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Maratón (2/2)

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Maratón (2/2)

Todo juego aspira a la categoría de guerra

Había escuchado que La Amenaza tenía la manía de conservar las cabezas de sus víctimas para su satisfacción personal, y si no empezaba a moverme rápido, iban a tener la mía.

Ellos estaban en las grandes ligas, por lo que esperar a que el contrincante diera el primer paso no estaba en su guión. Ninguno era orgulloso. Eran calculadores, inteligentes, pero el primer error que cometieron conmigo fue aferrarse al sentido común, creyendo que una sola persona no iba a poder con doce. Sin embargo, me encontraba molesta, estresada, cansada y con las ganas suficientes de incendiar este maldito lugar hasta que colapsara luego de que sacara a mi mitad de aquí.

Así que disparé. Me aproveché de su confianza y barrí a tres con disparos certeros en sus cabezas, dejando que su propio peso muerto los arrastrara hacia el piso. Con eso, desaté el infierno. Las voces de las escorias encerradas se hicieron más atorrantes, los golpes contra los barrotes más intensos, el pitido de las alarmas más vigoroso.

Tres de nueve imbéciles se me lanzaron encima, impidiendo que siguiera disparando. Uno de ellos pudo tomarme de la muñeca con fuerza, quitándome el arma, deslizándola fuera de mi alcance, dándole la oportunidad al otro de encasquetarme un golpe preciso en toda la boca del estómago, dejándome sin aire y cayendo al suelo de rodillas, jadeando por oxígeno.

—Pensé que serías merecedora de relucir en mi vitrina, pero veo que solo fue suerte —se burló uno de ellos, tomándome del cuello, apretando con ahínco—. Una lástima. ¿Algo que quieras decir? Puedo ser benevolente y dejárselos saber a tus amiguitos de arriba.

Ni aquí ni así voy a morir.

Entonando aquello en mi cabeza, rabiosa, saqué las dagas escondidas en mi chaleco de un veloz movimiento con el poco aire que logré retener, divisando todo rojo. Agarré las dagas con fuerza, sintiendo su mango frío y liso contra mis palmas sudorosas y las introduje con fuerza en ambos ojos, aguantándome el asco que se impregnó en mí al tener salpicaduras del líquido rojo y espeso alrededor de mi cara, para luego sacar las dagas de golpe.

—¡Maldita! —Gritó el hombre, soltando mi cuello para llevar sus manos a sus dos órganos faltantes, permitiéndome respirar—. Eres...

Su discurso quedó a la mitad cuando le tajé el cuello, bañándome con aún más sangre. Rodé a un costado con su cuerpo encima del mío al ver de reojo que los demás se movían hacia mí. El cuerpo inerte del imbécil recibió la mayoría de los disparos, permitiéndome recuperar el aliento.

La tierra tembló bajo mis pies al levantarme de golpe, yendo por más, evitando los siguientes tiros, escondiéndome detrás de una roca gigante que no iba a resistir tanta cantidad de balas si seguían disparando de tal forma.

Dos.

Si tardaba más y se seguía así, estábamos jodidos, por lo que el apremio y la ira alimentaron todos mis movimientos, empujándome a superar cualquier obstáculo en mi camino. A mi derecha, la punta de la ametralladora se hizo visible, dándome justo lo que necesitaba. Rápidamente la tomé, jalé hacia adelante y clavé la daga en todo el estómago del siguiente imbécil, para luego sacarla y clavársela en la garganta.

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