• Tentación •

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La escena de la noche alemana era muy distinta a la española. Era complicado encontrar alguna discoteca que no pusiese música electrónica que taladrase los oídos, pero no imposible. Por algún milagro divino, Dani Olmo, quien se había pasado los últimos cuatro años jugando en un equipo de Alemania, conocía un local de Berlín regentado por españoles, en el que ponían reggaeton, por lo que todos los jugadores de la selección habían acudido allí como polillas a la luz para celebrar la victoria sobre el equipo anfitrión. Acomodados en un reservado, los hombres hablaban, bebían, celebraban.

Sintiendo todavía el ardor del licor en su lengua, Ainara, visiblemente desinteresada en el ambiente que habían creado los jugadores, miraba distraída hacia la pista a pie del reservado, los cuerpos que bailaban. Se había puesto unos vaqueros ajustados y un top negro, se había pasado un poco la plancha y se había maquillado lo justo. Tampoco es que le apeteciese mucho salir, pero bueno.

-¿Todo bien?- se volvió para ver a Robin, en cuyo regazo estaba sentada. Acariciaba con suavidad sus piernas, tratando de sacarla su ensimismamiento.

Ella asintió, regalándole una sonrisa.

-Sí, todo bien.

Y le dio un pequeño beso en los labios. Aunque quisiera evitarlo, su cabeza estaba en otro sitio, en un sitio en el que no quería que estuviera, pero al que no podía evitar acudir.

-Creo que voy a ir un momento abajo. Quiero fumar, y quizá aproveche para ir al baño.

Aunque podía leer un poco de incredulidad en los ojos de Robin, éste asintió.

-De acuerdo. ¿Quieres que te acompañe?

-No hace falta.- aseguró, levantándose de su regazo.

Se echó el bolso al hombro y salió del reservado. Bajó las escaleras, entrando de lleno en la marea de cuerpos que atestaban la pista de baile. Por irónico que pudiera parecer, fue entre aquella asfixiante multitud donde Ainara sintió que podía por fin respirar. Hundió sus manos en las raíces de su pelo, apretando con tanta fuerza que sentía la presión en su cráneo.

¿Qué le estaba pasando?

Cerró los ojos y alzó la vista hacia el techo, inspirando con profundidad. Las cambiantes luces de colores parecieron haber dañado su vista, porque cuando volvió a bajar la mirada a la multitud, hubiera jurado que había visto a Pedro. Se estaba volviendo loca.

No, espera. Era Pedro, de verdad. Emergió de entre los cuerpos hacinados como una aparición fantasmagórica y se acercó hacia ella, cojeando por la lesión.

-Ainara...- murmuró, por debajo del estruendo de la música.

Ella ni siquiera se molestó en contestar. Comenzó a empujar los cuerpos que se apretaban contra el suyo, en búsqueda de la salida, o de crear distancia, toda la posible. Encontró, sin embargo, la barra del lugar. Apoyó los codos en ella, en búsqueda de la atención de la camarera, buscando también cualquier cosa para desviar su atención del canario que, por supuesto, no tardó en alcanzarla.

-Ainara.- volvió a intentar captar su atención. Ella mantenía la vista fija en la camarera, con el pelo teñido de rubio platino y la piel atestada de tatuajes que se movía de un lado a otro en la barra, haciendo acopio de todas sus fuerzas para no mirarlo.- ¿Podemos hablar, por favor?

-No deberías estar por aquí con la pierna así.- dijo ella, cortante como una cuchilla. Volvió el rostro hacia el frente, ignorándolo por completo.

-Por favor, Ainara. Yo...

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora