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Me encanta el juego, pero mi oscuridad exige su precio

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Me encanta el juego, pero mi oscuridad exige su precio

Arabella

Noviembre 19, día ocho.

No ha pasado mucho desde que estoy aquí. Todo se siente diferente, extraño, y la gente se mueve de una manera que no reconozco ni confío. No me gustan.

La doctora me dio esto hoy para que me distrajera, para que "escribiera lo que siento". Al principio, se lo lancé, no quería saber nada de lo que me ofrecía. Pero ella me prometió no leerlo, así que aquí estoy.

Justine, ¿no? Creo que ese es su nombre. La doctora. Me pareció tediosa al principio y lo sigue siendo, especialmente cuando me dijo que mañana empezaremos con un nuevo tratamiento. Mencionó algo sobre sillas, pero no presté atención. No me importa. Lo que sí sé es que a mi sombra no le gustó. Sentí su urgencia, su deseo de protegerme. Tuve que retenerla para que no la matara.

Es tediosa, sí, pero hay otra razón. La otra, la que estuvo conmigo antes de llegar aquí, me pidió que me comportara. No me gustaría ver otra vez esa mirada extraña en sus ojos, esa mirada con agua que no entiendo pero que me incomoda. No quiero ver eso en ella, ni en las otras personas que me abrazaron y lloraron cuando me vieron. Tampoco quiero que se me acerquen de nuevo. Me tocan, me invaden, y no lo soporto.

Dejé que la doctora me abrazara de nuevo solo porque me trajo ropa y me echó agua sin permiso. Es confuso. No entiendo por qué lo hizo ni por qué permití que lo hiciera. Mi sombra me decía que era un peligro, pero algo dentro de mí me detuvo. Sigo sin entender por qué.

Noviembre 21, día diez.

Necesito salir de aquí. Ya no puedo soportarlo más. Sé que la otra me pidió que me comportara, pero no puedo más, y a ella tampoco, desde que llegué aquí, es que la hubiese visto otra vez. Ella me dejó sola, con todos ellos, así que no hay nadie que pueda decirme algo. Escribiría que no pueden detenerme tampoco, pero es mentira. No puedo salir de estas cuatro paredes de nuevo.

Los únicos que veo son los pies que pasan del otro lado, la doctora y el hombre de cabello blanco que siempre aprovecha para gritarme cada vez que puede. Su voz me irrita, me hace querer arrancarle la garganta. Pero no lo hago. Aún no sé por qué. Lo que sí sé es que llegará el momento en que lo haga, mientras, mi sombra seguirá alimentándose de su odio hasta que llegue el momento adecuado.

Hoy vino el de los ojos verdes. Me miró como si quisiera sacar algo de mí, como si esperara que recordara dónde está él. Su voz temblaba, una mezcla de miedo y esperanza que me resultó repulsiva. No le dije nada. No le diré nada. No confío en nadie, no les daré el placer de saber lo que sé. A ninguno de ellos.

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