93. La gravedad

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(este es algo más largo de lo normal, para compensar los días que llevo desaparecida jeje)

Juanjo, Martin, Ruslana y Lucas presencian un partido olímpico de tenis. El vasco, que básicamente no sabe nada de tenis, no entiende muy bien qué están viendo.

—Pero no tiene sentido... ¿por qué el contador ese dice dos, seis y cuarenta? ¿Qué puntos son esos?

Juanjo suelta una risilla enternecida ante el tono de frustración de su chico. Tampoco es que él sea experto en tenis, pero al verlo a menudo con su familia comprende el juego. Le explica a Martin con paciencia el funcionamiento de los sets y los puntos, y este lo escucha atentamente.

Martin se da cuenta a mitad de la explicación de que está prestándole más atención a los labios del maño cuando habla que a las palabras que salen de ellos.

—¿Lo entiendes? —pregunta Juanjo al terminar.
—Eh... —murmura el menor, volviendo a la realidad. —Sí, sí —miente, con una sonrisa. —Creo que ahora sí. Gracias por explicármelo, amor.

Juanjo le devuelve la sonrisa, orgulloso de sus conocimientos, y se inclina para juntar sus labios en un suave beso.

—Ay, coño. Yo tenía que escribirle a mi madre, que quería saber a qué partido veníamos —dice Juanjo, de pronto.

Como su móvil está en la mochila, bajo su asiento, coge sin pensárselo el de Martin que reposa sobre su muslo.

—No me jodas que te has configurado el teléfono en francés.
—Estamos en París, ¿no? —suelta Martin a modo de respuesta, con una sonrisa pilla.
—Ahora no entiendo lo que pone... ¿Dónde tienes a mi madre...? Ah, ahí está, "Nievecitas".

Lo de ser novios significa muchas cosas, y Juanjo opina que una de las más importantes es la confianza absoluta. Para él, su móvil es sagrado, siempre lo lleva encima como una extensión de su cuerpo, y le agobia mucho que se lo cotilleen. Pero no hay nada ahí que le ocultaría a Martin, y viceversa. Ni conversaciones, ni llamadas, ni reflexiones escritas en las notas del móvil: no hay nada que teman compartir el uno con el otro.

***

Al mediodía pasean por Montmartre, el barrio parisino de los artistas. Martin está en su salsa, fotografiando esquinas "bohemias" y tirando de sus amigos para explorar bonitas tiendas artesanales. 

Pasan por Le Maison Rose, un pintoresco restaurante en mitad de una calle que parece de cuento de hadas. Martin le pide a Lucas, quien disfruta haciendo de fotógrafo, que lo fotografíe frente a ese lugar. Pero Ruslana se le cuela.

—¡Hmm! —murmura Martin, con el ceño fruncido. Pero es tarde, la ucraniana está posando como una modelo ante la cámara de Lucas. —¡Tío, que iba yo! —se queja, sacudiendo el brazo de Juanjo con frustración. El maño está más pendiente de guiar al grupo con el Google Maps que de las disputas de los dos pequeños.

—Hmm... perdona, cariño, dime.
—¡Encima no me haces caso! ¡Te digo que Ruslana se me cuela siempre! Ayer igual, quitándome el micro en lo de los Juegos Olímpicos.

Juanjo le rodea los hombros con el brazo y le da un besito en la sien para calmarlo, pero el vasco se lo sacude de encima, enfadado.

Se cruza de brazos y observa enfurruñado a Ruslana sacándose fotos. Juanjo vuelve a intentar acercarse a su chico picón, y le da una cariñosa palmadita en el culo.
—Venga, no seas tonto, tranquilízate —le dice, con voz dulce.
—¡Es que siempre está igual!
—No te enfades, anda. Que no la ves nunca, a tu melliza. Con lo mucho que la quieres, bobo.

Detrás de cámaras - Juanjo y MartinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora