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La suerte y el juego siempre parecen estar en contra de la persona que depende de ella

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La suerte y el juego siempre parecen estar en contra de la persona que depende de ella


Arabella

Salir de la baticueva era algo que me encantaba. Poder ver el sol real, sentir sus rayos y dejar que me penetrara la piel era algo fantástico. Pero siempre había un precio que pagar con eso y aunque me gustaran también las alturas, ese precio me estaba empezando a hartar. No me quejaría si pagar el precio significaba tener que tomar vuelos cortos, pero la mayoría eran vuelos largos de más de cuatro horas. Como en el que estaba hoy, por ejemplo.

Y es que a pesar de estar rodeada de gente que cuando hablan me hacían pensar menos en todas las horas gastadas de mi vida en un bendito jet, cuando todos decidían por telepatía quedar en un silencio "agradable", mi humor decaía tan rápido como había subido y odiaba cada segundo del vuelo.

Por eso tenía la costumbre de llevarme algo para entretenerme, como por ejemplo, el teléfono que tendía a usar cada que salía para mensajear cosas para nada decentes con el espécimen que tenía como... Bueno, como mío. Sin embargo, ésta vez en particular tenía al espécimen sentado al lado con su atención dedicada al operativo de hoy, junto a las otras cinco personas que prestaban la debida atención a lo que él venía hablando desde que se decidió que el operativo iba a hacerse el día siguiente, luego de dar la confirmación el mismo día que lo pensó. Es decir, ayer en la tarde.

Pero retomando, si bien no me funcionaba distraerme con el espécimen por mensajes por cualquier razón en ese momento, siempre me quedaba Kendall, o Mila, o Drake, o fastidiar a Riden, o a Rise. Pero entonces, ver a cada uno de los susodichos sentados y algunos levantados con su atención fija en lo que fuese que Rush estaba señalando me cambiaba los planes por completo, estresándome más de la cuenta.

Sabía que tenía que enfocarme en lo que el espécimen estaba diciendo, pero yo ya había repasado el plan con él en la noche unas cuatro veces hasta que mi cerebro decidió morir cuando, con cada cosa que él explicaba, sus labios terminaban en mi cuello, chupándolo con fuerza para luego alejarse y seguir explicándome todo como si nada hubiese pasado.

Sí, mi cerebro no lo soportó una quinta vez y las cosas terminaron con gemidos saliendo de mi boca en posiciones que no me molestaría intentar de nuevo. Sobre todo en el baño. Joder con las posiciones sexuales el baño. Se habían vuelto mis favoritas desde que decidimos inaugurar el lugar donde ambos dormíamos porque sí, el espécimen no aceptaba no dormir conmigo desde que siquiera dejamos Roma, excusándose con eso de "es que dormir a tu lado me sienta bien".

¿Y quién era yo para negarme cuando soltó eso y sus malditos ojos grises brillaron, mirándome con ternura y la gota justa de esa picardía en esa sonrisa que me volvía loca? Nadie. Y eso que lo dijo solo una vez.

Estaba jodida.

Pero bien, lo aceptaba. Es decir, ¿cómo no? El cómo empezó nuestra relación no fue normal, entonces, a éste punto, ¿con qué diablos tendría que sorprenderme? ¿A qué le tenía que decir que no cuándo del espécimen se trataba? Si de por si a casi nada me le negaba, en los últimos meses no había nada que él no me pidiera y terminara aceptando, tratando de hacerlo mucho mejor de cómo me lo pidió porque así como yo estaba sumergida en un estrés desgastante desde lo de Jerusalén, él lo estaba el triple, lidiando con todo a la vez.

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