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Jugar hasta el final nunca es suficiente para prepararte para el dolor de la incredulidad que te sigue después

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Jugar hasta el final nunca es suficiente para prepararte para el dolor de la incredulidad que te sigue después

Arabella

Decir que el corazón me retumbaba en el pecho con una intensidad que no tenía nombre, que no había sentido nunca, era decir poco. Es decir, él cayó encima de mí, se desmayó encima de mí, y a raíz de eso, su cuerpo empezó a ceder. Lo sostuve como pude, pero aun así su cuerpo comenzó a deslizarse, cayendo al suelo. En ese instante quedé paralizada, congelada como idiota. El pánico me invadió, pero era como si no pudiera moverme, como si mis músculos no respondieran.

—¡Quítale eso! —Demandó Rise, señalando el chaleco, mientras se movía tan rápido como podía, buscando su cuello, tratando de encontrar su pulso.

Le arranqué el chaleco en cuanto pude, con mis manos temblando sin mi consentimiento. Cuando por fin pude controlar el temblor y quitarle lo que le obstruía a Rise, el nudo de la garganta se me hizo tan grande, casi al punto de impedirme respirar, al volver a presenciar cada corte, rasguño, y hematoma en su cuerpo, dejándome tal y cómo la vista me había dejado antes de quitarle aquellos jodidos grilletes: fría. Y hubo varias diferencias que lograron mantenerme en ese estado: la luz, todo lo que venía guardando, los gritos.

La luz porque contribuía a que pudiera detallarlo mejor; resaltaban esos cortes profundos por todo su torso, su pecho, sus costillas, sus brazos y hasta en sus piernas. La carne mal cosida apenas contenía la sangre que goteaba al suelo, haciendo un pequeño charco bajo él. Era como si esa maldita luz se estuviera burlando de mí, obligándome a ver cada centímetro de su sufrimiento, cada signo de que lo habían destruido por dentro y por fuera.

Todo lo que me venía guardando porque, junto a los gritos, impidieron que me siguiera moviendo. Mi cuerpo no respondía. Lo único que pude hacer fue mirar. Incluso cuando Rise gritó que siguiera moviéndome, no pude. Por eso, Kendall me alejó de él, aunque yo no quería, aunque mi instinto era quedarme con él, hacer algo, cualquier cosa. Pero me apartó, dejándome fuera de la escena, dejando que Rise y Riden se encargaran de su hermano. De mi espécimen.

Mi cuerpo no respondía ante mí, ante las cosas que quería hacer para ayudar. Mi cuerpo tan solo permitía que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas y que los sollozos me rasgaran la garganta con un dolor aplastante, sin siquiera apartar la mirada de él. Por más que lo intentaba, no lo lograba. No podía hacer nada.

La voz de Kendall implorando que me calmara la oí lejana. Las manos de Mila, que llegaron minutos después, intentando apaciguarme, apretando las mías, lo sentí efímero. El sonido del helicóptero retumbando para mí era solo un vacío. No escuchaba nada más que el latido ensordecedor de mi propio corazón y los sollozos que se deslizaban sin control. Quería moverme, hacer algo, pero mi cuerpo se encontraba tan roto como me sentía. Estaba paralizada, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo.

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