Ella no es de embriagarse, pero ella bebe.
Ella no es de apostar, pero ella juega.
Ella no es de ir a fiestas, pero ella baila.
Ella no es de enamorarse, pero ella enamora.
Ella es muy buena con las armas, por ende ella asesina.
Ella no cree en el d...
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No le temo a los competidores.
—¡Eso fue increíble! —Exclamó Jess en cuanto bajamos del auto.
Tal y como le había dicho, habíamos llegado a su casa en un tiempo récord. Conducir un A5 cabriolet a toda velocidad por las avenidas de Miami ahora era un sueño realizado que podía tachar de mi lista de deseos.
Sonreí feliz.
—Gracias —dije.
Ella volvió a tomar mi brazo y me adentró a su casa ridículamente grande. Ahí entendí por qué no vivía en una residencia como una persona normal.
La casa era tan gigante que no entendía por qué. Eran siete personas, ¿por qué tener una casa tan malditamente grande con piscina, jardín y salón de baile incluido? A este punto, nunca iba a entender a los ricos y su ambición de que todo sea estrambótico.
—¡Mamá! —Gritó ella cuando entramos a la cocina.
Resoplé. Como era de esperarse, todo era increíblemente caro y elegante.
—¿Qué son todos esos gritos, Jessamine? —Inquirió una voz masculina, adentrándose a la cocina.
Mierda. El señor Anderson estaba aquí. Se suponía que yo no lo vería hasta mañana en una reunión en su compañía. Él hizo exactamente lo que había hecho Zach cuando me vio por primera vez; mirarme de arriba hacia abajo pero no había lujuria en su mirada, solo curiosidad. Cuando su ceño se frunció a tal punto de que sus cejas fuesen una, pude intuir que ya me había reconocido.
—¿Dónde está mamá? —Preguntó Jess, saltando a los brazos de su papá. Él correspondió el abrazo sin despegar aun su mirada de mí.
—Abajo, con la ropa —respondió el señor Anderson. Jess se separó de él y fue a mi lado—. ¿Quién es tu amiga, Jess?
Ella tosió.
—Lo siento. Pá, ella es Issa. Issa, él es mi papá —presentó ella, rápidamente—. Issa es una alumna de intercambio, papi, viene de Rusia a estudiar lo mismo que Zach —se encogió de hombros—. No entiendo que le ven a esa carrera de interesante.
Su padre me dio una sonrisa, asintió y se sentó en la mesa de la cocina mientras Jess me daba una mirada de disculpa.
—¿Puedes esperar aquí mientras yo busco a mi madre? —Suplicó—. Puedes sentarte o asaltar la nevera si quieres. Deja el bolso por ahí.
Reí.
—No te preocupes, Jess —contesté. Ella sonrió y salió como un rayo veloz de la cocina. El señor Anderson carraspeó llamando mi atención—. ¿Sí?
Él se levantó de la mesa en silencio y empezó a caminar a la gran puerta de la cocina. Capté la indirecta, quería que lo siguiera. Caminamos fuera de la cocina, un par de escaleras, unos pasillos y, cuando él se detuvo en una puerta de madera, vislumbré que habíamos llegado a lo que creía que era su oficina personal. Daniel la abrió y me dijo que la cerrara cuando terminase de pasar.