12

644 135 172
                                    


Cuando duele, tienes dos posibilidades; o te sientas, o sigues jugando con el dolor

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando duele, tienes dos posibilidades; o te sientas, o sigues jugando con el dolor


—¿Por qué ella sigue aún aquí? —Preguntó un Zach ridículamente amargado cuando me subí en la parte de atrás de la camioneta, echándome un vistazo por el retrovisor.

Él aún no había puesto en marcha el coche.

—¿Pueden tratar de llevarse bien aunque sea por dos minutos de aquí a Jones? —Rogó Drake en el asiento de adelante. Zach y yo resoplamos al mismo tiempo —. Lo supuse.

—¿Te quedarás en Jones? —Inquirió Zach, arrancando la camioneta, saliendo de la acera de mi residencia.

—Sí. No necesito ni quiero que Lainey me despierte temprano solo porque quiere comer.

Mis labios se curvaron en una sonrisa discreta ante esa imagen.

—¿Tienes las llaves del auto?

¿En serio tenían más autos? ¿Cuál sería ésta vez? ¿Un Aston Martin? Drake rió.

—Tranquilo, hermanito —dijo—, tengo todo bajo control.

—Drake, ¿puedes prestarme tu celular? —Pedí después de unos minutos. 

Tenía que llamar a Kends y avisarle que probablemente no iría a pisar el apartamento hasta que le saca al rubio toda la información que quería. Lamentablemente, mi celular se lo había llevado Kends y el desechable solo servía para una línea así que...

—Cuidado y lo dañas —murmuró Zach. Lo ignoré.

El rubio se removió en su asiento y me pasó su celular. Apreté el botón de inicio y la pantalla se encendió. Raramente, su teléfono no tenía contraseña, pero lo dejé pasar y marqué el número de Kends. Aunque existía la posibilidad de que estuviese dormida y enojada en el sofá, tenía que avisarle, así que rogué mentalmente para que atendiera el maldito celular.

—¿Sí? —Contestó al segundo timbrazo, con voz carrasposa.

Pequeños milagros.

—Llegaré tarde —dije, yendo al punto—. No me esperes despierta y por el amor a las manzanas rojas, no ordenes mi desorden en mi habitación, Kends.

—No sé de qué me hablas —dijo. Pude escuchar un portazo al otro lado de la línea. Sonreí—. ¿A dónde vas?

—Sí, sí sabes de qué hablo. Cada vez que estás furiosa conmigo empiezas a ordenar todo mi cuarto sabiendo que lo odio —ignoré su última pregunta apropósito, haciendo que ella suspirara—. Estaré en casa pronto, Kends.

—Te odio justo ahora —siseó.

—¿Cómo te soporta? —Habló de nuevo Zach.

Voy a venir matando a éste hijo de puta y no me importará el discurso que me dará Harrison, pensé con disgusto.

Let's PlayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora