• La caída •

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Cuartos de final. Dos partidos para llegar a esa ansiada final de Berlín. En el hotel de la concentración zumbaba como un mosquito molesto el nerviosismo. Jugadores con cien, doscientos partidos jugados en sus respectivos equipos se sentían tan nerviosos como el día de su debut. La selección española llevaba años sin verse en una como aquella: cuartos de final contra los anfitriones. La prensa deportiva llevaba meses prediciendo a los alemanes como ganadores de aquella Euro. No tenían mucho a su favor, pero el haber llegado tan lejos no hacía sino demostrar que España estaba allí para romper con todas las expectativas.

Mientras se desplazaban en autobús al estadio, algunos compañeros lo comentaban. Que El Chiringuito predijo que Alemania ganaría la Euro, que en el Marca se debatían entre Inglaterra o Francia. Que aquí o allí decían Francia, decían Alemania, decían Croacia. Lo que ninguno había dicho era España. A algunos les desmotivaba ese dato, a otros les animaba a darlo todo en el campo y así callar unas cuantas bocas.

Pedro no sabía muy bien qué pensar. De momento, se había sentido bastante cómodo en el equipo. Funcionaban, incluso en los partidos que se atascaban un poco encontraban la manera de sacarlo adelante. Pero claro, los partidos contra los anfitriones siempre eran jodidos. Daba la sensación de que todo estaba de parte de los locales: el estadio, la afición, los árbitros. Resopló tratando de no pensar en ello. No merecía la pena ir con esa actitud a un partido que todavía estaba por disputar.

Hizo lo que Ángel le aconsejaba en sus sesiones de terapia: hombros relajados, tres respiraciones profundas, y repetirse el mantra:

Todo va a salir bien.

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-Por la roja moriré, soy español- canturreaba la grada. Al viento ondeaban decenas de banderas de España y al sol brillaban las camisetas carmesí, surcadas por franjas doradas.

Ainara se había puesto la camiseta con el Zubimendi a la espalda. Su primo apenas había tenido la ocasión de jugar, más allá de algunos minutos residuales como sustituto, pues su compañero de posición no era nadie más ni menos que Rodri, de los más sonados para el Balón de Oro, por lo que la titularidad para Martín estaba jodida. Pero tenía la esperanza de que aquel fuese el partido donde pudiese verlo sobre el césped. La prensa deportiva había mencionado que el pivote madrileño llevaba un par de días arrastrando molestias. Era solo cuestión de tiempo que Martín saliese en el once. Ainara soñaba con poder verlo jugar en la final, si es que llegaban, claro.

Fuera del estadio, los alemanes coreaban cánticos en su idioma, con las mejillas rojas de beber cerveza y la tranquilidad de quien se sabe anfitrión y favorito para ganar.

-Buah, tía, estoy nerviosa.- dijo Ainara, mientras tomaban asiento en sus gradas.

-Bebe una cerveza y se te pasa. Yo ya llevo tres.- dijo Haizea, mientras grababa un storie del campo todavía vacío, con la lona del logo de la Eurocopa desplegada sobre el césped y unos pocos miembros de staff y reporteros que circulaban por el perímetro, aprovechando los pocos minutos que les quedaban antes de que el verde se viese inundado en voleas, duelos y pitidos del árbitro.

-Uf, qué va, que luego empiezo a ver borroso y me pierdo medio partido.

Las luces del estadio no tardaron en parpadear, indicativo de que el partido estaba por empezar. Ainara notó cómo se le erizaba la piel en anticipación.

Ya estaba. Ese era el verdadero momento clave de aquella Eurocopa: ganarle al anfitrión.

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𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora