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Al final, los sueños no valen nada si apuestas todas tus fichas en la realidad equivocada

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Al final, los sueños no valen nada si apuestas todas tus fichas en la realidad equivocada

La oscuridad que me envolvía era densa, impenetrable, y a pesar de la adrenalina que de manera curiosa bombeaba a través de mi cuerpo, mi mente estaba atrapada en una nebulosa de confusión y dolor. Las cadenas que mordían mis muñecas y tobillos eran lo único que mantenía mi cuerpo en suspensión, colgando en el lugar que me era más que familiar. El dolor constante en mis músculos y huesos era un recordatorio del infierno que estaba pasando en manos del hijo de puta, y a pesar de todo, mis pensamientos se seguían centrando en una sola cosa: cómo haría pagar al bastardo en cuando le pusiera las manos encima.

Sin embargo, algo me distrajo. Sentí un tirón, y de repente, mi cuerpo comenzó a descender. Intenté discernir con rapidez algo en la oscuridad, pero me resultó inútil. La sensación de estar bajando fue lenta, como siempre, hipnótica. Mi confusión aumentó aún más cuando me di cuenta de que esta vez podía moverme a voluntad, que el cuerpo me respondía de manera natural a cada sacudida de cabeza que hacía, que el dolor no me paralizaba. Cada músculo, cada tendón parecía responder a mis órdenes, una anomalía que me producía curiosidad, pero que al mismo tiempo me ponía alerta.

Cuando mis pies tocaron el suelo, una mezcla extraña de alivio me recorrió el cuerpo, pero, así como me recorrió, un aumento de desconfianza también lo hizo. Respiré hondo, acción que me solía ser difícil anteriormente, casi imposible. Pero ahora, cada aliento entraba con facilidad. Justo cuando mi cabeza empezó a reproducir pensamientos para explicar la situación, unas manos frías se posaron en mis muñecas, trabajando con rapidez para liberar las cadenas.

Al no sentir el pinchazo de la aguja a la que ya estaba acostumbrado, seguido de su ardor y la pesadez de mi cuerpo, mi primer instinto fue atacar. Pero algo me dijo que me esperara, que permitiera que ese imbécil, de seguro un maldito perro que no sabía cómo hacer su trabajo, terminara lo que estaba haciendo. Las manos, firmes pero veloces, desabrocharon los grilletes en mis muñecas y luego pasaron a mis tobillos. Entrecerré los ojos en la oscuridad, tratando de discernir la figura que trabajaba tan cerca de mí, pero la falta de luz del maldito hoyo lo hacía imposible.

El último grillete cayó al suelo con un sonido metálico, y de inmediato sentí la libertad recorrerme. No esperé un segundo más. A pesar de que mi cuerpo estaba destrozado y debilitado por meses de jodida diversión de Alexey, mis manos se movieron por puro instinto. Atrapé la garganta del bastardo con una fuerza que ni siquiera creí que me quedaba. Un gruñido bajo salió de mi garganta mientras lo levantaba del suelo, la sorpresa reflejada en sus ojos.

El cuerpo se retorcía y forcejeaba, pero para sorpresa de los dos, yo era más fuerte. Tampoco iba a dejar que se liberara, no después de todo lo que había pasado y no justo cuando tenía la oportunidad de salir de este maldito infierno de una vez por todas. La ira que había acumulado durante tanto tiempo estalló en cada fibra de mi ser, y comencé a ejercer presión, sintiendo el cuello ceder bajo mis dedos. Mis manos eran tenazas implacables, y no me importaba cuantas veces intentara liberar su cuello de mi agarre. No soltaría. No todavía.

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