Capítulo 39

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Cuando tenía ocho años...

No puedo creer haberme subido a este árbol yo sola. En la vida se me hubiera ocurrido, pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas y esta ha sido una de ellas.

Mis hermanos llevan todo el día detrás de mí queriendo pegarme una cola de burro de tela que mi padre ha traído. ¿El motivo? Ni idea, pero parece ser que le parece gracioso eso de ver a los mellizos detrás de mí para intentar pegarme eso. Porque sí, en temas de juegos suelen unirse contra mí. Y no es porque se prefieran, sino porque "son más mayores", y por tanto, según su lógica deben atacarme a mí.

Así que aquí me encuentro. Subida en la rama de un árbol, con miedo a bajar y con Finn mirándome atentamente. Intenté subirlo conmigo, pero está bastante regordete y me ha sido imposible escalar con él.

Me mira triste hasta que aparece la sombra de un pájaro y va detrás de él en un intento por cazarlo. Así es él, le gusta abandonarme en los momentos más inapropiados... aunque mirando el lado positivo al menos ya no se percatarán de que estoy aquí.

O eso espero.

Me paso las manos por las piernas y me doy cuenta de que me he hecho un agujero en el pantalón, concretamente en la rodilla. Genial, ya estoy escuchando a mamá decirme que tengo que tener más cuidado. Si tan solo supiera que esto es casi de vida o muerte.

Veo a mis hermanos correr por el jardín en mi búsqueda, pero no parecen verme.

Suspiro aliviada.

— ¿Dónde se ha metido? —Pregunta Elle.

— ¡Y yo que sé! No nos hemos separado, ¿cómo esperas que lo sepa?

A pesar de que están algo lejos puedo escuchar sus gritos y ver sus gestos. Como el que acaba de hacer mi hermana, poniéndose las manos en la cintura.

— ¿Pero a lo mejor la has visto?

—Pues no.

Max pasa de largo y sigue buscándome. Mi hermana termina yendo detrás.

Siempre me ha parecido que tenemos una casa demasiado grande con un jardín aún más grande, pero en momentos como este en el que jugamos al escondite me hace agradecer que mi padre sea bastante exagerado.

Porque sí, cada vez que nos quejamos de que tenemos que ir a la otra punta de la casa por algo que se nos ha olvidado, mamá recalca que las culpas se las echemos a papá porque fue quién compró la casa.

Supongo que porque ella estaba demasiado ocupada fabricando a mis hermanos.

Porque sí, en el colegio nos han explicado cómo se crean los niños en los vientres y creo que me he traumado para toda la vida. No quiero tener hijos, aunque mamá me ha dicho que soy demasiado pequeña para pensar así.

En parte tiene razón, no me ha venido ni la regla.

— ¿Qué haces aquí, pequeñaja?

Del susto que me ha entrado casi me caigo y Roderick me sujeta para mantener mi equilibrio.

Aunque ya ha pasado el momento pongo los ojos en blanco porque ahora le ha dado por llamarme así. Cómo si él fuera mucho más mayor que yo.

— ¿Cómo has subido? ¿Y cómo me has visto?

Roderick lleva el típico pelado de todos los chicos, una especie de flequillo mal hecho hacia el lado que no le queda mal porque es guapo, pero mi hermano lo lleva y le queda fatal, aunque no se lo digo. Se pensaría cosas extrañas y estoy cansada de que mis amigas me pregunten por él como para encima darles ideas raras

Entre los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora