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Ainara resopló, mirándose al espejo. El rímel le había quedado distinto en cada ojo, en el izquierdo las pestañas se habían hecho pegotes las unas contra las otras. Últimamente le costaba mucho gustarse a sí misma: se le estaba acabando el botecito tamaño viaje de champú que se había llevado al viaje, por lo que cada vez que se lavaba el pelo usaba una gotita minúscula que daba la sensación que no llegaba a limpiarse del todo. Lo mismo con el acondicionador. Su pelo estaba ahora sin brillo, seco como la paja al sol, puntas abiertas. Un desastre. En cuanto llegue a Donos tengo que pedirle cita a Elena ya de ya. La piel estaba más seca y apagada porque esos días le daba mucha pereza echarse crema al salir de la ducha. Estaba fumando más de la cuenta, lo que, junto al clima imprevisible de Berlín, le dejaba la garganta áspera e incómoda y los labios partidos. Además, quizá por la polución, el estrés, o la mala calidad de las fundas de las almohadas del hotel, le estaba saliendo un brote de acné en las mejillas. Un horror, vamos.
Pensó en desmaquillarse e ir a cara lavada al estadio, pero no tenía tiempo porque ya iban tarde. Haizea ya la estaba esperando en la puerta, bolso al hombro, camiseta de la Selección puesta, la de Ferrán porque, aunque no lo admitiese, estaba coladita por él. Gafas de sol a modo de diadema en la cabeza.
-¡Va, tía, que tenemos media hora solo!- protestó, junto a la puerta.
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La ironía, quizá el destino con su ácido sentido del humor, quiso que Robin, de todos los partidos que había jugado en lo que llevaban de Eurocopa (todos, y en todos había jugado sus señores 90 minutos), se perdiese precisamente el de la semifinal, contra Francia, el país que lo había visto nacer. Por lo menos, se evitaba el bochorno que pasaría si no hacía buen partido, pues estaba convencido de que Twitter se burlaría de él a más no poder, acusándolo de sabotear a España para favorecer a les bleus.
Pero claro, la gran ironía ni siquiera residía en su sanción de aquel día, sino en que tenía que pasar aquel partido sentado en el campo, junto a él.
Tuvieron que ayudarlo a bajar del bus, y él, mueca de dolor, avanzó por los pasillos del estadio valiéndose de sus muletas. Carvajal, Robin, y Pedri: los dos sancionados y el lisiado, en fila india por los túneles, vestidos con la ropa de tipo libre de la selección, detrás de una chica del staff que apartaba a gritos a los fotógrafos que les acercaban en exceso las lentes de sus cámaras.
-Guys, please, we have an injuried person here, give him some room.
No les dejaron acceder directamente al estadio por nosequé que la chica dijo y Robin no alcanzó a oír. Así que esperaron, escoltados por dos miembros de seguridad, junto a la puerta cerrada.
La cabeza de Robin estaba llena de ruido, como una radio encendida pero sin sintonizar: estática constante que no llega a concretarse en nada: pensaba en Ainara, pensaba en la conversación que había tenido con Martín, pensaba en...
Lo tenía a medio palmo, apoyado contra la pared, probablemente para poder descansar un poco de las endemoniadas muletas. Ojos grandes y oscuros fijos en el suelo, boca torcida. Robin no pudo evitar fijarse en lo distinto que era a él: Pedri tenía el pelo negro con el degradado repasado al milímetro, recién hecho, mientras que Robin tan no iba al barbero que tenían en la selección para nada más que recortarse el pelo cuando comenzaba a crecer demasiado. Pedri era más bien bajito, la cara redondeada, juvenil, con esa barba intermitente que a veces se dejaba crecer, otras no. Robin, con su casi metro noventa, los pómulos marcados y la mandíbula marcada, masculina, que siempre llevaba completamente afeitada (tampoco es que le saliese mucho vello facial). El castellano de Pedri estaba embellecido con el aterciopelado acento canario, y el de Robin, entorpecido por sus erres bretonas y su incapacidad de pronunciar correctamente las c. Pedri venía de una isla, de una tierra besada por el sol, acicalada por la brisa marina, y él, de una tierra montañosa, verde, cubierta siempre por un toldo de nubes y una lluvia que parecía no tener fin, daba igual que fuese invierno o verano. Y en su cabeza, el runrún de una estúpida pregunta: si Pedri y él eran tan distintos, ¿cuál era el verdadero tipo de Ainara: Robin o él?
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𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢
Fiksi Penggemar" 𝑺𝒆 𝒔𝒖𝒑𝒐𝒏𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒕𝒆 𝒆𝒏𝒂𝒎𝒐𝒓𝒂𝒔, 𝒏𝒐 𝒍𝒐 𝒆𝒍𝒊𝒈𝒆𝒔 " Pedro tiene una filosofía de vida muy clara: centrarse en su trabajo y disfrutar de su juventud sin ataduras. Sin embargo, cuando una noche de fiesta conoce a Ai...
