Capítulo 68

40 1 1
                                    


Me despierto, si es que puede llamarse así a lo que me acaba de pasar, bastante aturdida. Estoy sentada en una de las sillas de Roderick, pero solo estoy atada por la cintura. O eso creo. Tampoco es que tenga mucha fuerza ahora mismo de comprobar más movimientos.

Me duele la cabeza una barbaridad.

Todo está a oscuras menos una lámpara en una de las mesitas del salón.

Lo que no sé es quién me ha hecho esto.

Espero que el gatito esté bien, quizás por eso la persona que lo ha encerrado lo ha hecho. Tal vez ha pensado en el animal... que no en mí. Pero bueno, algo es algo. El pobre está bien que es lo importante.

Yo por otro lado... creo que me va a salir un chichón enorme en la cabeza y creo que he sangrado un poco, aunque no demasiado porque no noto haber goteado nada. En cuanto a la frente... eso me duele bastante, supongo que al caer tuvo que ser de cara al suelo.

Genial, probablemente tenga dos chichones. Uno en la cabeza y otro en la fiebre.

Y eso que todavía ni me he movido para comprobar si algo más está mal conmigo y que todavía no se me ha pasado esa especie de adrenalina que suele tener uno cuando su cuerpo ha tenido un golpe grave.

No quiero ni pensar cómo estaré mañana.

Bueno, si es que llego a mañana porque no sé nada.

Intento enfocar bien la estancia. Porque, aunque sé que ha cogido la lampara pequeña del salón, estoy bastante segura de que no estoy en el salón sino en una de las habitaciones que Roderick no usa.

Lo que puede ser tanto bueno como malo.

Por un lado, si estoy en una de las del fondo del apartamento, no creo que se me oiga si grito, por otro lado... no tengo ni idea de si hay cosas aquí que pueda usar para intentar liberarme.

Quiero decir... todas las habitaciones de Roderick tienen cosas porque el chico podrá ser todo lo ordenado que uno quiera, pero de trastos tiene un montón. Y lo peor es que suele quejarse de mí, de que soy yo la que tiene las cosas... pero bueno.

La situación es que él tiene muchísimos trastos, repartidos por todas las habitaciones que no usa. Lo mismo esto puede ser un intento de gimnasio con tres máquinas mal repartidas que la habitación llena de cajas con no sé qué cosas de su anterior mudanza.

Porque no es que el muchacho se haya mudado poco. No, esta es su tercera vivienda. Sin contar con la de sus padres en las que ha vivido. Y eso que él solo ha jugado con el equipo de aquí desde siempre.

Es decir, no puede quedarse quieto.

Intento enfocar bien donde estoy, porque la lámpara es muy tenue y apenas ilumina la puerta que está cerrada. Por lo que puedo notar, creo que a mi izquierda hay un colchón, pero no parece haber ni colcha ni cojines ni nada. Y creo que en mi lado derecho hay como cajas, pero no estoy segura.

Intento moverme con la silla dando como saltitos, pero entre que no veo, estoy atada y en una silla... los movimientos son mínimos.

Y encima algo ruido.

Automáticamente dejo de moverme en el momento en el que escucho cómo se abre la puerta.

Mi corazón me va a mil por hora.

Antes tenía miedo, pero ahora mismo estoy aterrada.

No sé quién es porque no veo nada.

Noto cómo un sudor fío me baja por el cuello.

Creo que incluso estoy temblando.

Noto su mirada sobre mí, pero no soy capaz de reconocerlo. Su perfil apenas está iluminado por la lámpara.

—Hola, Evie.

Chris.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Entre los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora