-¿Y esto se supone que es pan?
-Ajá.
-Parece una patata.
-¡Deja de quejarte y pruébala!- Gritó exasperado Darío, haciendo que Ethan rodará los ojos y se la llevase a la boca para masticarla.- ¿Y bien?
-Incluso los bizcochos quemados que hace mi hermana están más ricos.
-Como se nota que no sabes apreciar otras culturas.
-¿Cómo qué no? Mi hermana es toda una especie por descubrir.- Finalmente, Darío cedió y comenzó a reír la broma de Ethan, aunque él no lo había hecho con esa finalidad. Realmente Ethan lo único que intentaba era distraer a Darío para que la hora de la cena terminase y por suerte, parecía haberlo hecho.- ¿No hay nadie más en casa?
-Nops.
-¿Ni siquiera los criados?- Bromeó Ethan, intentando hacer rabiar a su amigo.
-Les he dado la noche libre, hoy la casa es toda nuestra.- Darío se levantó de la silla e invitó a Ethan a que hiciera lo mismo.- Vamos. Te enseñaré la sala de música.
Ethan parpadeó un par de veces sorprendido por la excesiva y rápida información que le había dado aquel muchacho de los ojos color chocolate, pero a pesar de eso, Ethan le siguió.
Mientras caminaban por los pasillos recubiertos de cuadros antiguos pintados en diferentes partes del mundo, Darío le iba explicando la historia de cada uno de ellos. En ese instante se acordó de su amigo Héctor. Él sí que disfrutaría escuchar la historia de todos esos cuadros, no él. Se habían visto casi todos los días cuando Valeria y él venían a visitar a su madre en el hospital para hablar una hora con ella e intentar que recordarse algo. Pero no es que hubieran mantenido una conversación muy grande. Ethan estaba demasiado pendiente de evitar que su hermana saliera corriendo del hospital y Héctor parecía estar ausente, como sí hubiera algo que le estuviera alejando de su antigua vida y dándole una nueva. Una que le gustase mucho más.
-Y este cuadro se lo compró mi padre por medio millón cuando estuvimos viviendo en Francia.- Dijo Darío sin mirar a Ethan.- Nunca me gustó ese cuadro.
-¿No te da cosa vivir en una casa tan grande y estar…?
-¿Solo?- Darío dejó de caminar y Ethan lo imitó.- Si con cosa te refieres a miedo, no. Cuando tenía once años me mude a Italia. Mi padre me tendría que haber venido a buscar al aeropuerto, pero no lo hizo y unos hombres me secuestraron durante cinco días hasta que mi padre les pagó para que me liberasen. Eso es pasar miedo.
-Lo siento…- Se disculpó al momento Ethan, algo desorientado por esa historia explicada de una forma tan brusca.- No quería hacerte recordar esa experiencia.
-No fue para tanto.- Dijo Darío mientras se encogía de hombros.- A esos hombres les pagué yo para que me secuestraran.
-¿Cómo?
-Sabía que mi padre no vendría a buscarme y quería darle una lección.
-¿Y la aprendió?
-¡Por supuesto! El año siguiente nos fuimos a vivir a Nova York y cuando llegué al aeropuerto me encontré con cinco guardaespaldas.
-¿Y tú padre?- Darío se encogió de hombros y volvió a caminar por los pasillos repletos de historia poco interesantes para Ethan. Al menos no tanto como la historia de ese chico.- Hay algo que no entiendo de toda esta historia… Me has dicho que cuando te secuestraron tuviste miedo, pero luego has dicho que fuiste tú quien te auto secuestraste.
-Tenía mis dudas de que mi padre fuera a pagar la cantidad de dinero que pedí por mí. Supongo que por entonces me daba miedo que mi padre me abandonara.
-Pero no lo hizo ¿verdad?
-Esa vez no, pero no quita las muchas que me ha dejado tirado en algún país ajeno o ha cancelado unas vacaciones en familia por trabajo.- Darío giró a mano derecha y abrió una puerta hecha de vidrios de diferentes colores.- Ya hemos llegado.
Los dos jóvenes se introdujeron en la sala y Darío encendió las luces. Una habitación con el suelo de parquet y con paredes y techo de color beige, se dibujaron ante los ojos de Ethan, aunque eso no fue lo que le llamó la atención. A mano derecha había toda una hilera de guitarras de todo tipos: un par de acústicas, eléctricas, un banjo, un ukelele, entre otras. También había una batería y detrás de ella una pared con varios tambores colgando de ella de distintos tamaños. Y por supuesto, no podía faltar un enorme piano de cola de color negro. Ethan sabía tocar la guitarra por su padre, pero él realmente lo que le llamaba era la música que podía desprender ese instrumento tan espectacular para los ojos de aquel muchacho.
Ethan se acercó al piano y Darío le siguió de cerca.
-¿Quieres tocar alguna pieza?
-Jamás he utilizado un piano tan… grande.
-Hoy has probado el pan chino y vas a tocar el piano más gran de tu vida. Esto va a ser un día para recordar.- Se burló Darío, aunque Ethan lo ignoró y se sentó en el asiento doble que estaba en frente del piano.
Ethan levantó la tapa que ocultaba las teclas del instrumento e intentó recordar alguna pieza de música que hubiera aprendido por su cuenta. La verdad, es que Ángel había sido su profesor de piano cuando era pequeño, pero con el tiempo, no le hicieron falta más clases. Había crecido tocando ese instrumento y jamás lo había abandonado. Y a pesar que su piso fuera demasiado pequeño para tener un piano, siempre que podía le robaba las llaves del aula de música a la directora y se pasaba todo el tiempo que pudiera tocando.
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Finalmente, Ethan cerró sus ojos y recordó una melodía de Bach que aprendió hace un par de años y que su hermana Alex era la única que soportaba escuchar. Ethan olvidó por completo que Darío estaría cerca suyo, observándole y consiguió conectarse con cada nota que tocaba. Por un extraño motivo, Ethan siempre conseguía tocar las piezas de Bach con la mente en blanco. Era como sí comprendiera su música y como si sus dedos se movieran por sí solos. Al menos, es lo que Ángel le explicó cuando Ethan tenía ocho años y le preguntó porque tenía esa sensación a su tío.
Ethan podría haberla alargado más, pero se detuvo y miró a Darío, quién se había alejado de él en algún momento en que Ethan había estado tocando y regresaba con un estuche en sus manos.
-Ave Maria.- Acertó Darío.- Bach y sus canciones melancólicas me ponen de los nervios.
-Cuando no comprendemos algo nos enfurecemos y nos ponemos nerviosos. Es normal que una melodía creada por Bach te ponga de los nervios.
-¿Insinúas que no sé apreciar la buena música?- Darío dejó el estuche con cuidado en el suelo y lo abrió, dejando a la vista un violín de color blanco.- Déjame adivinar: ¿es la primera vez que ves un Stradivarius?
-Para nada.- Dijo Ethan cerrando la tapa de las teclas del piano.- He visto millones de ellos por Internet.
-Te diría que es una buena contestación, pero jamás han existidos tantos Stradivarius en el mundo para que los puedas ver ni en persona ni por Internet.- Darío se llevó el violín al hombro y apoyó su barbilla en él para después cerrar sus ojos y empezar a tocarlo.
En el momento en que Darío empezó a deslizar el arco sobre las cuerdas, el corazón de Ethan se quedó colapsado. Nunca antes se había sentido atraído por ese tipo de música, pero desde ese instante, parecía que toda la música que él había llegado a comprender no tenía nada que ver con el nivel de dificultad con esa melodía. Pero más que la canción que desconocía, era en la forma en la que la tocaba Darío. Era como sí cada gesto, cada nota que representaba, lo destruyera por dentro. En ese instante de confusión Darío se detuvo.
A pesar que Ethan no entendiera nada sobre estos instrumentos, captó que la interpretación había quedado inacabada. Es como sí comenzaras a leer un libro, conoces a los personajes, empiezan los conflictos, la trama te engancha, sufres por los personajes y ansías saber el final. Incluso te a través a ir a la última página del libro para leer la última palabra. Pero justo cuando lo vas a hacer, te das cuenta que no hay final. Que todos los minutos que has pasado cautivado por ese libro, al final de esa historia no hay nada. Pues esa misma sensación es la que sentía Ethan al ver como aquellas pestañas castañas se alzaban para dejar ver unos ojos chocolate.
-Esta pieza es más triste que las que compuso Bach.
-La creo mi madre.
-¿De verdad?- Darío asintió con su cabeza y guardó el Stradivarius en el estuche.- ¿Tu madre es compositora?
-Lo era. Murió cuando tenía seis años.
-Lo siento…- Ethan se sintió como un estúpido. Odiaba esos momentos en los que alguna persona decía ese tipo de noticias repletas de tristeza y que no hubiera un consuelo mejor que pedir disculpas.- Honestamente: tu madre le daba mil vueltas a Bach.
-Lo sé.- Darío mostró una leve sonrisa y se sentó al lado de Ethan. El joven volvió alzar la tapa del piano, pero no tocó ninguna tecla. Solo las observaba, como sí ellas fueran un mapa de algún pirata que lo llevarían hasta el tesoro.- Mi madre era de Shanghái y mi padre de aquí, de España. Mi padre viajó a Shanghái para estudiar la cultural oriental y allí conoció a mi madre. Una de las cosas que heredé de ambos es que aman la música y creo que gracias a eso ambos se enamoraron. Dos años más tarde, mi madre le dijo a mi padre que pertenecía a la familia Kiyota. Mi padre por entonces no sabía que esa familia antes de la primera guerra mundial, ya poseía una importante cadena de empresas que inició la evolución industrial mundial junto con otras de Estados Unidos y las grandes potencias de Europa.
-¿Y cómo actuó tu padre?
-¿Cómo querías que actuase? Se había enamorado de una mujer que era multimillonaria. Era como sí le hubiera tocado la lotería.
-¿Crees que tú padre se casó por interés?
-No.- Aseguró Darío, alzando por fin su vista del teclado.- Mi padre se casó por amor y se transformó en el padre de familia que todo el mundo desearía tener. Pero mi madre murió de cáncer seis años más tarde después de tenerme a mí y mi padre cambió. Él seguía siendo un buen padre, pero cada vez lo notaba más ausente. La muerte de mi madre hizo que su presencia y también la de mi padre a veces se esfumasen. Viví durante un tiempo con mi abuelo, que por entonces era quién manejaba la empresa familiar. Pero unos meses más tarde murió de un paro cardiaco. Mi madre era la única heredera de la empresa Kiyota y estaba muerta. Así que mi padre pasó a ser el heredero y tuvo que transformarse en un hombre controlador. Y las personas controladoras no saben que es amar porque el amor no es algo que se pueda mesurar o calcular su fuerza. Llega y arrasa con todo. Como la música que hacía mi madre.
-Por eso ese niño de once años tenía miedo cuando se auto secuestro…
-¿Qué?
-Aquel niño de once años todavía tenía la esperanza de recuperar a su padre, aunque por otra parte tenía miedo a que fuera demasiado tarde. A que el tiempo lo hubiera convertido en algo muy distinto a aquel padre perfecto que te cuidó los primeros años de tu vida junto con tu madre.
-Mi madre me enseñó a tocar el violín.- Dijo Darío, intentando cambiar de tema.- Recuerdo que en sus sesiones de quimio me pedía que llevase el violín al hospital y tocase para ella. Mi padre salía de la habitación para que no le viéramos llorar. Estaba muriendo su otra 一半他的靈魂.
-¿Qué significa eso?
-La mitad de su alma.
-Yo no sé que es crecer sin un padre o una madre.- Empezó a explicar Ethan.- Pero mi padre tuvo que crecer muy rápido, mantener a su familia cuando mi abuelo murió de cáncer de testículo. Él no suele hablar de su padre porque sé que no ha superado su muerte, pero supongo que estás cosas son imposible de superarlas. Solo consigues acostumbrarte al dolor… A conllevarlo.
-Es lo que sientes cuando miras a tu madre ¿verdad?- Hasta el momento en que Ethan no volvió a encontrarse con la mirada de Darío, no se dio cuenta que había estado mirando todo el rato las teclas del piano.- Volverá. Los Ortiga sois demasiado testarudos para rendiros.
-Siempre consigues la forma de introducir una burrada en todas las conversaciones.
-Ya, pero, ¿a qué esa es una de las cualidades que más te gustan de mí?- Ethan se quedó callado, sin saber exactamente qué contestar y con las mejillas enrojecidas. Darío soltó una carcajada y se levantó del asiento para estirar sus músculos.- Tengo hambre ¿te apetece que encarguemos…?
-Más comida china no.
-Iba a decir una pizza, pero si insiste, pediré que traigan más sushi.-¿Vives solo?
-No, vivo con mi tía Valeria. El piso nos lo dio mi padre cuando él se mudo a vivir a otro piso a un par de manzanas con mi madre y Alicia.
Esa conversación dicha a susurros en el pasillo fue suficiente para que los parpados de Héctor comenzaran abrirse y se diera cuenta dónde se encontraba. Rubén había traído compañía femenina y aunque la voz se le hacía terriblemente familiar, no supo reconocer quién era. Pensó en Alex, pero luego rectificó sus pensamientos al recordar lo distante que se había vuelto otra vez aquella chica des del accidente de su madre. Parecía que la única persona que dejaba que se acercase era su hermano Ethan y un joven repleto de tatuajes que la seguía por los pasillos del hospital.
El joven parpadeó un par de veces para que sus ojos se adaptasen a la oscuridad de la habitación y se percató que él estaba abrazando algo. Más que algo, alguien. El cuerpo desnudo de Valeria estaba recubierto por las sábanas de su cama y por el brazo de Héctor que cubría su cintura. La muchacha estaba tumbada hacía la dirección del joven, totalmente dormida. El joven tuvo miedo de mover algún musculo de su cuerpo, por miedo a despertarla.
Lo habían hecho. Después de tantos años enamorado de esa chica y por fin se encontraba enredado entre el aroma de Valeria y sus sábanas. Por fin era suya. Aquella noche de pasión para Héctor se le había hecho extraña. Había estado tan ocupado en hacer sonreír todos los días a esa chica que ni siquiera había tenido tiempo para fijarse las otras chicas del Internado. Ethan más de una vez le había dado un codazo mientras caminaban por el pasillo y le había avisado que justo detrás de él había un par de chicas, un curso más pequeñas que ellos, que no dejaban de mirarle. Pero Héctor solo se había reído y había pasado del tema. Incluso Ethan le había preguntado por sus gustos porque él nunca había tenido una relación seria. Demasiado ocupado para esas cosas. Demasiado cobarde para luchar por lo que deseaba su corazón.
Pero todo ese miedo al rechazo había terminado. Valeria se había encargado de que todo saliera bien. Ella era la experta y él el novato, pero eso no parecía importarle. Héctor incluso recordó una escena en que parecía que Valeria se reía de él, de su inocencia. Pero por otra parte sabía que ella necesitaba a un chico como lo era él. Que la protegiera y le dijera que todo iba a estar bien.
Finalmente, Héctor decidió mover uno de sus músculos y alzó una de sus manos para acariciar varios de los mechones de Valeria. Se dio cuenta que la raíz de su cabello comenzaba a mostrar su rubio natural. Entonces fue cuando Héctor empezó a comprender que Valeria se había visto obligada a cambiar su aspecto antes de introducirse en ese mundo hace más de un año.
El joven se reincorporó con cuidado de no desvelar a Valeria y se colocó sus bóxers que había conseguido conservar hasta llegar al cuarto de esa chica. El muchacho comenzó a observar la habitación de Valeria. Se parecía a la habitación de su hermana pequeña. Las paredes eran rosadas y había algún que otro peluche de su infancia. Supongo que por muy dura que tenga que mostrarse cuando debe ser la pequeña Robín Hood, hay cosas que nunca cambiarán.
Héctor se acercó al escritorio de la chica y se encontró con una libreta de dibujo. El joven lo alcanzó y comenzó a mirar los dibujos que había hecho esa chica. Se encontró varios relacionados con la naturaleza, como un pájaro picoteando miajas del suelo o el atardecer que se podía ver desde su ventana. Después encontró escenarios del internado, la mayoría en la cafetería. Había dibujado a Las Diosas al Cubo, sentadas en una de las mesas de la cafetería y riendo por alguna burrada que seguramente su tía Daniela habría dicho.
E inesperadamente, se encontró con un retrato de él. Se encontraba en la cafetería, sentado en una silla y hablando con una chica. Por las ondas del pelo Héctor estaba seguro que era Alicia. Él estaba sonriente y tenía su mejilla apoyado en su puño. Jamás se imaginó que Valeria podría dibujar un primer plano de él en secreto y ese detalle fue lo suficiente para coger uno de los lápices que se encontraban descansando en el lapicero.
Héctor cogió una silla y se colocó en frente de Valeria. Gracias a la luz de las farolas de la calle había una ligera luz que daba sombra al cuerpo de Valeria y a la habitación que la rodeaba. Con el papel en blanco y Héctor con un lápiz en la mano, se cuestionó si había olvidado dibujar después de haber perdido su inspiración hacía más de un año. Pero no le dio tiempo a contestarse a sí mismo, porque Héctor ya había comenzado a dibujar la silueta desnuda de Valeria cubierta por las sábanas.— con Abbey Gaona, Suca Willars, Victoria Guadalupe Ayar Villalobos y 16 personas más.