-¡Venga ya, Ángel! ¿De verdad no me lo vas a decir?
-Es sorpresa, Desi. Perdería la gracia sí te lo contase.
-Pues no me lo cuentes, escríbemelo.- Desiré cogió una de sus hojas en blanco de su carpeta y alcanzó un bolígrafo de uno de los lapiceros de la sala de profesores que en esos momentos estaba vacía. Ángel soltó una carcajada y comenzó a negar con su cabeza. Sin duda la chica de cabellos oscuros se esperaba esa reacción de su marido, pero la esperanza es lo último que ella perdía.- Eres malvado.
-¿Malvado por no decirte de que me voy a disfrazar mañana para la fiesta de carnaval?- La mujer movió varias veces su cabeza de forma positiva, y el mestizo volvió a reír.- No puedo hacerlo, Desi. Les he dado mi palabra a Félix y Adam de que no te diría nada.
-Seguro que ellas se lo dicen a sus chicas.- Desiré se cruzó de brazos y puso morritos como solía hacer Estrella cuando Ángel no le dejaba comer chucherías antes de cenar.
-Hemos hecho un pacto de hombres, nos mantendremos fuertes.
-Seguro que en cuanto Daniela se baje el tanga o Diana le preparé uno de sus platos que a Adam le vuelven loco, se lo dirán.- Esta vez fueron los dos quienes rieron al mismo tiempo. Ángel buscó la mano de su mujer y la estiró hacía él, haciendo que Desiré se levantase de su silla y se sentase sobre su regazo. El profesor de literatura colocó una de sus manos en la cintura de Desiré mientras la otra acariciaba una barriga de siete meses de embarazo.- Bueno, pues sí tú no me dices de que te vas a disfrazar, yo tampoco lo haré.
-No tienes ni idea ¿verdad?
-No, pero seguro que a Daniela se le ocurre una buena idea, y os dejamos con los dientes largos.
-Eso ya lo veremos. Nuestros disfraces os van a dejar con la boca abierta.- Ángel alzó su mano y enredó uno de los lisos mechones de su mujer en su dedo índice. A los pocos segundos la chica se había inclinado sobre su marido y habían unido sus labios en un tierno y detenido beso.- ¿Sabes que Ethan me miraba como sí hubiera matado a su hámster durante la charla? Creo que está un poco enfadado porque haya jugado de parte de Gideon.
-Luchaste por el amor, cariño. No te sientas culpable. Ya se le pasará.- El mestizo asintió con su cabeza en silencio y Desiré se mordió el labio. Tenía miedo de empezar la conversación que los dos habían estado esperando, pero cuando antes la tuvieran mejor.- ¿Cómo te ha ido la charla?- Ángel parpadeó un par de veces, como sí la pregunta de su mujer lo despertase de un ameno sueño. El hombre mostró una sonrisa y al momento el alma de Desiré se relajó.
-Muy bien. No es la primera vez que doy charlas sobre el alcoholismo, ya lo sabes.- Ángel se encogió de hombros y su sonrisa aumentó.- Aunque se me ha hecho extraño hablar de este tema con Héctor escuchándome.
-Algún día deberemos de explicárselo.
-No necesariamente.- Dijo Ángel, con un rostro más sereno.- Mi historia es un poco complicada y ahora forma parte de mi pasado. No veo la necesidad de remover tiempos que fueron duros para los dos y más con nuestro hijo.
-¿Qué crees que diría Héctor sí se enterase de lo que estuve a punto de hacer…?- Desiré se acarició su antebrazo izquierdo, dónde una leve línea blanca que solía maquillarse para ocultarla de los ojos de sus hijos, se escondía junto con el dolor de la muchacha.¬
-Pensaría que fuiste valiente por no rendirte.- Ángel también tocó dónde él sabía de memoria dónde estaba la marca que le hizo esa navaja que Sol le había dado.- Yo lo pienso así, y él también lo haría.
Desiré asintió mientras su mente viajaba en el pasado. Todavía recuerda la visita de esa muchacha de cabellos rubios y ojos marrones. Ángel siempre le había dicho que Sol se parecía mucho a Estrella, pero que su mujer era mucho más sonriente y pacifica de lo que era su hija. Sol le había enseñado una grabación que había manipulado en la que Ángel salía diciendo cosas horribles sobre ella y su aspecto por sufrir anorexia. Desiré no era consciente hasta qué punto los huesos se le clavaban en la piel y dónde su rostro no tenía vida. Ella le había dado esa navaja, que era del padre de Ángel y que había robado de su casa. Le había dicho que había formas más fáciles de escapar del dolor, de volar por un cielo, y después se marchó.