• Ese cabrón, Pedro •

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-¿Qué?- preguntó Ainara, como si necesitase ganar algo más de tiempo para organizar el caos que circulaba por su cabeza.

Robin no parecía especialmente enfadado ni especialmente triste, tan sólo estaba serio, como si todavía no hubiese terminado de procesarlo.

-Pedri.- insistió, no fuerte, sin levantar la voz, pero insistió.- ¿Habéis estado juntos?

Robin vió cómo la garganta de ella subía y bajaba al tragar saliva. Ainara ni pestañeaba. De repente, la habitación de hotel se antojaba minúscula y asfixiante. Su piel, recién limpia de la ducha, comenzó a teñirse de rojo.

Ella tomó aire, envalentonándose para decir lo que llevaba un año entero callando.

-Sí.- directo, perforador, como una bala disparada a quemarropa. Robin se olvidó de respirar.- Pero fue antes de que tú y yo empezásemos a salir.

Y de pronto, todo aquel último año, aquella primera vez que Ainara lloró frente a él en diciembre, todos aquellos silencios que Robin siempre trataba de descifrar, los momentos raros, las cosas que no le contaba, tuvieron su culpable. Todas aquellas piezas que no parecían tener cohesión se habían juntado de golpe.

Pedri.

Pedri, su compañero de Selección. Aquel chaval al que Robin siempre había admirado por su sencillez y humildad, además de por su innegable talento en el campo. Era el cerebro de cualquier equipo, tenía una creatividad y una visión para las jugadas que jamás había visto, especialmente en alguien tan joven. Y resultaba que aquel chaval no sólo había estado con Ainara, sino que encima era el que le había dejado destrozada y cuestionándose a sí misma.

Robin sintió una oleada fuerte de enfado, pero ni siquiera era con Ainara por no haberle dicho nada, ni con Pedro por haberle hecho daño a su chica, no. El enfado era consigo mismo por no haberse dado cuenta antes. Pensó en lo que le contó Ainara en diciembre: que el chico que le había roto con ella no quería que nadie supiera que estaba con ella. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Aquella obsesión con la privacidad era el pan de cada día en las vidas sentimentales de los futbolistas, más aún en los niños guapos del Barça.

Tenía demasiadas preguntas por hacer, pero la que en aquel momento le pareció más lógica fue la que terminó haciendo.

-Pero...¿habéis tenido algo ahora, en la Euro?

-No, no.- Ainara sacudió la cabeza con violencia.- La única persona con la que he estado has sido tú, Robin, te lo juro. Lo que tuve con Pedro fue mucho antes de que empezásemos a salir.

Robin se frotó los ojos con ambas manos.

-No lo entiendo. De verdad, que no...¿qué hacías con él en la discoteca?

Ainara resopló.

-Pues que cuando lo dejamos no hablamos del todo bien las cosas, y supongo que él quiere cerrar el círculo conmigo, pero yo no quiero. No lo necesito. No acabamos bien, punto. No quiero seguir removiendo en eso, y ya está, ¿Lo entiendes? Robin...- Ainara inclinó la cabeza, buscando la mirada de Robin. Respiraba con fuerza, y decía cada palabra con suavidad, como si le diese miedo pronunciar la siguiente, o como si pretendiese que hablar bajito quitase peso a lo que estaba diciendo.- Lo entiendes, ¿no?

Hombre, sí, Robin lo entendía, pero ahora todo había cambiado. Ahora "el cabrón ese" que había dejado a Ainara depresiva, insegura, sin ganas de salir en la cama, tenía nombre y apellidos, y era el chaval que entrenaba con él en la Absoluta, el cual siempre le había parecido majo, trabajador, innegablemente talentoso, buen compañero, buen chico. Y aunque Ainara se lo hubiese ocultado, no se podía enfadar con ella, porque antes que el enfado, lo mucho que la quería era tan desbordante que ocultaba todo lo demás, y tan sólo de pensar en perderla le dolía el pecho.

-No ha intentado nada, ¿no?

-No, no, Robin, te lo juro.- se apresuró a contestar ella.

Ainara se sentía como si estuviese desactivando una bomba. Cualquier cosa errónea que dijera podía provocar un estallido, y no quería. Decir una cosa u otra era como cortar el cable verde o el cable azul.

Robin tomó aire y se levantó de la cama. Se pasó la mano por la frente hasta arrugar su piel. Respiraba con fuerza, como si le costase. Y le costaba.

-Yo, Ainara...lo siento, pero es que ahora mismo no puedo.- dijo, con la voz fatigada, las palabras torpes.- Me tengo que ir, lo siento, sé que te había prometido que iba a dormir contigo, pero es que necesito estar solo.

-Ah...claro.- musitó Ainara.- Pero, eh...¿hablamos?

Robin salió de la habitación sin contestar. Necesitaba alejarse, salir a la calle a ver si así lograba respirar. Una chica en la calle le pidió una foto, él ni la miró. Se sentía desorientado, con náuseas. Llegó al hotel de la concentración, los recepcionistas le abrieron la puerta, pero tardó en subir. Se quedó un buen esto dando vueltas por el vestíbulo, centrándose en respirar. No podía subir a su habitación ese estado, porque algún compañero se cruzaría con él y le haría preguntas, y él no estaba preparado para las preguntas. Pese a ello, también ardía en deseos de hablar con alguien, pero se dio cuenta de que la persona en la que siempre pensaba cuando quería hablar con alguien era Ainara.

Ainara.

Bufó. Se sentó en uno de los sillones del recibidor. Encendió su teléfono. Su pantalla de bloqueo era una foto de Ainara, con el abrigo puesto, agachada para acariciar a Bibo, el perro lanudo de los vecinos de sus padres en Bretaña. Había sacado aquella foto cuando fueron a vistarlos en Semana Santa. A Robin le encantaba aquella foto. En realidad, le encantaban todas en las que saliera Ainara. Incluso aquellas que ella le pedía que borrase "porque salía fea". Para Robin ella nunca se veía fea. No lo era. En sus ojos, era la chica más guapa con la que jamás había estado. Y él había estado con chicas muy guapas, con influencers, con modelos. Pero Ainara era distinta. Lo que la hacía preciosa no era el físico. De hecho, el físico era lo de menos. Era ella, en su totalidad. La forma en la que hablaba de las cosas, cómo sabía reírse de sí misma, su carácter, su falta de miedo a la hora de mostrase tal y como era. Todo aquello le hizo enamorarse. Perdidamente, llenando y llenando un corazón que ahora estaba roto. Roto en el sentido literal; Robin podía sentir el dolor en su pecho.

Y, técnicamente, no había pasado nada, pero aquella bobada, saber que el chico que le hizo aquello fue Pedro, su compañero, el chico al que había abrazado para celebrar goles. Había odiado durante meses a un chico que, sin saberlo, tenía agregado en WhatsApp.

Se secó las mejillas mojadas, tomó aire hasta que le ardieron los pulmones, y cogió el ascensor hasta el piso donde estaba su habitación.

-Ese Robin.- dijo Unai, cruzándose con él en el pasillo, probablemente buscando salir un rato al exterior para hablar por teléfono con su novia. Robin respondió con un asentimiento de cabeza. Cerró la puerta de su habitación tras de sí, exhalando con fuerza al hacerlo, como su por fin pudiese respirar.

Se dejó caer sobre la cama sin siquiera quitarse los zapatos. Suspiró. Al día siguiente, hablaría con alguno de sus compañeros.

Su teléfono vibró en el bolsillo de su pantalón. Sobre la foto de Ainara con Bibo apareció un mensaje de la misma.

Ainara🤍🌊

Por favor, no quiero que nos vayamos a dormir enfadados

Robin apagó el teléfono.

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• NOTA DE LA AUTORA •

*yo pasándome por aquí cada mes para aterrorizaros emocionalmente*

UAUSJSJSJSJSJS NO ME ODIEIS PERO HE ESTADO MUY LIADA😭😭😭😭😭😭 y encima escribir este tipo de escenas son lo que más tiempo me lleva, y muchas veces siento que no es lo suficientemente buena, aunque no os preocupéis que probablemente los edite todos en un futuro.

Un besitoooo💕💕

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora