• Adiós, días felices •

281 51 5
                                        

⠂⠁⠈⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂⠄⠄⠂⠁⠁⠂

-¿El Atlético?- inquirió, perplejo, Martín.

Los cinco miembros de la Real y Ainara se congregaban en torno a la mesa de una cafetería berlinesa. Frente a ellos se disponían tazas de café y jarras de cerveza a medio tomar. Merino, Oyarzabal, Álex, Martin y Ainara tenían la vista clavada en Robin, quien tenía la suya fija en el borde de la mesa, como si no se atraviese a mirar a ninguno de los allí presentes.

-Me quieren en su equipo.

Con la llegada del verano y la apertura del mercado de fichajes, no era para nada raro que los rumores corriesen como la pólvora: clubes que querían, clubes que vendían, que cedían, que compraban. Jugadores que se iban de un equipo a otro, jugadores que cambiaban de liga o se iban a países árabes. La Real no se libraba de esos fantasmas: la prensa deportiva se había hecho eco de que varios equipos tenían interés en jugadores del equipo txuri-urdin. Sin ir más lejos; Merino se iba a ir al Arsenal. No obstante, la mayoría se quedaban en eso, en rumores, por lo que ninguno de ellos se esperaba que Robin les dijese que el Atlético de Madrid estaba interesado en ficharle; y que él estaba contemplando cambiarse de equipo.

-¿Pero tú hasta cuando tienes contrato? 2026, ¿no?

-Están dispuestos a pagar mi cláusula.

La frase cayó como un mazazo. Ainara escudriñó los ojos de los compañeros: tristeza, incredulidad. El mundo del fúbtol era como era; casi nada era para siempre. Los jugadores iban y venían, pero aquellos cinco llevaban tantos años jugando juntos, que quizá se habían hecho a la idea de que siempre iban a estar en el mismo equipo, y que Robin quisiera irse había sido el golpe de realidad para el que nadie estaba preparado.

-Y tú quieres irte, ¿no?- dijo Álex, con seriedad.

Robin, temeroso a verbalizarlo, asintió con la cabeza.

-Será un paso muy grande en mi carrera. Poder jugar la Champions...sabéis que yo he sido muy feliz en La Real, pero quizá sea hora de avanzar.

De vez en cuando, los demás presentes desviaba la mirada de Robin para posarla en Ainara. Flotaba en el aire una pregunta que nadie se atrevió a formular: Pero, Robin, ¿y qué pasa con Ainara? Lo cierto era que nadie, salvo Martín, sabía que lo habían dejado. Ainara se lo había contado el día anterior, en una llamada que duró casi dos horas, fon muchas lágrimas y muchos mocos de por medio.

Ainara quería decir muchas cosas, pero no encontraba las palabras. Notaba cómo le temblaba el labio inferior. Miraba a Robin, pero él le negaba la mirada.

Aquel chico, que tantas veces había visto entrenar en el Zubieta, que tantas veces le había llevado en coche a su casa cuando ella todavía no tenía el carné; que tantas veces había comido en su casa o en la de los padres de Martin, a la que su familia quería casi como uno más, se iba a ir. Ya no iban a tener más comidas los domingos en la sociedad con él, ni iba a verlo en las mañanas nubladas de entreno en el Zubieta, ni iba a cederle el asiento de ventanilla en el autobús del equipo. Y los días de partido en el Anoeta, al bajar a abrazar a Martín, no estaría él vestido con su equipación a rayas blancas y azules, no volvería a mirarla a las espaldas de todos, a provocarle ese fuego en su interior, el que llevaba sintiendo desde hacía años, cada vez que aquel misterioso y guapo chico francés posaba sus ojos en ella.

-Nosotros no podemos obligarte a que te quedes.- habló Oyarzabal, con su solemnidad de capitán. Él siempre parecía tener las palabras justas para cada ocasión.- Ni te vamos a impedir volar, si eso es lo que quieres. Tanto yo como Imanol queremos veros crecer, ya sea en el equipo o fuera de él. Si estáis, entendemos que es porque sentís los colores, pero si crees que vas a ser más feliz en otro sitio, ni te lo pienses, Robin. Has sido un compañero y un jugador de puta madre, y eso no lo vamos a olvidar nunca.

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora