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Llegar a la casa de Kevin fue como entrar en un mundo completamente distinto. Su apartamento era el ápice del lujo moderno, con una decoración que parecía sacada de una revista. Las paredes blancas bajo la luz fría de las lámparas minimalistas iluminaban cada espacio perfectamente, y cada rincón estaba impecablemente decorado con plantas estratégicamente posicionadas y detalles que gritaban buen gusto.

La sala era especialmente llamativa: una gran alfombra gris cubría casi todo el espacio, y sobre ella descansaban sofás amplios de terciopelo rojo, rodeando una mesa ratona de vidrio y caoba que parecía tan costosa como el alquiler mensual del lugar. Miré a mi alrededor orgullosa, sabiendo que este era el resultado del trabajo de Anthony y su bolsillo generoso, donde Kevin no podía merecerse menos.

—¡Siéntense, acomódense! ¡Están en casa! —exclamó Kevin mientras se deshacía de su abrigo y se lanzaba a uno de los sofás.

Alastor se acomodó con esa gracia innata que siempre lo acompañaba, cruzando una pierna sobre la otra mientras observaba el entorno con una leve sonrisa, como evaluando cada detalle. Me senté junto a él, todavía ajustándome a la idea de estar en medio de este despliegue de opulencia.

Kevin hablaba sin parar, mientras Anthony colocaba las bolsas y cajas en un rincón antes de sentarse en el extremo opuesto del sofá.

—¡Es que lo sabía! ¡Lo sabía! —gritó Kevin, levantándose de golpe y señalándonos como si acabara de resolver el mayor misterio del siglo—. Desde aquella vez, desde esa entrevista en la emisora. Había algo en el ambiente, esas miradas, ¡estaba seguro!

Me tensé ligeramente, intentando no cruzar la mirada con Alastor, quien mantenía una expresión de absoluta calma, aunque había un destello de diversión en sus ojos.

—Chico es que, ¡Anthony, tenías que verlo! ¡Se la comía con los ojos! —continuó mientras desaparecía hacia la cocina, dejando nuestras risas nerviosas atrás—. ¡Y mira ahora! Es que esto es increíble, ¡magnífico!

—Pues qué decirte, mi estimado, no todos podemos resistirnos a tal belleza de mujer. —comentó Alastor con un tono encantador, dirigiéndome una mirada que me hizo sentir un ligero calor en las mejillas.

—¡Por favor, basta! —repliqué entre risas, golpeando suavemente su brazo para intentar desviar la conversación.

Kevin volvió con una bandeja que contenía vasos y una botella de whisky. Con la energía de un anfitrión profesional y la emoción de un niño en Navidad, comenzó a servir con movimientos exagerados, narrando con dramatismo cada anécdota que recordaba sobre nosotros.

—¡Es que lo sabía! —repitió por quinta vez, sirviendo un trago para cada uno antes de alzar el suyo— ¡Y luego cuando estábamos en el hotel te hacías la indiferente! Pero ya que, ¡Por ustedes dos!

Levantamos los vasos entre risas y brindamos. La conversación fluía fácilmente, aunque yo me aseguraba de saltear y maquillar ciertas partes de nuestra historia con mentiras piadosas.

De repente, Kevin se levantó, chasqueando los dedos como si acabara de recordar algo importante.

—¡Ya vengo! —dijo antes de desaparecer hacia otra habitación, dejándonos solos con Anthony.

El silencio se instaló brevemente en la sala antes de que Anthony, que había estado mayormente callado, se removiera en su asiento antes de llamar mi atención con señas exageradas. Sus manos se movían frenéticamente en el aire y sus ojos, clavados en mí solo me presionaban aún más. Ya que no le entendía nada.

Primero levantó ambas manos y simuló un pájaro volando.

—¿Un pájaro? —pregunté en un susurro, confundida.

Sinfonía de la muerte (Alastor x Tn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora