" Cuando tú quieras me abandonarás
En cualquier perrera
de cualquier provincia
Pero antes dame un poco de comer
De lo que fuimos algún día"
-Carolina Durante
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En cuestión de horas, aquel Estadio estaría a rebosar de gente. Las butacas que ahora eran puntitos de cuero rojo estarían atestadas de fanáticos enfundados en sus camisetas, los pasillos estarian ensuciados por algún cubo de palomitas caído o algún refresco derramado. El césped estaría recién regado, perfectamente recortado y arreglado, decorados con las lonas de dos banderas: la inglesa y la española. Por los altavoces del estadio, sonarían los himnos.
Pero en aquel momento, en la tarde de la víspera del partido, en aquellas butacas tan sólo había dos ocupantes: Robin y Ainara.
En el campo, una decena de trabajadores lo acicalaban para la ocasión: recordaban el césped, ajustaban la Red de las porterías, se aseguraban de que las líneas de cal estuvieran bien pintadas. Todo debía estar perfecto para el partido que estaba por disputarse. Robin pensó en que jamás había estado en un estadio tan en silencio.
-Robin.- Ainara no lo dijo como un reproche, ni siquiera como una forma de llamar su atención. Lo dijo casi como si estuviera pidiéndole perdón.- ¿Me estás escuchando?
-Sí, sí.
En realidad, estaba desconectado. Disociado total.
Ainara le había dicho que tenían que verse, que quería hablar con él. En cuanto se encontraron, ella no le besó, aunque él inclinó el rostro hacia ella con toda la intención. Se le notaba en los ojos que había estado llorando. Y ya, cuando estuvieron sentados en las gradas, ella, mirándose a la puntera de la zapatilla, le había dicho que quería dejarlo.
-¿Entonces por qué no me miras?
Porque si le miraba iba a doler más.
-No sé.
Ainara sacudió la cabeza. Pese a que en Alemania el sol apenas se hubiese dejado ver, tenía la carita con algo más de color, incluidas las ojeras, que estaban más violáceas. Ella se había presentado en el sitio donde habían quedado sin maquillar, con un hundimiento en los ojos que denotaba que no había dormido bien durante la noche.
-Yo...de verdad, lo siento mucho. No puedo seguir así. No puedo seguir actuando así porque sé que va a acabar haciéndote daño y no te lo mereces. Lo entiendes, ¿no?
No. No lo entendía.
-¿Es por mí?- preguntó él.
-No, amor.- Amor. Quizá fuera la última vez que le escuchaba llamarle así.-Es todo culpa mía. Creo que cuando empezamos a salir yo tenía cosas que no habían cicatrizado bien, y creo que todo me está volviendo de golpe, y eso me impide estar bien, me impide estar a gusto. No sé.
-Pero yo te puedo dar el tiempo que necesites.- insistió él, con una voluntad de salvar el barco que llevaba bastante tiempo encallado en el fondo del mar.- Para que te recuperes. Te esperaré.
Ella hizo un amago de sonreír, pero se convirtió en una mueca triste. Cerró los ojos, una lagrimita se resbaló por su mejilla.
-Si es que no es eso, es...
-Pedri.- sonó algo más ácido de lo que quería.
En realidad no estaba enfadado con Ainara. No podía enfadarse con ella. Si acaso, estaba enfadado consigo mismo: había empezado a salir con una chavala de veintiún años, que tenía el corazón roto de una ruptura reciente. Quizá él la había apresurado, quizá no le había dado tiempo a recuperarse bien. Quizá él había sido una tirita que no terminaba de ayudar a cicatrizar.
-No hagas eso.- dijo ella, volviendo a apartarle la mirada.- Ni siquiera es por él. Es que tiene que ver conmigo. Con nosotros. No entiendo lo que me pasa.
-¿No eres feliz?
-Sí lo soy. Y lo he sido. Pero es que no puedo quererte, Robin. Sí que he sentido muchísimo por ti, pero es que no es lo mismo que tú, ni lo que tú esperas de mí.- el labio inferior le tembló un poco. Se sorbió la nariz. En este punto, las lágrimas fluían con total libertad por sus mejillas, tiñiendo su piel de un suave color rosado.- Robin, yo...quiero quererte, mucho...pero no sé que me pasa que no puedo, es que no puedo...y tú has sido tan bueno conmigo...joder.
Robin tiró suavemente de ella para abrazarla. Apoyó el mentón en su coronilla y le frotó suavemente la espalda mientras ella seguía llorando contra su pecho, humedeciéndole la camiseta. La consolaba con tanto ahínco, con ese afán de protegerla, que se olvidó de que él también necesitaba que le consolaran.
-No llores.- susurró él, como si la tranquilizase después de una pesadilla.
-Lo siento, Robin, de verdad que lo siento.
Lo que más le dolía ni siquiera era que ella le estuviera dejando, sino verla así de destrozada, así de rota. La quería demasiado, aunque ella a él no. Es lo que tiene el amor, no necesita ser recíproco para estar, para sentirse.
-No pasa nada. Yo me precipité mucho.
-No, no, escucha.- se apartó para mirarlo a los ojos.- No me arrepiento en absoluto de nada. Ni de lo nuestro, ni de ti. Han sido de los meses más felices de mi vida, y te lo digo de verdad, pero...
-Ainara, no tienes que disculparte. En mi vida había sido más feliz que cuando he estado contigo. Incluso si ya no vuelve a pasar.- se le quebró un poco la voz.- Que haya pasado me ha hecho muy feliz.
Ella le miró con los ojos perlados de lágrimas. Seguía siendo la cara de la que estaba enamorado. Se llevó las manos a la nuca para tratar de desabrocharse el colgante para devolvérselo.
-No.- él la detuvo.- Es tuyo.
Ainara asintió.
-¿Te puedo dar un beso? El último.
Se besaron. Triste, tierno. El junte de unos labios que se amoldaban a la perfección de la práctica de los otros centenares de besos que habían compartido. Labios que ya se conocían y que lo hacían por una última vez. La boca de Ainara sabía a la sal de las lágrimas. Robin pensó en la primera vez que se besaron: en aquel mirador, tras su primera cita. Aquella noche él fue tan feliz, estaba tan emocionado por todo lo que tenían por delante.
Ya no quedaba nada por delante. Eso había sido todo.
La abrazó. Le besó la frente.
-¿Me odias?
-No, Ainara. Te voy a seguir queriendo siempre. Aunque sea de otra manera.
Al cabo de un rato, empezaron a resonar por los altavoces los himnos, para probar que funcionaba bien el audio.
-¿Nos vamos?- dijo ella, notoria la impaciencia por abandonar aquel lugar y aquella situación tan incómoda y dolorosa.
-Ve tú, yo necesito estar un rato solo.
Aunque en los ojos de ella habían unas ganas incontrolables de frenarlo, de quedarse con él, de lo que fuera, no objetó nada. Se fue.
Se fue.
Robin Le Normand se quedó solo. Lloró hasta que le ardieron los ojos. Después se levantó, se sacudió los pantalones color crema impolutos, se metió las manos en los bolsillos, y salió del estadio con la sensación de que le habían abierto un boquete en el pecho.
Sin novia. Y más importante, sin Ainara.
Ahora, para siempre.
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• NOTA DE LA AUTORA •
D.E.P. Robe, siempre serás eterno❤️🩹❤️🩹
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𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢
Fiksi Penggemar" 𝑺𝒆 𝒔𝒖𝒑𝒐𝒏𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒕𝒆 𝒆𝒏𝒂𝒎𝒐𝒓𝒂𝒔, 𝒏𝒐 𝒍𝒐 𝒆𝒍𝒊𝒈𝒆𝒔 " Pedro tiene una filosofía de vida muy clara: centrarse en su trabajo y disfrutar de su juventud sin ataduras. Sin embargo, cuando una noche de fiesta conoce a Ai...
