• No le doy igual •

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Lunes. Adiós, día libre. Tocaba entrenar.

Pedro abrió un ojo y cogió a tientas su teléfono. Las siete de la mañana, aunque sentía que no había dormido más de una hora. Se pasó las manos por la cara, gruñó algo incomprensible y se puso en pie. Fue al baño, se echó agua en la cara y se lavó los dientes. Le dolía la cabeza y tenía los músculos entumecidos. Genial para alguien que tenía entrenamiento en cuestión de horas.

Se puso la térmica azul y los pantalones con el escudo de la selección y bajó al comedor, donde los demás ya se encontraban congregados en torno a una mesa larga. La silla junto a Ferrán estaba vacía. Siempre le dejaba sitio cuando Pedro tardaba. Eran esa clase de amigos.

Se sirvió un bol con sandía, un café y unos huevos revueltos y tomó asiento junto a su amigo.

-Buenas.- dijo Ferrán, removiendo su café con la cucharilla.- ¿Cómo estamos?

-Hecho una mierda.

-A la segunda vuelta al campo se te pasa.

Robin no estaba sentado muy lejos, pues estaba entre Zubi y Remiro a unos escasos asientos de distancia. Ellos tenían mejor aspecto: reían. Bromeaban, aunque Robin no parecía muy alegre. Parecía algo ausente. Pedro no pudo evitar pegar un poco la oreja.

-Oye, ¿Ainara qué tal?- inquirió Martín a su amigo.- Cuando os fuisteis la vi un poco pocha.

-Ya, yo tampoco sé.- repuso el francés, encogiéndose de hombros.- Me dijo que tenía la cabeza un poco liada. Tampoco la presioné.

-A ver...supongo que es normal. Osea, yo creo que es proque, coño, acaba de terminar la carrera, la graduación...que por cierto, tú vendrás a la graduación, ¿no?- preguntó Martín a Merino, sentado frente a él, mientras le apuntaba con el cuchillo de mantequilla como quien blande un arma blanca.

-¿Cuándo es?- repuso el aludido.

-Noviembre, creo.

-Sí, no creo que haya problema, aunque vamos a dar un poco el cante nosotros cinco en una graduación rodeados de chavales.

-¡Bah! Si en Donosti podemos estar a nuestra bola y nadie nos molesta. Oye, ¿tú qué?

Martín le dio un toquecito en el hombro a Robin, quien tenía la mirada gacha y se había puesto serio de repente.

-Ah, no, nada. Pensando en lo de ayer. No sé, la noto como rara. Pero tampoco quiero agobiarla.

-Ya, lo malo de Ainara, chaval. Cuando quiere, es como una caja fuerte. Mira que ella me suele contar todo, ¿eh? Pero cuando quiere guardarse algo, vamos, no se lo sacas ni a tiros. En Diciembre, que estuvo pachucha por lo que pasó con el cabrón aquel que le hizo daño, se pasó como una semana sin salir de la cama y le decía a todo el mundo que estaba con la regla.

Pedro se atragantó con la sandía y empezó a toser con violencia. Ferrán le dio palmadas fuettes en la espalda hasta que se le pasó el mal trago.

-Ya, ya.- murmuró él, zafándose.- Han sido las semillas.

"El cabrón aquel que le hizo daño". Genial, en cuanto se enterasen, le iban a volar los dientes. Putavida.

-Sí, pero, cuando le pasó aquello me lo contó, ¿sabes?- prosiguió Robin, ajeno al percance de Pedro.- Como que conmigo tiene esa confianza, entonces ahora...no sé.

-Va, tío, te diría que no te rayes. Mi prima está loquita por tus huesos, si en algún momento le quiere contar a alguien lo que le pasa, estoy más que seguro de que tú serás el primero.

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora