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Si puedes hacerlo, entonces, ¿por qué no hacerlo?

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Si puedes hacerlo, entonces, ¿por qué no hacerlo?


—¿Estás bien? —Cuestionó mi mejor amiga en cuanto terminó todo, llegando a la sala. Le di mi mejor sonrisa y asentí—. ¡Mi bonito apartamento! —Sollozó cuando terminó de escanear la habitación.

Resoplé.

—Kendall, ¿es en serio? —Reñí, sin poder creérmelo.

¿De todas las cosas en las que se podía fijar eligió exactamente esa?

Me senté en el sofá viendo a los dos cuerpos sin vida. Kendall se sentó al frente de mí tal y como estábamos hace unos momentos para fulminarme con su mirada.

—Perdón por llorar por mi departamento, señorita rica —gruñó ella. Solté una carcajada.

—Amiga, el departamento lo compré yo. Además cancelo cada factura que te llega —recordé.

Me miró con odio e hizo el error de desviar su vista a los cuerpos sin vida lográndose estremecer.

—Llevaba tiempo sin ver uno tan cerca —murmuró sin apartar sus ojos de los cuerpos.

Kendall estuvo activa en este trabajo por un tiempo, pero no pudo soportarlo. Ella era muy dulce y, por más que ella odiaba admitirlo, era débil para las grandes acciones que conllevaban esos compromisos.

—Deja de mirarlos —regañé. Ella volvió a mirarme—. Te mudarás conmigo a Miami en cuanto Harrison se ponga en contacto conmigo —Kendall arrugó su nariz.

—No me gusta estar mudándome cada tres meses, Ross —se quejó—. También tengo una vida. Una, la cual por cierto, tiene que ir a trabajar mañana.

Le di mi mejor mirada de disculpas.

—Lo sé y lo siento Kends, pero es por tu bien y seguridad.

Mi amiga suspiró y asintió. No podía dejarla fuera de mi alcance y ella lo entendía. Y gracias a Dios que lo entendía. En eso, el teléfono desechable empezó a sonar en el bolsillo trasero de mi pantalón. Lo saqué de ahí, pulsé el botón para contestar y lo puse en mi oreja.

—¿Está listo? —Preguntó la voz carrasposa de Harrison.

Sonreí. Tan puntual como siempre.

—Necesito una limpieza en el apartamento de Kendall en las afueras de Liverpool —contesté.

Su respiración se cortó por un segundo.

—¿Tan lejos llegaste a ir?

—Era eso o volver a Moscú.

Silencio. Él sabía que no era conveniente estar de vuelta en mi país.

—De acuerdo. Tienes exactamente cincuenta segundos y contando para salir de ahí con Kendall y bajar a recepción. Mitchell las estará esperando —y colgó.

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