Ella no es de embriagarse, pero ella bebe.
Ella no es de apostar, pero ella juega.
Ella no es de ir a fiestas, pero ella baila.
Ella no es de enamorarse, pero ella enamora.
Ella es muy buena con las armas, por ende ella asesina.
Ella no cree en el d...
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Nada descoloca más que una jugada inesperada en el momento preciso
Tenía que ser una broma de mal gusto. Una maldita broma de mal gusto, porque definitivamente esto no estaba pasando. Él no podía estar frente a mí, de pie en el jodido umbral, luciendo... ¿cómo siempre? Sexy como el infierno, con ese aire de peligro que me hacía doblar las rodillas y... bien. Quitando aquellos cortes en la cara, que habían disminuido su tamaño de manera notoria, el labio magullado, la férula en su mano derecha, más el vendaje que cubría sus brazos tatuados... parecía el mismo de siempre. Jeans oscuros, una camisa negra de mangas cortas que dejaba a la vista las vendas que cubrían esos tatuajes que tanto me gustaban y que habían intrigado a la Arabella del pasado, la cual pasó horas preguntando sobre cada dibujo, cada línea marcada en su piel.
Pero... ¿cuándo le habían dado el alta? ¿Por qué estaba aquí? ¿Qué era lo que quería? Y lo más importante, ¿por qué diablos...?
—¿Puedo pasar?
Su voz volvió a golpearme con fuerza. Tuve que agarrar el marco de la puerta con vehemencia para no caer al suelo y hacer acopio de todas las fuerzas que me quedaban para intentar asentir con la cabeza, moviéndome lo suficiente para darle el acceso que necesitaba. En cuanto lo hizo, su aroma, ese jodido olor suyo, me envolvió, encendiendo ese fuego que arrasaba con mi cordura, quemando partes que solo él encendía en segundos y a las que no le había puesto tanta atención desde que su boca chocó con la mía hace días.
Cerré la puerta lentamente, respirando hondo entre dientes. Él carraspeó y me obligó a girarme, atrapándome una vez más en su presencia. Era casi ridículo cómo el imbécil iluminaba la habitación, estando ahí de pie en todo el centro, intensificando ese aire hogareño de una manera que me impedía respirar con normalidad. Sus labios se movían, estaba hablando y apostaba que lo estaba diciendo debía ser importante, pero mi cerebro decidió apagarse en ese preciso momento. Solo estaba ahí, observándolo como si fuese un maldito extraterrestre, incapaz de procesar nada.
Juré que mi reacción sería diferente. Pensé que al verlo, mi mano volaría directo a su cara, volteándola de una cachetada, o que un golpe en sus bolas sería lo mínimo que recibiría por haber sido un maldito idiota que me había rechazado sin habérselo pensárselo dos veces. Pero no. No había rabia. No había tristeza. Solo... confusión. Alivio por verlo bien, pero una extraña sensación de desconcierto al verlo aquí, frente a mí. Sabía que su lugar era conmigo y mi lugar con él, de eso no cabía duda, sin embargo, se sentía extraño. Forzado, incluso. La tensión en el ambiente no encajaba en absoluto.
—¿Te parece bien?
Su voz me sacó de mi ensimismamiento. Parpadeé con rapidez, intentando enfocarme, y sentí cómo mis mejillas se calentaban cuando sus ojos brillaron con esa chispa de diversión por mi increíble nivel de disociación. Pero tan rápido como apareció, desapareció, y su expresión se volvió fría, casi impasible. Fruncí el ceño ante el cambio repentino.