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A todos nos motivan los juegos

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A todos nos motivan los juegos. Los desafíos.


—¡Esto es tan emocionante! —Chilló mi mejor amiga en cuanto terminé de acomodarme en mi nuevo piso en una de las residencias de la universidad.

Puse los ojos en blanco tumbándome en el cómodo sillón para quedar al frente de Kendall. Sí, estaba en la universidad. Acomodándome. Para ser la niñera de un niño estúpido. Genial.

—No es emocionante, Kendall —respondí, cortante—. Ser de niñera de un maldito niño rico que se involucró y metió la pata en uno de los negocios de Nikolay y de Alexey no es divertido —recosté mi cabeza en el borde del sillón y cerré mis ojos. Me estaba a empezando a doler mi cabeza y eso no era bueno.

Kendall hizo un raro sonido con su boca.

—Por lo menos es un maldito niño rico ardiente —sentí como se encogía de hombros—. ¿Bells? ¿Te sientes bien? —Preguntó preocupada. Ella sabía que yo sufría de migrañas horribles y eso a veces obstruía y nublaba mi visión.

—Estoy bien —suspiré sin abrir los ojos—. No todo en esta vida es comerse con los ojos a los chicos con hormonas altas, Kends —obvié.

—No todo en la vida es cometer asesinatos a tiempo completo, Bells —murmuró, inocente.

—¿Tienes que recordarme eso todo el tiempo? —Gruñí haciéndola reír.

—Tus dolores de cabeza hacen que tu ingenio sea una patada en mi culo.

Resoplé.

—Ésta es la misión más indignante que he tenido —refunfuñé.

—Amiga, éste es el trabajo más sencillo y lejos de tu suicidio que has podido tener —corrigió—. Además, en serio, aquí hay tantos chicos ardientes que me sorprende que yo no haya salido de tu habitación y coqueteado con uno.

No respondí. No podía seguir con la conversación. Me daba asco y sobretodo me estaba humillando a mí misma por haber aceptado el estúpido trabajo.

Harrison me lo había explicado todo. Zacharias Anderson era uno de los hijos del magnate de Daniel Anderson y por ende, estaba en problemas más grandes que su ridícula fortuna.

—¿Te suena el apellido? —Me preguntó él por la línea telefónica.

Hurgué por momentos mi cerebro exprimiendo cualquier tipo de información que diera con ese apellido hasta que por fin, un recuerdo vino a mí.

—¿No es ese a quién casi meten preso por encontrar pruebas de fraude y robo de su compañía a sus clientes? Cuestioné, insegura.

Había escuchado hablar del tipo.

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