Capítulo 10

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Pasan varios días en los que gracias a la vida puedo dedicarme a estar tumbada y no hacer nada porque ¡aleluya! acabé todos los trabajos. Así que aquí me encuentro tumbada en el sofá con mi querida madre viendo una comedia romántica en la que aunque es predecible, me gusta ver para despejarme y no pensar en aquella noche de Halloween con cierta persona a la que no he vuelto a ver desde que apareció por casa.

Mi madre vuelve a estornudar. Lleva todo el día así.

— ¿Mamá, estás segura de que no quieres que te vea el médico?

—No hace falta, es un simple resfriado.

—Pero tienes la nariz roja, los ojos acuosos, antes te dolía la cabeza... —comienzo a numerar todos los síntomas hasta que comienza a mirarme mal para que me calle.

—Estoy bien.

— ¿Papá lo sabe?

Me mira mal pero cuando va a hablar para decirme que me calle porque aunque no me lo ha dicho, la conozco lo suficiente como para saber que va a mandarme a la mierda pero de forma delicada, alguien la interrumpe.

— ¿Sé el qué?

—Mierda. —Murmura mi señora madre que sigue prohibiéndonos decir palabrotas, aunque todos seamos ya mayores de edad.

— ¡Mamá! —La regaño.

— ¡Amber! ¿Qué ha sido eso?

Mi madre me mira mal y yo no consigo ocultar la sonrisa de mi cara.

—Nada.

— ¿Qué es lo que no sé?

Intento hablar, pero mi madre me interrumpe antes de yo poder decir nada.

—Nada. —Entonces estornuda de nuevo.

— ¿Estás bien?

—Que sí. —Pero le entra un ataque de tos.

— ¿Estarás bien para mañana?

— ¿Qué tenéis mañana? —Quiero saber.

—Nos han invitado a una gala de... no lo recuerdo, pero el caso es que se supone que tu madre y yo íbamos a ir. ¿Esto significa que ya no tenemos que ir? —Mi padre intenta ocultar la alegría por saltarse la gala.

—Vamos a ir. —Le contesta.

— ¿Segura?

—Es un simple resfriado.

— ¿Y no puedes fingir lo suficiente para no ir?

Comienzo a reírme y miro a mi madre que lo mira mal, pero su labio le tiembla y sé que eso significa que está intentando contener la risa.

—Jake, nos comprometimos a ir y no podemos decir un día de antes que no vamos a ir. No es profesional —mi padre intenta interrumpir—, y no estoy tan mal como para no ir. Y no hay nada más que decir.

Mi padre asiente y se sienta a su lado. Le pone la mano en la frente.

—No tienes fiebre.

—Te lo he dicho.

Con el brazo le rodea los hombros y se la aprieta al pecho. Me los quedo mirando durante unos segundos pensando en la de tiempo que llevan juntos y cómo están tan enamorados como el primer día. Mis padres siempre nos han contado cómo se conocieron y los cinco años que estuvieron separados. Creo que tienen la esperanza de que cuando conozcamos a "esa persona" no cometamos los mismos errores que ellos. Y mentiría si dijera que una parte de mí no desea encontrar algo como el de ellos.

Entre los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora