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Hay que jugarse el todo por el todo

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Hay que jugarse el todo por el todo.


No, corrijo, ambos hicieron un trato luego de encontrarnos por eso.

Esa pequeña frase se repetía una y otra vez en mi cabeza mientras trataba de asimilarla. ¿Cómo, en la tierra verde de Dios, Zach y Drake han salido vivos de las manos de mafiosos experimentados y sin un solo rasguño? Bueno, sin un rasguño a mi vista.

—Muñeca, ¿estás bien? Te ves pálida —comentó Drake, sacudiendo mi brazo.

Sacudí mi cabeza.

—¿Qué diablos? —Inquirí, más susurrando que gritando.

Estaba ridículamente anonadada. ¿Mi padre y su peor enemigo haciendo tratos? ¿Luego de saber que robaron? ¿Qué les robaron? ¿Y aun así estaban vivos? ¿Completamente? ¿Sin siquiera un rasguño? ¿Por qué?

—Sip —dijo el rubio, haciendo una mueca.

Entrecerré mis ojos en su dirección. Había algo, además del hecho de que ambos hermanos Anderson estuviesen respirando, que no entendía.

—¿Por qué me cuentas todo esto así por así? —Pregunté, curiosa y en estado de alerta, lo cual era ridículamente absurdo ya que debí estar en ese estado muchísimo tiempo antes.

Mi cerebro se estaba comportando de una manera que desconocía totalmente y eso no me estaba gustando para nada. El rubio me observó y me dio una sonrisa triunfante.

—¿Tú qué crees? —Inquirió. Me quedé fría—. Sé que no eres Larissa Sage, cariño. Eres Arabella Ross. Mi padre te contrató para proteger el culo de mi hermano y, por ende, el mío aunque él no lo sepa —soltó arrogante.

Suspiré y me froté mi cara. Lo que faltaba. Literalmente llevaba un día y medio en una maldita universidad y se había revelado mi identidad. ¡Perfecto!

—¿Cómo? —Pregunté. Realmente quería saber. ¿Yo había cometido alguna falla en la misión? ¿Había sido demasiado obvia? ¿No había entrado en mi papel de loca universitaria cómo debía?

Él se rió entre dientes.

—No fue tu culpa. A mi mamá se le da terrible mentir y mi papá es un desordenado espantoso. Cuando mi mamá dijo lo de Arabella Ross y luego trató de taparlo fue todo lo que necesité para investigar el nombre. Mi papá tenía tus papeles de identidad en su escritorio mezclado con los documentos del negocio —se encogió de hombros—. Fue fácil.

Me dejé caer en el respaldar del sofá.

Fue fácil —repetí, sarcástica.

La peor parte de todo esto es que me estaba imaginando la figura de Harrison justo ahora. Sus aletas nasales abriéndose y cerrándose llegando al punto de su frustración y su mano encima del puente de su nariz mirándome con muchas, demasiadas, ganas de matarme. Si sus manos solo pudiesen estar alrededor de mi cuello y él estuviese justo aquí... adiós vida.

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