Ella no es de embriagarse, pero ella bebe.
Ella no es de apostar, pero ella juega.
Ella no es de ir a fiestas, pero ella baila.
Ella no es de enamorarse, pero ella enamora.
Ella es muy buena con las armas, por ende ella asesina.
Ella no cree en el d...
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Las personas no deben jugar con armas cuya peligrosidad no entiendan
Rush
—Rush —me llamó Riden al otro lado de la puerta.
—¡Dije que no quiero a nadie! —Gruñí lanzando lo primero que estaba a mi alce hacia la pared.
La botella se hizo añicos en la puerta, derramando el poco líquido ambarino que le quedaba por todos lados. Ella me volvía loco. Era una irresponsable, una imprudente y... ¡Me iba a matar porque también me excitaba en cantidades industriales! El que me gritara, me enfrentara y me intentara sacar de mi propia casa fue todo lo que necesitó para hacerme pensar con la otra cabeza, imaginándola postrada en la cama que tenía justo al frente, con su cabeza enterrada en una almohada, sus manos y pies atadas, dándome la vista justa de su coño y su culo.
¡Culo que iba a dejar en las tonalidades más oscuras del color rojo porque iba a matarme! Agradecí que Rise mantuviera la boca cerrada de lo que ocurrió en el operativo puesto que si me contaba eso cuando había llegado, iba a dejarlo peor que como estaba.
¡Esa jodida mujer iba a volverme loco y yo muy feliz la iba a dejar porque sin ella no podía vivir! ¡Y los años que me quedaban eran escasos si ella seguía lanzándose a la primera cosa que viera, en vez de quedarse atrás, analizar la situación y después actuar!
La puerta se abrió justo en el momento en que me pellizcaba el puente nariz, tratando de apaciguar el arrebato de exasperación al que Arabella logró empujarme.
—Ese era caro —señaló Riden apoyado en el marco de la puerta, apuntando a los cristales de lo que era botella de whisky de un Macallan del setenta y siete.
Chasqueé la lengua.
—Cinco más puedo comprarme si me da la maldita gana —repliqué irritado—. ¿Qué quieres?
—Resolver asuntos maritales que no me conciernen —suspiró él torciendo el gesto.
—Riden, por el amor a Cristo...
—Dos cosas —alzó las manos con ademán despreocupado—. No tiene la culpa completa. Arabella nos convenció a los dos y aunque la hubiésemos querido detener, nos hubiese dejado comiendo tierra mientras salía corriendo. Era ponerse de su lado y ayudarla o que se suicidara en el camino. Elegimos la primera.
No pude discutir contra eso porque sabía que tenían razón. Con una mujer tan jodidamente dependiente como Arabella, era mejor fluir con ella que ir en su contra, pero no en un jodido edificio que ella sabía que estaba hasta el maldito tope de Cani Da Caccia, joder.
—No quita que se haya expuesto de tal manera —dije, caminando hacia el mueble empotrado que tenía a un lado para agarrar otra botella de whisky, abrirla y empinarme el líquido ambarino en un trago. El ardor en la garganta me calmó lo suficiente para girar la cabeza hacia mi hermano—. Tampoco me excusa por hablarte de tal manera.