Capítulo 32

47 3 0
                                    

Mentiría si dijera que la vuelta a casa ha sido genial, que no sentí añoranza por mis vacaciones y que la vuelta a la rutina ha sido lo mejor. Sinceramente, ha sido una mierda. He ido a no sé cuántos sitios en una semana, tengo que entregar no sé cuántas redacciones. Si no me hubiera quitado las prácticas el año anterior, ahora mismo tendría que añadir eso a todo lo que tengo que hacer.

Me recojo el pelo en un moño deshecho en lo que empiezo a escribir. Debo terminar al menos una de las redacciones, y mañana en el avión de camino a Paris, adelantar lo máximo posible de la siguiente. Por suerte hasta el día siguiente no empiezo con las sesiones fotográficas.

Cuando estoy terminando ya de acabar esto, abren la puerta de mi cuarto.

—Mira, si está aquí la ermitaña. —Dice mi padre apoyado en el marco de mi puerta con mi madre al lado.

—Ermitaña pero responsable. —Contesto enseñando mi ordenador.

— ¿Cómo vas? —Pregunta mi madre sentándose en mi cama.

—Bien. —Respondo terminando el último párrafo.

—No entiendo lo que dice ahí. —Comenta mi padre de repente al lado mía asustándome.

— ¡Papá! —Le regaño.

Termino de repasar lo escrito y guardo el documento.

— ¡Fin! ¿Contento?

—No, porque no lo entiendo.

Me giro hacia él.

—No tienes que entenderlo tú, mi profesora sí.

—Ahí te ha pillado.

—Bueno, ¿qué queréis?

—Vaya, gracias. —Responde papá—. ¿Has visto, Amber? Los criamos, les damos de comer, los apoyamos, y así nos tratan.

Mi madre niega con la cabeza mientras intenta aguantarse la risa.

— ¿Tienes preparado todo para mañana?

—Sí, la maleta ya está hecha. —La señalo con la mano ya que está en el suelo, al lado del armario.

—Vamos a ir al cine que han sacado una comedia romántica que tu madre me obliga a ver, ¿quieres venir?

—No te he obligado, eres tú el que me ha soltado la indirecta sobre ella.

—Con tantas historias románticas, cómo para que no se me pegue.

Ambos se miran sonrientes, aunque mi madre termina por poner los ojos en blanco. Se hace la dura, pero todos sabemos que es una fachada.

—Pues... —Justo antes de aceptar me suena el móvil y lo cojo.

Roderick: ¿Te vienes?

Mis padres me miran expectantes, pero por mucho que he intentado aguantar la sonrisa, creo que no lo he hecho bien porque mi madre me mira con curiosidad y mi padre... bueno, mi padre está revisando la maleta y creo que no se ha dado cuenta de nada.

—Te perdimos, ¿no?

Me muerdo el labio y asiento.

—Bueno, Jake, nos vamos.

— ¿No vienes? —Pregunta mi padre dolido.

—Le han surgido otros planes.

— ¿Con quién?

—Con unos amigos.

—Evie —dice mi padre—, no tienes amigos.

Abro la boca sorprendida.

Entre los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora