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¿No te adhieres a ningún partido? Entonces pierdes

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¿No te adhieres a ningún partido? Entonces pierdes

Los tres estábamos lo bastante alejados de Arabella y del acto que estaba haciendo con Kaela, pero aun así nos hacíamos notar, solo que mi amiga estaba cegada por la ira y su oscuridad no la dejaba presenciar algo que no fuese venganza.

—¿Por qué no...?

—Porque está ciega —le respondí antes de que siguiera terminara de preguntar—. No nos ha visto y no nos verá hasta que su oscuridad obtenga la venganza que quiere.

—¿Oscuridad? —Ésta vez fue Riden quien preguntó.

—Un parasito que heredó de su padre —expliqué con brusquedad.

—Mató a cincuenta hombres en un abrir y cerrar de ojos y me estás diciendo que eso fue lo que heredó de Novikov —La voz de Riden estaba bañada en asombro y terror.

—Eso, lo que acaban de ver... —señalé a mi mejor amiga con el cuchillo que aún tenía en la mano—. Esa es Ekaterina Nóvikov, princesa y heredera de todo lo que la Bratva Rusa posee.


♦ ♦ ♦

Arabella

(Horas antes)

—¿Qué diablos estás haciendo? —La voz de Rise inundó la habitación con el mismo tono que Kendall utilizaba para hacerme saber que estaba cruzando el límite de la locura. Él pasó por las ruedas y el galón de pintura abierto como si de la plaga se tratara y cuando llegó a mí me miró como si de verdad estuviera loca—. ¿Estás demente? ¿Qué rayos le hiciste a la habitación y qué rayos estás haciendo con el soporte, enferma?

Soplé un mechón molesto de mi cabello para apartarlo de mi cara. Levanté un dedo para acallar al idiota que no apreciaba el arte para poder terminar de enroscar las nuevas ruedas de mi mejor amigo. Tuvieron que pasar varios segundos más, pero había conseguido insertar todas las ruedas en su respectivo lugar.

Me levanté del piso con cierta dificultad, pero sonreí cuando observé que las ruedas funcionaban de maravilla. Solo tuve que dar dos pasos para que las luces parpadearan en blanco y amarillo, logrando así que el soporte no se viera tan aburrido.

—¿Y? —Animada, me giré para mirar al mayor de los Massey—. ¿Qué te parece?

—Que necesitas un maldito psiquiátrico, enferma de mierda —mis ánimos decayeron tan rápido como habían subido y él tuvo que notar porque suspiró y se dedicó a ver las ruedas nuevas un segundo más—. ¿No había de otro color? —Cambió su tono de voz y señaló las ruedas.

Mordí el interior de mi mejilla y negué con la cabeza.

—Estas fueron las únicas que Nathaniel pudo encontrar —mascullé en voz baja.

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