno marchó a vestirse con algo que le recordara a Finn, por insignificante que fuera. Cualquier cosa que nos hiciera sentir más cerca de él.

Una vez que todos estuvimos listos, nos dirigimos al sitio donde yo había dicho minutos antes.

Mi madre apretaba a mi hermana contra su pecho, yo algo más alejada miraba sin parar a mi padre y a mi hermano que juntos comenzaban a hablar. No me enteraba de lo que decían, tampoco es que quisiera prestarles atención. Solo miraba cómo ambos emocionados intentaban despedirse y consolarnos a las demás que no sabíamos qué hacer.

Habrá gente que dirá que era un animal. Que hay cosas peores. Que no se merecía nada de esto. Pero cuando tienes diez años cualquier cosa te parece un mundo. Y ahora, diez años después, sigo pensando en qué he querido a mi perro más que a muchísimas personas que han pasado por mi vida. Así que quizás fuimos algo dramáticos, pero Finn se lo merecía.

Mi padre y Max cogieron las cenizas y empezaron a echarlas en dirección al viento y entonces noté una mano en mi hombro. Miré hacia al lado y ahí estaba Roderick dándome su apoyo en silencio, porque él nunca ha sido de muchas palabras.

En aquel tiempo nos llevábamos bien, me ayudaba cuando quería librarme de las travesuras de los mellizos, y el notar su apoyo hizo que mi hombro sintiera una especie de calor que ahora podría decir que no he logrado olvidar del todo y eso que el contacto entre nosotros es prácticamente nulo.

Me giré contra él y apoyando la cabeza en su pecho, porque siempre ha sido más alto que yo, decidí sacar todas las lágrimas que tenía contenidas.

Sé que detrás estaban Gabe y sus padres.

Pero el que se acercó a mí no fue mi mejor amigo, sino su hermano.

Ese fue uno de los pocos momentos que más tuve con él.

Porque tres años más tarde, todo comenzó a cambiar.

Tanto, que de lo fue a lo que es ahora parece que ha pasado una vida entera.

Tanto, que de lo fue a lo que es ahora parece que ha pasado una vida entera

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Entre los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora