A pesar de llevar el mismo apellido, no era para nada parecida a su familia.
Alnitak Black conocerá a esa parte de la familia, que despreciaron a su abuelo por nacer diferente, cuando ella entre a Hogwarts, pero no todos ellos son despreciables, en...
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La casa era más pequeña que la mansión donde creció, pero para Dorcas eso no importaba, la adoraba y más porque Marlene aceptó su propuesta de irse a vivir con ella.
Cada mañana que la pasaban juntas era como despertar en otra vida, una dónde no existía la guerra, una dónde solo tenían que preocuparse porque el desayuno no se les quemara o no quedarse dormidas y llegar a tiempo a la academia o al ministerio donde habían conseguido trabajo de medio tiempo.
Daría lo que fuera porque así fuera.
Porque esa mañana Dorcas no había podido dormir más, seguía pensando en el ataque de Remus, la misión suicida de ir a rescatar a esa amiga que hizo el castaño, y las constantes amenazas que Barty Crouch le hacía cada que la encontraba en los pasillos del ministerios, todos relacionados a su gran amigo Evan Rosier. Por suerte su padre no había decidido ir a buscarla a ese lugar, no sabía nada de él y no sabía si quería saber.
Sin poder volver a dormir, decidió no molestar a Marlene, que dormía tan plácidamente, y prefirió ir a comenzar a preparar el desayuno, ser fin de semana era un agradecimiento, no tenían que apresurarse para llegar a tiempo a ningún lugar hasta en la tarde, a una reunión que tenían con la Orden.
Movió la varita y las naranjas comenzaron a ser cortadas por el cuchillo y después exprimidas gracias a la magia, mientras ella sacaba unos huevos y tocino del pequeño refrigerador, por lo menos, eso ya no se le quemaba como al principio, así que se daba el lujo de llevarle el desayuno a su novia a la cama.
La radio que Marcus le había regalado estaba encendida y la música sonaba en un tono bajo para no despertar a la rubia.
Estaba tan concentrada que no se dio cuenta del búho de plumas oscuras que se paró en la ventana de la cocina, hasta que esté soltó un chillido fue que volteo a verlo. Tenía una carta en el pico y apenas se acercó, el ave la soltó y salió volando sin esperar nada.
No era la primera vez que ese mismo búho aparecía para dejar una carta, así que supo de quien era antes de poder tomarla. El sello de color azul marido se lo confirmo: era de la familia Rosier.
Tratando de no alterarse por eso, rompió el sello y comenzó a leer el contenido, escrito con letra elegante y precisa, y el aroma de perfume caro se libero al instante, como si fuera un sello más.
Mi querida Dorcas:
No sabes cuánto me alegra saber que sigues con vida, verte pasearte por ahí me da cierta tranquilidad, no lo hago como lo hace un acosador, quiero aclarar, solo lo hago como lo que soy, tu prometido, porque eso no cambiara.