Juanjo está de camino al estudio, en Barcelona, listo para su segundo día componiendo con artistas a los que admira muchísimo.
Ve por el rabillo del ojo a un grupo de chicos esperando al bus. Se da cuenta de que lo miran y comienzan a hablar entre ellos. Parece que lo han reconocido. Sigue caminando, esperando una de tres posibilidades: la primera que lo paren para una foto, la segunda que lo fotografíen disimuladamente y se encuentre la foto dentro de un par de horas rulando por redes, y la tercera que no hagan nada.
Le sorprende un poco que lo hayan reconocido estos chicos tan... cayetanos. Son de estos que llevan mocasines y jerseys anudados a los hombros. Digamos que no son su público habitual.
Pasa por delante de ellos con normalidad, y piensa que va a ser la tercera opción. Cuando los pasa de largo, de pronto, uno de ellos suelta:
—Maricón.
Juanjo se queda absolutamente paralizado por un momento, un segundo de sorpresa en el que detiene su camino. Y entonces, tras este vacile momentáneo, sus piernas echan a andar casi de manera inconsciente, manteniendo un ritmo acelerado.
El corazón le late a dos mil por hora y su respiración va como si acabara de correr una maratón. Siente que en cualquier momento podrían fallarle las piernas de los nervios que las recorren.
Llega a duras penas al estudio y se sienta en un banco de la calle que hay cerca de la entrada. Se queda un par de minutos mirando al infinito, impactado, la pierna derecha le tiembla imparable y por su mente corren miles de pensamientos.
¿Me reconocieron? ¿O solo cuchicheaban porque les... parecí gay? ¿Tan gay parezco? ¿Lo asumieron por mi ropa, o mi forma de caminar? Imposible, deben de haberme reconocido...
A punto de estallar de los nervios y con los dedos temblorosos, marca el número de teléfono de Martin.
—Dime. —El vasco está en el rodaje, Juanjo lo sabe. Sabe que esta llamada le vendrá fatal ahora mismo, pero necesita hablar con él. Se queda callado un momento, sin saber muy bien cómo decírselo. —¿Mi amor?
—Martin. Eh... lo siento, sé que estás trabajando, es que... bueno, eh...
—¿Qué pasa, cariño? —Martin y sus compañeros están pasando texto para la siguiente escena, pero sabe que Juanjo no lo llamaría en mitad del rodaje si no fuera importante.—Es que... Me acaban de gritar por la calle... Me han... me han dicho "maricón". —Juanjo lo suelta, y ni él se lo termina de creer.
Martin tarda unos segundos en reaccionar, sorprendido.
—¿Que te...? Oye, espera, ¿dónde estás? ¿Estás bien, te has alejado de ahí? ¿Te han hecho algo? —pregunta, acelerado y preocupado.—Estoy bien. Lejos de ellos.
—Joder... ¿era un grupo? —a Martin se le saltan las lágrimas al imaginarse a su chico vulnerable y solo.—Eran unos cuantos, sí. Pensé... pensé que eran fans —dice, soltando una risa amarga ante su vergonzoso error.
—Dios... Lo siento muchísimo, mi vida —dice Martin, limpiándose las lágrimas. —Qué impotencia, ¿seguro que estás a salvo?
—Sí, sí.
—¿Y cómo estás?—Pues... Impactado. Nunca me había pasado algo así, en la calle...
—Lo siento, mi amor.
—Me he sentido un gilipollas. Ahí solo, callado, intentando alejarme de ellos cuanto antes como un puto miedica.—Miedica no, sensato. Menos mal que te fuiste, porque si te hubieses enfrentado a ellos... —Martin se obliga a dejar de pensar en qué podría haber pasado, porque la idea de Juanjo saliendo de ahí herido o incluso... No. Se acabó, se niega a ir más allá.
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Detrás de cámaras - Juanjo y Martin
Romansa¿Qué nos perdimos entre Martin y Juanjo cuando no había cámaras? Basándome en cosas reales, imagino momentos y conversaciones que pudieron ocurrir. La historia está en orden cronológico, desde las semanas en las que Juanjo aún tenía miedo, vemos su...