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Pero fue ella que había empezado jugando por el placer de jugar

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Pero fue ella que había empezado jugando por el placer de jugar


Me negaba a perder por una semejante estupidez. Mi equipo iba a pasar esta maldita prueba sí o sí. No abriría debates en esto.

—¡¿Isaac?! —Gruñí en el micrófono.

—Salimos vivos por los pelos —se oyó entre jadeos—. ¡Tienen que salir de ahí ahora! El equipo blanco no está usando salvas, repito, el equipo blanco no está usando salvas.

—¡Jodida mierda! —Vociferé—. ¿Nathaniel?

—Puede utilizar las bombas a tu favor, mi caporegime, pero primero tiene que sacar la bandera de ahí.

Jodida y con la adrenalina a tope, tomé lo primero que vi a la vista. Tendrá que funcionar.

—Eres mejor lanzadora que yo —le dije a Anna mientras la posicionaba a una distancia para un lanzamiento certero—. Lanza ésta piedra a la bandera. Con el peso de ésta, la bandera caerá si tenemos suerte.

—¡Tienen dos minutos, salgan de ahí! —Exclamó Collin.

—¡Anna hazlo ya! —Le grité.

Anna tomó la piedra rápidamente, apuntó y lanzó. Rezando para que mi idea funcionara, vi la trayectoria de la piedra y mi cuerpo se inundó en alivio al ver como la piedra se llevaba con ella el pedazo de tela al suelo... El cual también tenía minas.

Nos quedamos sin aire y completamente quietas, preparándonos para morir, cuando las minas no estallaron al momento. Uno, dos, tres... Nada. Era una distracción más. Soltamos el oxígeno contenido y empezamos a movernos. Anna alcanzó la bandera, y se la enlazó en su cinturón.

—¡Salgan, maldita sea! —Rugió la voz preocupada de Collin.

Ni dos pasos a la salida habíamos dado cuando las cosas empezaron a complicarse. Las balas empezaron a llover en abundancia por más que tratamos de alejarnos de las malditas ruinas, pero el equipo blanco fue más rápido y nos acorraló detrás de una pared que estaba a punto de colapsar si seguían disparando.

Maldije. Collin tenía razón. Ellos tenían en suficiente armamento para jodernos, pero ni muerta me iba a dar por vencida tan rápido. Le eché una ojeada al cinturón de Anna mientras ella se cubría y vi que el cielo alumbraba a mi favor.

—¡Sal de aquí! —Le ordené, tomando la granada de su cinturón y sonreí cuando sentí el peso en mi mano. No era de juguete. Necesitaba hacer esto rápido pero Anna me estaba observando como si me hubiese salido una cabeza más—. ¡Anna, sal de aquí!

—Pero, caporegime...

—¡Ahora! —Le grité.

Sabiendo que no iba a ganar la discusión conmigo y que tampoco se podía negar a una orden directa, Anna se echó a correr en cuanto los balazos disminuyeron por una milésima de segundo.

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