Capítulo 3: Volar eternamente en tu cielo

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Diana era la décimo cuarta vez que miraba el reloj. Ya eran las once de la noche y la cena se estaba enfriando. Había adornado la cocina con varias velas de diferentes fragancias y con el olor que desprendía la presencia de Adam, pero las velas ya se habían consumido hacía varios minutos. La chica alcanzó su copa de vino y bebió un trago. Odiaba la bebida alcohólica, pero ese vino que su marido le había convencido para probar la noche que celebraron su graduación en el bachillerato, era el único que soportaba.

Era la primera noche que el hombre de cabellos dorados no era puntual para la hora de cenar. De hecho, ellos dos siempre volvían juntos del trabajo, comentando como les había ido el día y los cotilleos del claustro de profesores y de sus alumnos. Adoraba pasar esos ratos con su marido. Por mucho que pasasen los años, esa mirada dorada y esa sonrisa tan perfecta, nunca se le hacían una rutina. Haber tenido a Adam estos últimos veintidós años en su vida han sido una aventura cada día, y eso era algo que le encantaba de él. Cualquier detalle, cualquier gesto o carcajada que proviniera de Adam le hacía sentir una nueva ola de sentimientos.

Y uno de los grandes miedos de Diana, era que su pequeño Robin Hood dejase de sentir esa marea de emociones cuando ella le besara, le diera los buenos días o le preparase una de sus comidas favoritas.

Adam había sido un padre increíble. Se lo había demostrado dos veces. Primero fue Rubén, que ella mientras estaba terminando el bachillerato y comenzando a sacarse la carrera de filosofía en la universidad, ya cuidaban de él. Rubén nunca había dado mucho trabajo extra, y sí lo hacía, Adam había sabido como compaginarlo para estar con su hijo adoptivo. Y después llegó Alicia, su pequeña pelirroja. Después de diecisiete años y ellos todavía seguían discutiendo a quién se le parecía más. Físicamente se parecía más a Diana, eso era obvio a quilometros. Pero sus ojos dorados y su particular carácter que sacaba en detenidos momentos, lo hacían parecerse más a Adam. Alicia tenía más personalidad que Diana en sus tiempos adolescentes. Ella se acordó que por no hacer daño a ninguno de los dos hombres que amaba, sufría en silencio por no encontrar una forma de ser los tres felices.

Y a pesar de que los años siguieran pasando, ese muchacho de ojos color café, no se había esfumado del todo de su cabeza. Le recordaba como parte del pasado, o así pensaba hasta que le vio cuando ella estaba comprando ropa para cuando naciera Alicia. Una chica rubia y de ojos azules, con acento inglés se había acercado a ella y le había preguntado por juguetes para recién nacido. Diana le había contestado que unas calles más abajo había una tienda solo de juguetes, y la mujer se lo había agradecido con una sonrisa. Después había salido de la tienda y estaba rodeando al mismo chico que le miraba así cinco años atrás. Y después de ese momento, su corazón que había conseguido ignorar, que volviera a latir. Con fuerza y seguridad. 

Pero no había vuelto a saber nada más de Berto des de aquel día que lo había visto. No le culpaba por no haberse acercado a ella y saludarla. Hacía cinco años que no se veían y él la había visto embarazada y con Adam a su lado. Y Diana le había visto con esa chica mil veces más preciosa que ella, que le sonreía y le indicaba la tienda que ella le había mencionado. Diana se preguntó qué porqué el destino le había preparado esa encerrona. Ella ya había asumido que el camino con ese chico no podía estar unido al de ella, y que podía sentirse completa compartiendo el de ella con su pequeño Robin Hood. Pero aún así, no significa que la elección tomada no le hubiera costado elegirla.

Inesperadamente, la cerradura de casa sonó y unas llaves cayeron en el cuenco de la entrada. Unos pasos se escucharon por el fondo del pasillo hasta que finalmente, la luz de la cocina se encendió y las pocas luces de las velas que quedaban encendidas, parecían haberse esfumado.

-Dime que esto no lo has preparado para mí.- Adam tenía un rostro entristecido y cansado. Diana se levantó de la silla y se volteó hacía su dirección, ella tampoco sonreía.- Dios, Diana. Lo siento... No quería...

Perdona pero, me he encaprichado de ti (Segunda Temporada de PPTVDM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora