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Jugar por obligación, ganar por necesidad

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Jugar por obligación, ganar por necesidad

Kendall

Estaba lista. Me encontraba vestida y equipada, yendo hacia el aeródromo en donde todo mi escuadrón debería estar tan preparado como yo. Aun con la mirada fija en la ventanilla de la camioneta, observando las casas pintorescas pasar para luego convertirse en un borrón, el estrés lo tenía de punta. Intentaba distraerme por el gran operativo que tenía entre mis manos, pero las mariposas en mi estómago convertían ese sentimiento en simples nervios que revoloteaban en mi sistema sanguíneo, desconcentrándome por completo.

Se sentía extraño. Salir con él de la sala de comandos, para luego ir a prepararme y cambiarme, saltando de ahí al exterior del búnker, montándonos y movilizándonos en su camioneta hacia el aeródromo, compartiendo en un espacio cerrado sin tensión asesina alguna, era bastante peculiar. Ahora lo que se palpaba en el aire era la tensión sexual. Tanta era la sensación de querer montarme encima de él y cabalgarlo hasta exprimir todo su semen en mi interior, que tan solo un roce de manos avivaba un incendio que exigía ser apagado antes de que me consumiera hasta la médula.

No solo yo me sentía así. Él también. El bulto marcado en sus pantalones a punto de reventarlos me lo confirmaba, haciendo que la humedad entre mis piernas se extendiera más. Podía sentir mis bragas empapadas y eso estaba empezando a incomodarme.

Por suerte, entre que el trayecto fuese corto, logrando que el viaje fuese tolerable y que ninguno de los dos articulara palabra alguna, me ayudó lo suficiente para evitar que le saltara encima y me lo follara hasta conseguir la liberación que ambos necesitábamos.

Salté de la camioneta milésimas de segundos después de que Rise entrara en el estacionamiento privado y apagara el coche, corriendo hacia mi escuadrón. Para la emoción de las mariposas en mi estómago, solo di cuatro pasos antes de que él me agarrara, entrelazando su mano con la mía, para después girarme, chocando con esas gemas verdes en las que visualizaba las ganas que tenía de comerme de pies a cabeza.

—Por razones que no puedo entender aún, no pude follarte tanto como quería en la camioneta. Sin embargo, puedo hacerle saber a todo el maldito mundo que por fin eres mía —dulcemente empezó a susurrar en mi oído, con ese tono burlón tan característico suyo—. Empezando por cada jodido soldato con los que te acostaste para intentar olvidarme y piensan que tienen una segunda oportunidad contigo tan solo porque miras en su dirección. Así que caminaras hacia tu escuadrón, claro está, pero lo harás conmigo a tu lado y me sabe a mierda que no te guste, Kendall —se alejó con cuidado y enarcó una ceja, rompiendo en una sonrisa descarada mientras su pulgar intentaba aliviar las arrugas de mi frente—. Borra esa expresión de disgusto de tu bonito rostro y dame el gusto, preciosa. Camina.

La cuestión estaba así: primero, podían encenderme en fuego si en algún momento le decía a este pedazo de hombre que toda posesividad tóxica no me derretía de maneras sobrenaturales y cuestionables, haciendo mi vagina un pozo rebosante de agua. Y segundo, ¿de qué manera yo le podía decir a este pedazo de hombre que no cuando me hablaba de esa manera? Con mi cabeza muerta por el esfuerzo inmenso que tuve al negármele tantas veces en los últimos meses, no quedaba ningún atisbo de renuencia en mi sistema para seguir negando el hecho de que estaba enamorada hasta la médula del hombre más mujeriego de la historia que me había impedido el uso correcto de mis piernas por la follada que me había dado no hace mucho.

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