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Maratón (1/2)

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Maratón (1/2)

Las lágrimas derramadas en el juego ya no me sirven. Lo que me sirve es cobrar

Pisando el pedal del acelerador, volamos por las calles de Londres. Aunque aún no era tan tarde, estaban inquietantemente vacías, iluminadas de punta a punta, pero desprovistas de vida.

Demasiado vacías para ser Londres por la noche.

Con mis sospechas recayendo en Harrison por el misterioso milagro, miré por el retrovisor, encontrándome con Isabella todavía mirando hacia adelante, apenada, mientras Rory y Andrew compartían una incomodidad palpable. La atmósfera en el vehículo era espesa gracias a la alemana, pero no podía permitirme distracciones. Necesitaba estar enfocada, así que mantuve mi vista fuera del retrovisor.

Luego de varios kilómetros recorridos, Viveka habló.

Nos dirigimos al punto de encuentro, caporegime —anunció por el auricular, con voz firme y baja.

Apreté el volante con tanta fuerza que mis nudillos pasaron de blancos a rojos. Esto tenía que salir bien. Ella dependía de esto.

—Mantengan la formación hasta el punto —respondí, mi corazón latiendo a mil por segundo.

Una serie de afirmaciones rápidas y disciplinadas de cada equipo me tranquilizó un poco. Me concentré en la carretera, dejando que la familiaridad de la misión me diera fuerzas. No era la primera vez que lideraba una operación de este calibre, y sabía que podía hacerlo.

El viaje fue un poco largo, pero transcurrió en silencio, roto sólo por las comunicaciones esporádicas entre los equipos. Cada minuto que pasaba sentía que la ansiedad se aliviaba un poco más, transformándose en una determinación férrea. Miré a mi alrededor, notando cómo el paisaje urbano daba paso a un entorno más desolado y forestal. Estábamos cerca.

El equipo seis ha llegado al punto de encuentro —informó Viveka después, rompiendo el silencio.

Reduje la velocidad y, pasando la caravana de camionetas, miré hacia adelante, divisando a duras penas las torres del viejo castillo que servía como nuestro objetivo. La oscuridad de la noche nos envolvió como una mortaja, ayudándonos a camuflarnos con el imponente bosque que se erguía ante nosotros.

Una respiración profunda fue todo lo que tomé antes de estacionar delante del equipo seis y apagar la camioneta. Al bajar no hizo falta mirar hacia atrás para asegurarme de que mi equipo me seguía, los sentía respirándome en el cuello.

Saltando el desgastado quitamiedos, caminé unos cuantos metros más, quedando al ras del comienzo del bosque. Acomodando la ametralladora que colgaba de mi pecho, me apoyé en uno de los árboles y esperé a que el escuadrón completo terminara de estacionar las camionetas y llegaran. Mientras esperaba, repasé el plan una vez más en mi mente.

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