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A éste punto, las apuestas desesperadas son a lo único que le voy

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A éste punto, las apuestas desesperadas son a lo único que le voy

Rise

Pensar que toda la jodida tensión se iría en cuanto Grant Harrison terminara de ladrar órdenes a diestra y siniestra fue un error. La tensión aún seguía corroyendo cada rincón de la sala de comandos, añadiéndose a las paredes como moho, dejando el lugar apestando a desesperación. Tal olor se extendió, haciéndome imposible respirar otro pesado segundo más.

La sala de comandos se había vuelto mi hogar al momento de pisar Escocia. Pasaba cada momento del día encerrado en las cuatro paredes de concreto que el lugar me ofrecía, antes y luego de que todo se hubiese vuelto un completo huracán de desesperación, estrés y maldita tensión. Fuese dejando el culo aplastado en una silla con Riden al lado, revisando localidades falsas, delegando equipos para rastreo o por cualquier otra maldita cosa, estaba aquí.

Evitando a toda costa a una mujer malditamente complicada también.

De igual forma, la sala se había convertido en mi lugar de escape. No evitaba a todo el mundo, pero me daba el espacio suficiente y la distracción necesaria para no mandar a todas las personas que habitaban el búnker de Grant Harrison a la mierda cuando no hacían otra cosa que no fuese perseguirme para darles soluciones inexistentes a sus malditos problemas. Tenía entendido que las directrices caerían en mis manos una vez que Rush no se encontrase presente, pero joder, lo daría todo para que Justine se encargara de cada estúpida cosa que salía tan solo con yo respirar.

En las últimas semanas no había hecho más que resolver estupideces, escuchar e ignorar mierdas del ex brigadler, calarme a un dolor de cabeza maldito con piernas largas y ahogarme en la miseria por no conseguir ni. Un. Maldito. Rastro. Nuevo que me guiara a mi hermano y a la vida de mi hermano. Claro que mi miseria acabó el día de hoy, siendo el sentimiento reemplazado por la ansiedad en cuanto el anciano extenuante soltó algo, luego de casi un jodido mes, lo suficientemente bueno para que treinta y seis soldatos conocidos, algunos, por ser parte de los grupos de élites del consejo, se alistaran a favor del rescate que se llevaría a cabo en menos de dos horas.

No obstante, antes de toparme ellos más con la mujer que no dejaba de atormentarme la cabeza, callar a Milanna se había convertido en un jodido deporte olímpico. Al Grant Harrison decir que todo iba a enfocarse en Arabella y no en Rush, mi hermana había estado saltando entre el llanto descontrolado y las maldiciones al nombre del ex brigadler cuando la reunión de último momento terminó. Fue en los últimos minutos antes de que mi sala de comando se volviera una feria local, que no soporté otro quejido de ella.

—¡Es suficiente, por el amor de Dios! —Bramé, tomando su rostro entre mis manos, enlazando esos ojos en los míos.

—Pe-ro...

Su boca se movía, aun cuando parecía un pez por tener sus mejillas aplastadas en mis manos. No quería que se moviera. No quería que emitiera algún sonido más. Necesitaba un maldito minuto de silencio.

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