91. Piscineo

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Juanjo y Martin están prácticamente corriendo por las calles de Madrid, tratando de llegar a Atocha a tiempo. El maño cada vez lo ve más crudo, está empezando a dudar de que vayan a conseguir coger el tren a tiempo. Y cuánto más crudo lo ve, más se enfada con Martin.

—Y cincuenta y dos ya, es que me da algo, joder. Como no me apure yo, no llegamos a ningún lado, y tú siempre a lo tuyo —suelta, mientras camina acelerado, dando grandes zancadas y tirando de la mano de Martin.
—Lo siento... —murmura el vasco medio ahogado, intentando seguirle el ritmo a su enorme novio (cuando un paso de Juanjo son tres suyos).

La alarma ha sonado y por primera vez en la vida, Juanjo se ha quedado dormido tras apagarla. El aragonés siempre está tirando de Martin, que ya está acostumbrado a depender de él, y esta vez no les ha salido bien.

Cuando llegan al fin a la estación de Atocha, Juanjo mira la hora y lo da por perdido: el tren salía, en teoría, hace seis minutos.

Mira hacia atrás y ve a Martin rojo como un tomate y todo sudado. Él también está sudado, pero el vasco tiene mal aspecto. El pelo se le pega a la frente y los labios se le han quedado descoloridos. Se olvida inmediatamente de su enfado hacia él, y lo coge de los hombros, preocupado.

—¡Martin! ¿Qué pasa?
El chico se agarra al brazo de Juanjo, sintiéndose muy desequilibrado y mareado. El maño corre a sujetarlo de la cintura para sostenerlo.

—Estoy... tengo calor... y me duele la cabeza —murmura Martin, que empieza a ver borroso.

Juanjo le coge la mochila para liberarlo del peso y lo guía afuera de la estación.
—No, ¿qué haces...? Vamos a coger el tren... —se queja Martin, forcejeando débilmente.
—Cariño, estás a punto de caerte al suelo. Ahora mismo no me importa el tren, me importas tú... —dice Juanjo, con voz tranquilizadora. —Además, no te ralles que igualmente no llegamos ni de coña.

Lo sienta en un banco a la sombra y saca la botella de agua de la mochila. Se moja la mano para refrescarle el cuello al chico y le limpia las gotas de sudor de la carita. Comienza a abanicarlo con el papel donde imprimió los billetes de tren que ya no van a usar, y al fin a Martin se le pasa el malestar.

—¿Mejor? —pregunta Juanjo.
—Sí. Perdón.
—Ni perdón ni hostias. Es que con este calor cualquier día de estos nos morimos en esta ciudad, mi niño, pobrecico.
—No, perdón... por pasar tanto de los horarios. No es justo que siempre lleves tú toda la carga.

Juanjo suelta un suspiro y tarda un poco en contestar.
—Pues no, Martin. No es justo.
—Voy a poner más de mi parte, te lo prometo —le asegura el menor.

Juanjo le dedica una mirada invadida de mil sentimientos, desde enfado, pasando por pena, y llegando hasta resignación. Mira al suelo y apoya su mano en el muslo de Martin.
—Venga, anda, vamos a llamar a un coche.

***

Al final se dirigen hacia Magallón por carretera, en un trayecto de unas tres horas. Más tarde se enterarían de que, debido a un colapso en la red ferroviaria, su tren nunca llegó a Atocha, así que pedir un coche fue su mejor decisión.

Los chicos se acomodan en los asientos traseros del vehículo, listos para afrontar el viaje. Martin se acuesta apoyando la cabeza en el muslo de Juanjo, y este, casi por inercia, comienza a acariciarle el pelo. Para el vasco, esto es un "estamos en paz" en toda regla. Se duerme enseguida.

Juanjo, sin dejar de enredar sus dedos distraídamente en los mechones castaños de su novio, apoya la sien contra la ventanilla. Cierra los ojos, escuchando de fondo la música jazz que el conductor tiene puesta.

Detrás de cámaras - Juanjo y MartinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora