Capítulo 17: Alexandra

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-¡¿CÓMO QUE ALEX SE HA IDO CON GIDEON?!- La voz del chico hizo que todos se mantuvieran callados, y bastante intimidados. Ver un Ethan enfadado era mil veces peor que el apocalipsis.- ¡¿Y HAS DEJADO QUE SE VAYA CON ESE?! ¡¿CÓMO LO HAS PERMITIDO, ALICIA?!
-Ethan, lo siento, yo…
-¡¿QUÉ LO SIENTES?! ¡EL PERDON NO SERVIRÁ DE NADA SÍ ESE DESGRACIADO LE HACE ALGO A MI HERMANA!
-Ethan, cálmate.- Darío le colocó una mano en el hombro, y por sorpresa de todos el chico no reacción con otro de sus gritos, sino que cogió aire con resignación.- A ver, Ali ¿te ha dicho dónde tenían pensado ir?
-Alex dijo que no lo sabía.- El mellizo de ojos celestes soltó bufido y se sentó en una de las sillas del bar con las manos en la cabeza.- Pero me habló sobre un sitio con un lago y un tren…
-¿Un lago y un tren?- Rubén se había acercado a su hermanastra, con un rostro totalmente crispado y repleto de preocupación.- ¿Estás segura que te ha dicho eso?
-Sí, sí, estoy segura.
-¿Sabes a que sitio se refiere?- Rubén asintió con su cabeza delante de la pregunta de Darío y levantó a Ethan de la silla.- Venga, Ethan, arriba. Iremos a buscar a tu hermana.
-¿Y cómo vamos? La moto sigue en ese maldito aparcamiento de las carreras infernales. Para cuando llegue ya será demasiado tarde.
-Yo tengo el coche en los aparcamientos del internado.- Anunció Rubén mientras se colocaba su chaqueta roja, y se la subía hasta su esternón.- pero solo puedo llevar a cinco personas. Uno se tendrá que quedar.
-¡Yo no me quedo!- Una voz de pito y que todos habían olvidado por completo sonó a medio metro del suelo. Todos bajaron sus miradas hacía la dirección de la pequeña Estrella con la mano levantada, como sí pidiera permiso para hablar en clase.
-Yo me quedaré con mi hermana.- La voz de Héctor sonó en una esquina de la cafetería. Ethan ni siquiera se había percatado de que su mejor había estaba allí, y que vestía demasiado formal para estar un sábado por la tarde en Las Dominicas.- Id vosotros.
-¿Y qué pasa con tu cita?- La pregunta de Claire hicieron que todas las miradas repletas de curiosidad se fijasen en Héctor. El muchacho se encogió de hombros y cogió la rosa que había dejado encima de una de las mesas de la cafetería, para agacharse en frente de su hermana y dársela a ella.
-Valeria me ha dejado plantado, otra vez. Y yo tengo a una princesa a la que cuidar.- Estrella mostró una sonrisa tímida delante de todos los que la miraban, y después de coger la rosa y olerla, abrazó a su hermano. Héctor la cogió en brazos, y todos se hubieran muerto de ternura, pero sin duda que ese chico y Valeria (su Valeria) fueran a tener una cita, los había dejado totalmente desconcertados. Exceptuando Darío que siempre estaba sacando a la gente de sus ensoñaciones.
-¡Rubén, enséñanos dónde tienes el coche aparcado! Seguro que nos llevan un buen camino de ventaja.
-Y con lo lento que conduce mi hermano para cuando lleguemos dónde estén ellos dos, seguro que ya habrá amanecido.- Después de las palabras de Alicia, todos salieron pitando de la cafetería para dirigirse al automóvil del camarero. Héctor y Estrella se habían quedado solos entre las sillas y las mesas de la cafetería, y la pequeña fue la que rompió el silencio.
-¿Y ahora, qué hacemos?
-Llamaremos a los papás y les diremos que en quince minutos estaremos en casa. Y cuando lleguemos sí quieres podemos pasarnos la noche entera viendo la película que quieras.
-¿Podemos ver la nueva de Disney de Romeo y Julieta? ¡Es muy bonita aunque al final se mueran los dos protagonistas!- Estrella se llevó sus manos a su boca e hizo un ruido extraño.- ¡Lo siento! No quería contarte el final de la película…
-No pasa nada, princesa. Mientras la veamos juntos con un buen paquete de palomitas saladas y mucho chocolate, haré que me sorprendo cuando llegué el final de la película.- Y entre esas palabras salieron de la cafetería, dejando como eco la risa de la pequeña Ruiz.



-Adam, esta ya es la décimo cuarta vez que te llamo. Por favor, contéstame.- Diana colgó el teléfono y lo dejó encima de la mesa de la cocina.
La pelirroja no podía ni sentarse de lo nerviosa que estaba. Llevaba desde las cuatro de la tarde sola en casa, y con la promesa de que Adam volvería antes de la cena, y ya casi estaban en la madrugada del domingo. Diana había intentado distraerse viendo la vieja temporada de “Como conocí a vuestra madre”, pero no le había servido de mucho porque era la serie que Adam y ella nunca se cansaban de ver una y otra vez. 
Tampoco tenía hambre, y mucho menos sueño. Por suerte Alicia había tenido la decencia de llamarla y decirle que pasaría la noche en el internado con las chicas, así que estaba tranquila con su pequeña. Se había dado una ducha para relajarse, pero al ver que seguía sin haber noticias de su marido había comenzado a llamar cada tres minutos.
Diana miró el móvil, completamente atacada. Cogió su BlackBerry rosa y cuando iba a marcar el número de su pequeño Robín Hood, el teléfono fijo de casa comenzó a sonar. La chica dejó su móvil encima de la mesa de nuevo, y se acercó al inalámbrico para pulsar el botón verde.
-¿Quién?
-¡Hola, Diana! ¿Qué tal?
-¡Oh, Félix! Por favor, dime que Adam está contigo.- Se escuchó un silencio que a Diana se le hizo eterno.- ¿Félix?
-No… no está aquí ¿por qué? ¿Habéis discutido? Dani, espérate un momento que me conteste.
-¿Está allí Daniela?
-Sí, está preocupada porque me ha escuchado ¿Habéis discutido?
-No, no, pero hemos estado un rato en el Parque del Sapo, y ha habido un momento que Adam y yo nos hemos separado y ha venido un hombre muy extraño preguntándome de qué conocía a Adam.
-¿Un hombre extraño? ¿No lo conocías?
-No, y él a mi tampoco. Después llegó Adam, y se puso a la defensiva con ese hombre. Me dijo que me llevaría a casa y que antes de cenar estaría aquí, pero todavía no ha llegado y no me coge el móvil, y…
-Diana, tranquilízate. Vamos para tu casa, trataré de ponerme en contacto con él. Sí sabemos algo de él nos llamamos ¿vale?
-Vale, muchas gracias, Félix. Hasta ahora.- La otra línea fue la primera en finalizar, y Diana dejó el teléfono a un lado de su móvil.
Esta vez se sentó en una de las sillas, y comenzó acariciarse varios mechones de su melena rojiza. Es una manía que lo hacía des de su juventud y que no había sido capaz de dejar de hacerlo. Así que a la mínima que la chica se ponía nerviosa todos lo sabían, y era algo que a veces Diana odiaba. La mujer volvió a mirar su BlackBerry rosa y no pudo aguantar más y llamó por decimoquinta vez a su marido.



-¿Cuántos litros de alcohol y kilos de marihuana has tenido que vender para comprarte esta monstruosidad?
-Menos mal que no has insinuado sí lo he robado directamente, rubita.
-Como me vuelvas a llamar rubita me bajo del coche y damos la cita por terminada. Acuérdate que la acepté a cambio de que no me llamases así.
-Está bien ¿y cómo te llamas?
-¿No sabes mi nombre y me has pedido una cita?- Alex se desapoyó del respaldo de cuero beige del descapotable de Gideon, y percibió cómo sus mechones se alborotaban a su alrededor a causa del viento. El chico desvió un momento su mirada de la carretera totalmente a oscuras por la que iban, y observó a la muchacha.
-Escuché como te llamaba tu hermano, pero quiero escucharte nombrar tu nombre.
-¿Eres muy raro, nunca nadie te lo ha dicho antes?- El chico soltó una carcajada y asintió con su cabeza.- Me llamo Alex, ¿y tú?
-Alex es nombre de tío.
-¡No es nombre de tío! También es para chica.
-Dime tu auténtico nombre, entonces.
-¿Pero qué dices? ¡Me llamo Alex y punto!
-Imposible. Es como sí yo me llamase Carmela. Es nombre de tía lo mires por dónde lo mires.
-¡Pues no, listo! Porqué Alex es un diminutivo de mi nombre Alexandra.
-¿Alexandra? Eso ya está mucho mejor. Un placer conocerte Alexandra.
-Espera ¿Qué?- Alex entrecerró sus ojos con cólera, y Gideon aunque no la mirase sabía que la estaba haciendo enfadar.- Ni se te ocurra llamarme así, Gideon.
-Tengo una pregunta para ti, Alexandra ¿por qué me preguntas como me llamo sí ya sabes mi nombre?
-¡No me llames Alexandra, imbécil!- Gideon soltó una carcajada y Alex, dejó de mirarle para apoyar su espalda de nuevo en el asiento del coche del chico, y cruzarse de brazos.- Y yo te pregunto lo que a mí me da la gana, que para eso preguntar es gratis.
-Sí, la otra cosa es que yo te responda.
-Hablando de preguntas y respuestas, tengo varias para ti.
-¿De qué, de preguntas o de respuestas?
-¡De preguntas, idiota!- El chico volvió a reír, y porque en esos momentos el muchacho de cabellos castaños que se alborotaban con la velocidad del viento sobre su cabeza, está conduciendo, que sí no lo cogía de éstos y se hacía una nueva bufanda.
-Está bien, pero yo también quiero respuestas.
-Vale, pero empiezo yo que para eso soy la dama de los dos, creo…- Gideon volvió a reír, y Alex estuvo a punto de hacerlo, pero el chico abrió su boca y estaba segura que iba a decir algo que provocaría un accidente.
-Te diría que eso suena más ofensivo para ti que para mí, pero sin duda eres una dama preciosa incluso con todos esos pinchos y esa purpurina que cubre un rostro hermoso.
-¿Intentas piropearme, Gideon, o a lo mejor son imaginaciones mías?
-No, no son imaginaciones tuyas. Ya he respondido a una pregunta tuya, ahora me toca a mí: ¿Qué edad tienes?
-Diecinueve.- El chico alzó sus dos cejas y de nuevo dejó de mirar la carretera que solamente estaba alumbrada por las luces del coche negro de Gideon.- ¿Qué pasa, no me crees?
-Vas a un instituto, Alexandra.
-He repetido… dos veces.
-¿Eres vaga o has tenido malos años con temas familiares?
-¿Y no podría ser que soy tonta, directamente?- La chica esperó la risa de Gideon, pero nunca llegó. No parecía que ese tipo de bromas le hicieran gracia.
-No. Eres más inteligente de lo que quieres demostrar a los demás. A lo mejor por eso hayas aceptado una cita conmigo.
-Malgastaría una de mis preguntas para terminar de entender tu respuesta, pero no quiero volver a perder una ronda de mis preguntas.
-¿Lo ves? A eso me refería. Eres más lista de lo que quieres demostrar. Vale, Alexandra, pregunta.- La muchacha de cabellos dorados que en esos instantes se los estaba recogiendo en una coleta alta, iba a volver a replicar por como la había llamado, pero prefirió plantear su cuestión.
-¿Cuántos años tienes?
-Diecinueve.- El chico la miró un momento con una de esas sonrisas que podría arrastrar a cualquiera al fin del mundo sin darse cuenta, pero su voz la despertó de su ensueño.- Ya hemos llegado.- Alex se dio cuenta que el coche poco a poco iba perdiendo velocidad hasta que llegó un momento en que Gideon apagó el motor del coche, pero dejó las luces encendidas para que tuvieran algo de visión.- ¿Te gusta?
-Es increíble.- Alex saltó por encima de la puerta del coche y se acercó al enorme lago que tenía delante de ella. Una enorme bola plateada se reflejaba en el centro, haciendo que la joven alzase su cabeza y contemplará una luna llena preciosa.- ¿Dónde están las vías del tren?
-A tu derecha.- Después de escuchar la respuesta de Gideon, quién seguía entretenido en el coche haciendo algo que Alex desconocía, entrecerró sus ojos para mejorar su visión y percatarse de unas vías de tren mal señalizadas y que cualquiera podría morir atropellado en ellas en un despiste.- ¿Has cenado?
-No ¿por qué?
-Porqué he comprado muchas hamburguesas, con muchas patatas, muchas salsas y muchas birras para cenar tú y yo esta noche.- El muchacho de ojos azules se había acercado a Alex con un par de bolsas blancas que las llevaba en una sola mano.- Espero que tengas hambre. Podría comerme todo esto yo sólo, pero después tendría graves consecuencias a la hora de quemarlas en el gimnasio.
-No te preocupes.- Alex le arrebató una bolsa de su mano y se dio cuenta que pesaba más de lo que parecía a simple vista cuando las llevaba Gideon.- Ni siquiera he merendado para guardar estómago para esta noche.- El muchacho parecía que iba a decir algo, pero de fondo escucharon un sonido sordo que se aproximaba hacía a ellos a varios metros a su derecha. En pocos segundos pasó un tren a toda velocidad que hizo que una brisa ligera revolviera los cabellos de los dos jóvenes.- Esperemos que no pase cada cinco minutos.
-Tranquila. Pasan cada media hora. No nos molestarán mucho.- E inesperadamente, Alex percibió el frío de una mano aferrando la de ella. La muchacha bajó su mirada hacía la dirección dónde había presenciado esa extraña electricidad, y se percató de que Gideon había entrelazado sus manos y que comenzaba a guiarla hacía la orilla del lago.



Diana cogió un nuevo trozo de papel del rollo de cocina y después de limpiarse las nuevas lágrimas sin rastro de maquillaje, se sonó la nariz. Cogió aire e intentó respirar con tranquilidad. Había llamado en diez minutos un total de treinta veces a Adam, y ninguna de ellas la había cogido. La chica podía sentir como el vacío que captaba en su pecho des de que su marido se había ido de casa a las cuatro de la tarde, se iba recubriendo por una angustia que la estaba atormentado. Necesitaba saber algo de él, aunque fuera escuchar su voz y decirle que solamente se había parado a tomar algo con unos viejos amigos. 
Y lo peor de todo esto es que Diana ni siquiera pensaba que podría haber la posibilidad en que Adam le estuviera siendo infiel, sí no que estuviera reunido con hombres como el tipo de este medio de lentes negras. Diana confiaba en Adam. Él le había dicho que todo lo que fuera necesario se lo contaría, y él no le había dicho nada porque él consideraba que no hacía falta. Y debía de confiar en que él estaba haciendo solamente lo correcto. Que su pequeño Robín Hood no había vuelto a sus aventuras cuando lo conoció y que hizo que estuviera varios años de su vida en la cárcel.
Diana percibió nuevas lágrimas recorrer sus mejillas y un hipo nervioso comenzaba a recorrerla. La mujer de cabellos rojizos se levantó de la silla de la cocina y fue a por un poco de agua para tranquilizarse. Intentó beber con la mayor tranquilidad, y justo cuando guardó de nuevo la botella de agua en la nevera, el timbre de casa sonó.
La chica sabía que no era Adam. Él llevaba su copia de llaves, pero igualmente Diana corrió a la puerta de su piso y la abrió de par en par, encontrándose a la pareja Ortiga. Daniela al momento la abrazó y Diana sintió una sensación de alivio, pero no eran aquellos brazos quién la liberarían de todo su dolor. Después fueron unos brazos más anchos e igual de cálidos que los anteriores, que la rodeaban. Pero Diana también pudo percibir el dolor de Félix al no saber nada de su primo que siempre lo había considerado como un hermano.
-¿No sabéis nada de él, verdad?
-No nos coge el teléfono, Diana.- La mujer de cabellos dorados acarició con delicadeza los de su amiga, dándole apoyo. Aunque Daniela pensó en que sí fuera Félix quién estuviera desaparecido y sin cogerle el teléfono estaría muchísimo más atacada de lo que estaba Diana.- Hemos llamado a Ángel y a Desiré, pero todavía tienen los móviles apagados.
-Diana.- La voz seria de Félix hizo que Diana dejase de observar a su amiga y cruzará su mirada color miel con la de él que era de un chocolate que mostraba una debilidad que se podía ver a quilómetros.- Sí a primera hora de la mañana Adam no regresa, llamaremos a la policía ¿vale?
La pelirroja agachó su cabeza y asintió con ella en silencio. Se llevó sus manos a su rostro para ocultar su sufrimiento, y al mismo momento percibió como la calidez de su amiga la abrazaba con fuerza. Diana se percató que por debajo de sus sollozos, escuchó los de Daniela, quién también había comenzado a llorar. Cuando Félix se dio cuenta de que su mujer también estaba llorando, las abrazó a ambas.
-Tranquilas, chicas. Ya veréis como aparecerá por esa puerta tarde o temprano.
-¿Quién tiene que aparecer?
-¡ADAM!- Diana se deshizo al momento de los cuerpos que la abrazaban y se abalanzó al pecho del chico para rodearlo con fuerza. La mujer percibió como Adam se encogía, como sí el abrazo de esa chica le hubiera hecho daño y hubiera tenido que contener el aliento para no desprender un grito de dolor. Pero enseguida la había rodeado y había dejado un beso sobre su cabeza.- Dios, Adam. Me tenías tan preocupada.
-Lo siento, Di. He venido en cuanto he podido.
-¿Y se puede saber dónde has estado hasta estás horas de la noche, Adam?- Félix se encontraba delante de la pareja con su recién rencuentro, y en vez de haber actuado como Diana (abrazándole y explotando en más lágrimas) o como Daniela (que se había quedado totalmente congelada), se cruzó de brazos con una cara de pocos amigos.- ¿Te puedes imaginar por un momento… el mal rato que le has hecho pasar a tu mujer? ¿A Dani? ¿A mí? Y tienes suerte que Alicia se haya quedado a dormir en el internado con nuestros hijos.
-Tenía que resolver unos asuntos, Félix. Me he dado toda la prisa que he podido.
-Diana, apártate de Adam.- El hombre de cabellos voluminosos se acercó a Diana y la cogió por el brazo.
-¿Qué? ¿Pero por qué?- La pelirroja al comienzo se resistió, pero ante la fuerza de Félix, cedió y se colocó a un lado de Daniela.
Finalmente, él se posicionó en frente de Adam, y cogiéndole por sorpresa le alzó la camisa. El torso de ese hombre de ojos dorados estaba completamente recubierto de morados y de sangre reseca que se escondía debajo de las ropas oscuras de Adam. El pequeño Robín Hood al momento se bajó la camisa y apartó la mano de su primo lejos de él.
-Lo sabía… Tu cura cuando te ha abrazado Diana era una de dolor.
-Adam…- Diana se había llevado sus manos a su cara, ocultando tanto la boca como la nariz, pero poco a poco las fue bajando, percibiendo más lágrimas en su rostro.- Por el amor de Dios, Adam… ¿Qué te ha pasado?
-Tranquila, Di. No ha sido nada, de ver…- Adam se iba a acercar a Diana para tranquilizarla, pero Félix había colocado su mano sobre uno de los hombros de su primo e impidió que se acercase más a su mujer.- Félix, suéltame. No voy a hacerle daño.
-Te equivocas. Ahora mismo se lo estás haciendo. Daniela.- Félix miró a su mujer, y ella se acercó a su marido.- Quédate con Diana. Las dos dormiréis aquí. Adam y yo iremos a denunciar a las personas que le han hecho esto, y después nos iremos a nuestra casa. Tenemos una larga charla por delante.

Perdona pero, me he encaprichado de ti (Segunda Temporada de PPTVDM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora