Ella no es de embriagarse, pero ella bebe.
Ella no es de apostar, pero ella juega.
Ella no es de ir a fiestas, pero ella baila.
Ella no es de enamorarse, pero ella enamora.
Ella es muy buena con las armas, por ende ella asesina.
Ella no cree en el d...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Pero para jugar con elegancia y precisión hay que saber mucho y ser capaz de utilizarlo
Rush
Habíamos volado diez horas. Diez malditas horas, llegando a Berlín a las seis de la mañana para que unas camionetas, bajo las órdenes de Sigmund, nos esperaran afuera del edificio donde tenía mi penthouse veinte minutos después de que nos plantáramos en el lugar para poder relajarnos un poco, y nos llevaran a Steglitz-Zehlendorf, donde quedaba la villa de Sigmund.
El viaje desde mi pethouse hasta la villa de la cabeza de la mafia alemana quedaba a tan solo veinte minutos, por lo que el trayecto no fue tan largo. Cuando llegamos a la entrada de villa me percaté de que nada había cambiado desde la última vez que pisé el lugar.
La reluciente villa aún seguía revestida de blanco que, con sus fachadas subdivididas y sus cuatro características torres angulares, continuaba desafiando con elegancia cada casa que estuviera a un kilómetro a la redonda.
La villa era de una belleza atemporal que daba muestras de actitud, y con sus proporciones simétricas clásicas, encajaba con naturalidad en la tradición de las villas burguesas, desde Karl Friedrich Schinkel hasta Hermann Muthesius y Peter Behrens.
Conocía muy bien las cuatro características torres angulares de la villa que se erguían a la vista. Ellas albergan cuatro habitaciones, cada una con su propia escalera, baño privado de mármol y amplia terraza en la azotea, que tiempo atrás, le había dado uso a cada una de ellas con mujeres de las cuales ya no recuerdo sus nombres por los efectos del alcohol y los años.
Cinco hombres armados nos escoltaron hacia el interior de la villa. Mientras pasábamos por los jardines que conectaban a la perfección con la belleza natural de un parque, de soslayo advertí a Harrison quien mantenía su expresión neutra desde que salimos del penthouse.
Ver a Harrison en mi piso había sido un completo choque. Ni siquiera mis hermanos habían estado ahí y que el jefe de mi novia se pusiera a detallar cada parte de mi piso mientras colocaba gestos en su cara, no era exactamente lo que esperaba.
Aun así, él decidió tomar los diez minutos que nos quedaban antes de que los hombres de Sigmund se aparecieran abajo, para tomar una ducha rápida. Decidí hacer lo mismo, así que me largué a la habitación principal y tomé la ducha más corta de la vida.
Cuando salí a la sala del todo ya vestido, me sorprendió ver a Harrison con un traje diferente.
—¿Revisaste los armarios? —Le pregunté al verlo sentado en el sofá marrón con su usual semblante inexpresivo.
Eso lo había hecho resoplar por la nariz.
—¿Crees que tengo tiempo para eso? —La mirada que optó por dedicarme me hizo sentir estúpido—. Bien puede que esta no sea mi casa, pero tengo gente aquí. Ordené que me trajeran lo que necesitaba.