• Sufre, mamón •

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(Inspirado con ciertas libertades en el partido del Barça contra la Real Sociedad del 13 de Mayo del 2024. Este partido se celebró en el estadio de Montjuic, en Barcelona, pero por conveniencias de la trama; en la historia, este se fallará en Anoeta)

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Son menos de veinticuatro horas.

Pedro se dijo aquel mantra cuando se despertó aquella mañana. Se lo repitió mientras estaba sentado en el autobús del equipo, camino al aeropuerto, y se lo reiteró cuando, sentado junto a la ventanilla, observó cómo el avión despegaba.

El rumbo: San Sebastián. Jugar el partido de vuelta contra la Real Sociedad en Anoeta. La idea de estar en aquella ciudad, en aquel estadio, le provocaba unos retortijones terribles en el estómago, por si, en cualquier momento durante el partido, alzaba la cabeza a las gradas y la veía.

Pero se había hecho una promesa a sí mismo: iba a enfocarse en el partido y en nada más. Y al terminar, volverían al avión, volverían a Barcelona, y el mal trago habría pasado.

Iban a ser menos de veinticuatro horas. Menos de un día. Podía hacerlo.

El día en Barcelona había amanecido espléndido; cielo azul, sol radiante, una agradable calidez que permitía prescindir de la chaqueta. La plenitud de la primavera, el verano que casi se podía saborear en el aire.

Naturalmente, aquel día precioso se desvaneció por completo cuando aterrizaron en San Sebastián; cielo encapotado, lluvia, un fresco que les obligó a subirse las cremalleras de las chaquetas al bajar.

-¡Me cago en todo! Pero, aquí,¿cuándo empieza la primavera?

-En julio, más o menos.- replicó, guasón, Iñigo.

-Sí, pues...menuda mierda.

Fueron directos al hotel, a concentrarse. Comieron, y, Pedro, charlando animadamente con sus compañeros, entre bromas y jugarretas, se sintió más tranquilo, con más energía para afrontar el partido. Cuando estaban en el bus, camino del estadio, él se dijo a si mismo que su ansiedad era una tontería, porque, en realidad, estando en un partido, uno jamás se fija en las gradas, y mucho menos se queda con las caras, de modo que, estando allí, ¿cómo iba a verla? La probabilidad era muy pequeña.

Se tranquilizó.

Llegaron a Anoeta con cuatro horas de antelación, para poder prepararse con tranquilidad. El estadio estaba todavía cerrado al público, por lo que, en cuanto se instalaron en el vestuario, salieron al campo vacío a recibir a sus compañeros de La Real. Allí estaban todos, arracimados, entre abrazos y saludos.

-¡Hombre, Pedri!- Zubi, sonriente; se acercó a darle un abrazo. Se llevaban muy bien; habían sido compañeros en las Olimpiadas; cuando Pedro tenía dieciocho años y Martín apenas veintiuno. Congeniaron casi al instante; Zubi tenía una personalidad muy parecida a la suya; más bien reservada, calmada, no tan desbocada como otros compañeros. Además, en aquel momento, tenían vivencias muy similares; los dos muy jóvenes, prácticamente nuevos en sus respectivos primeros equipos, con ganas de agradar, de hacerlo bien. Y mal no se les dio; porque ahora ambos eran integrantes de la Absoluta.- ¿Cómo estás?

-Muy bien, gracias. ¿Qué?¿Preparados para la paliza?

-Vigila, chaval, que jugamos en casa.

Saludó a los demás miembros del equipo, pero gravitó en especial a aquellos con los que había sido compañero en la Selección; Mikel Oyarzabal, Merino, Álex Remiro...

-¿Y el francesito?- inquirió.

-Está por allá.- indicó el portero del equipo txuri urdin, señalándolo con la cabeza. Les estaba dando la espalda, enfrascado en una conversación con Iñigo. Rodeaba con los hombros a una chica con el pelo oscuro, mucho más bajita que él. Pedro no podía verle la cara. Llevaba una camiseta con las características rayas blancas y azules de La Real, y el dorsal y nombres de su chico; lo que era más común entre las novias de los futbolistas: Le Normand, 24.

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⏰ Última actualización: Feb 21 ⏰

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𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora