-¡Fiestaaaaaaaaa! ¡Alcohol! ¡Chicos con tatuajes! ¡Poy...!
-¡Vale, Alex! Lo hemos captado.- Alicia se abalanzó encima de su amiga y le tapo la boca con su mano, impidiendo que la chica pudiera terminar esa palabra.
Las dos amigas se abrazaron mientras caminaban y comenzaron a andar delante de Héctor que no las estaba prestando mucha atención. La noche se había ido fastidiando poco a poco. Primero Valeria le había hecho esa llamada que sí no hubiera sido tan misteriosa no le hubiera dado tanto importancia a su ausencia. Valeria desde hacía un año se había alejado de las tradiciones que tenía la familia como las cenas de todos los viernes o irse una vez al mes un fin de semana todos juntos de acampada algún sitio que nunca hayan visitado. Pero tanta intriga dejaron al chico pensativo durante toda la cena, hasta que ocurrió el enfrentamiento de Ethan con su madre. Él iba a decir algo, pero su padre se había adelantado a él. Quizá eso había sido lo mejor o su padre le hubiera dicho que no se metiera en conversaciones de mayores y su madre se hubiera puesto mucho peor al ver que Héctor se peleaba con su mejor amigo por su culpa.
-¡Míralos! ¡Ahí están!- El grito de Alex sacó a Héctor de sus pensamientos. Las dos chicas corrieron hacía Rubén y Ethan, quiénes estaban a un lado de las motos de los dos jóvenes.- Os habéis perdido el bizcocho de limón de mamá ¡Mmm! Estaba buenísimo.
-Gracias por guardarnos un trozo.- Rubén sonrió a la chica y Alex soltó una carcajada.- Alicia ¿dónde vas así?
-¿Qué? ¿Qué pasa?- Preguntó la aludida mientras se miraba de arriba abajo, preocupándose por sí se había manchado de pastel.
-Ese vestido es muy corto.
-¡Ya se lo he dicho yo!- Exclamó Alex con una sonrisa victoriosa porqué alguien le estaba dando la razón.- Como te vean en una rotonda te van tomar por una guarrilla.
-¡Que bestia eres!- Exclamó Alicia mientras se ponía roja y en esos momentos todos se acordaron de tía Diana, quién actuaba igual cuando alguien le hacía pasar vergüenza.
-Te he dicho que sí querías te prestaba algo de ropa.
-Tu ropa no es sea mucho mejor que la mía, eh.
-Pero sí va bien.- Opinó Rubén mientras miraba a su amiga y Alex sonreía con picardía.
-Dame un minuto ¡Y no mires detrás del coche!- Alex cogió a Alicia por la muñeca y la arrastró detrás del vehículo de Rubén para que él no la pudiera ver mientras se desvestía y su amiga le ayudaba a no matarse con los tacones.
-Héctor.- El chico de los ojos celeste llamó a su amigo para que se acercase dónde estaban las motos y dónde él se había alejado para revisar cuanto combustible le quedaba.- Me queda poca gasolina ¿pasamos antes por la gasolinera, vale?- El chico se encogió de hombros. Ni siquiera alzó sus ojos verdes para mirar a su amigo. En esos momentos lo único que tenía ganas era coger a ese chico por las orejas y llevarlo ante su madre para que le pidiera una disculpa como Dios manda.- ¿Estás así por lo de Valeria?
-¿Qué?
-Que no haya venido a la cena. Estás muy raro des de que has llegado.
-Estaba preocupado por la llamada que me ha hecho, pero no. Ahora mismo no estoy pensando en Valeria.- Ethan dejó de supervisar su moto por décima vez y se irguió para colocarse enfrente de su amigo.
-¿Es por lo de tu madre, no?
-¿Tú qué crees?
-Héctor. Lo que nos pase a la entrenadora y a mi no te incumbe.
-Pues sí que lo hace, Ethan. Porque NUESTRA entrenadora es MI madre. Y la has hecho llorar allí arriba.- El chico de cabellos castaños y ojos azulados desprendió un soplido y volvió a acercarse a su moto para pasar un trapo limpio por la pintura negra.- ¿Es que no vas a decir nada?
-No tengo nada que decir.
-¿A no?- Héctor dio un par de pasos hacía delante y le quitó el trapo de las manos a su amigo.- ¿Crees que después del númerito que le has montado a mi madre delante de todos no deberías de decir algo?
-Todo lo que tenía que decir ya lo he dicho allí arriba. Le he pedido disculpas y le he dicho que me marchaba del equipo. Sí se ha puesto a llorar ese ya no es mi problema. Desiré siempre ha sido de lágrima fácil y con el embarazo más.- Y después de esas palabras, Héctor no aguanto más.
El chico le quito el segundo trapo de las manos a su amigo y lo cogió por el cuello de la camiseta, alzándolo a su nivel. Los dos chicos eran igual de altos, aunque Ethan estaba mucho más fibrado que Héctor. Pero a pesar de eso, el chico de los ojos azules se había quedado clavado, sin saber como reaccionar.
-¡Eh, eh, chicos!- Rubén apareció ante la nada y los separó.- ¿Qué está pasando aquí?
-No quiero que vuelvas a mencionar a mi madre como sí fuera alguien débil ¿lo has entendido? Ella es mil veces mejor que la mierda en la que te has convertido.
Finalmente, Héctor pasó por un lado de los dos chicos y se subió a su moto. Se colocó el casco y la encendió. Rubén se acercó a él y le impidió que se marchase, como había hecho con Ethan. Pero Héctor en esos momentos estaba tan fuera de control que retrocedió con la moto y por poco estuvo a punto de atropellar a Rubén. Los dos jóvenes observaron como el chico de ojos verdes salía por la puerta del parquing y las luces de su moto desaparecían.
-¡Tachan!- Inesperadamente, apareció Alex con una enorme sonrisa y Alicia detrás de ella con una mueca de desaprobación. Su amiga iba mil veces más provocativa de lo que iba la pelirroja, y en esos momentos la chica rubia ya se estaba acercándose al camarero.- ¿Qué, ahora voy bien o no?
-Nunca habéis ido a unas carreras infernales ¿verdad?- La pregunta de Rubén hizo que la sonrisa de la chica desapareciera. Se esperaba algún comentario alagador por parte de su amigo, pero solo había una sonrisa burlona en su rostro.
-Ni tú. Así que no te hagas el interesante.
-Pero unos amigos míos del gimnasio sí y me he documentado. No os separéis de nosotros por vuestro bien.
-¿Y Héctor? Hace un momento estaba aquí.- Inquirió Alicia al darse cuenta que eran uno menos des de que se habían encontrado todos en el parquing.
-Se ha marchado.- Contestó esta vez Ethan y las chicas dedujeron por su rostro endurecido que los dos amigos habían discutido.- Venga, ya vamos con retraso. Sin los imbéciles esos no entraremos allí.
-Rubén y yo iremos a buscar a Claire a su casa.- Mencionó de golpe Alicia, como sí se hubiera acordado de ese detalle en el último momento.- Me ha enviado un mensaje antes pidiéndomelo como favor y no he podido decirle que no.
-Pues mira que es fácil. Fíjate: ¡NO!- Alex se cruzó de brazos y miró a su amiga.- Va, ahora llámala y repite lo que he hecho yo.
-No voy a hacer eso.- La joven pelirroja también se cruzó de brazos y Alex buscó soporte en Rubén.
-¿Y bien?
-Sí ya le ha dicho que sí...
-Ya veo lo que sirven tus promesas.- Alex se dio la media vuelta y se subió en el asiento trasero de la moto de su hermano.- Ethan, vámonos.
-Alex...- Pero la chica había alzado su dedo corazón hacía el chico de los ojos color miel y Rubén se había silenciado al momento.- Bueno, nos vemos allí. Id con cuidado.- Ethan se chocó la mano con Rubén, y con Alicia dos besos.
Los dos hermanastros se subieron al coche negro de Rubén y salieron del aparcamiento, mientras Ethan le pasaba el casco a su hermana y él se ponía otro.
-¿No crees que te has pasado un poco?- Ethan se subió a la moto y la encendió.
-No hablemos de quién se pasa aquí porqué tu esta noche también te has lucido.- Espetó Alex y se cogió por detrás del asiento de la moto para no caerse en vez de la cintura de su hermano, como solía hacer cuando Ethan conducía.
-Veo que caen como moscas.
-Los demás ahora llegaran.
-¿Todos?
-Menos Héctor y Valeria.- Alex bajó de la moto y se quitó el casco.
Darío se encontraba subido encima de su moto que era muy parecida a la de Ethan, pero des de lejos podía verse que era mucho más cara y tenía mucha más potencia la del otro joven. Alex se acercó al chico y se dieron dos besos mientras Darío aprovechaba y colocaba su mano en la cintura de Alex.
-No saludes, Ortiga. No te vaya a matar ese gesto de educación.- El chico de ojos más oscuros esa noche, le sonrió al mellizo y Ethan le ignoró mientras guardaba los cascos en los asientos de la moto.
-¿Y Neal?
-Se ha rajado el capullo. Decía que se encontraba mal o no se que mierda. Pero no importa, nosotros nos lo vamos a pasar estupendamente.- Finalmente, el chico se bajo de la moto y se colocó su cazadora negra.
Alex lo observó. Tenía entendido que era un chico de papá. Pero con esas pintas nadie lo diría. La joven pensó que quizá llevaba una vida secreta y por eso se le daba tan bien moverse en diferentes mundos y ser polifacético.
-¿Y qué hacemos mientras los esperamos?- Inquirió Ethan mientras escondía sus manos en sus bolsillos.
-Vamos a por la munición. Guardaros bien la pasta que traigáis y no saquéis los móviles. Dónde vamos os los podrían robar.- Darío comenzó a caminar por un callejón que había a pocos metros de ellos y los mellizos le siguieron.
Alex no se sentía intimidada por las calles en las que iban caminando a las doce de la madrugada junto con esos dos chicos. Pero lo que sí que le inquietaba un poco era que su hermano le estuviera clavando la mirada en su nuca constantemente. A veces era un poco, bastante (por no decir mucho) sobreprotector. Aunque Alex no le culpaba. Después de todo lo que había pasado, él era el que había llegado a enterarse de toda la verdad y ayudarle a afrontarlo.
Finalmente, salieron de la calle y entraron en una nueva, pero que esta no tenía salida. Al final del todo había una farola en malas condiciones que daba la suficiente luz para ver una silueta en el fondo del callejón. Alex se dio cuenta como Darío hacía una mueca con su labio y aceleraba el paso.
-Ya era hora. Llevo cinco minutos esperándote.
-Valdrá la pena.
-Más te vale.- Cuando los tres jóvenes fueron alumbrados por la luz artificial, Alex pudo ver el chico que le había hablado a Darío.
Un joven con pelo de un castaño oscuro y los ojos más intensamente azules que la chica nunca antes había visto, brillaban con energía y miraban a Darío quién estaba delante de él. El joven se había llevado un cigarrillo a la boca y el olor que desprendía le decía a Alex que era algo más que tabaco. Vestía unos tejanos rotos por sus rodillas y llevaba una cazadora negra que tenía la cremallera subida hasta la barbilla. Era alto. Al menos le sacaba una cabeza a Darío. Y su piel bajo la luz reluciente de la farola que tintineaba de vez en cuando parecía un oro parecido al que llevaba Alex en sus párpados repletos de purpurina.
Alex observó como Darío le daba dos billetes verdes al chico y él los escondía rápidamente en el bolsillo de su cazadora.
-Más te vale que sean auténticos.- Le advirtió el joven mientras se dirigía a un cubo de basura que estaba a un par de metros de dónde estaban ellos.
-Como sí no supieras quién es mi padre.
-Y tienes suerte que nadie más lo sepa.- El chico de cabellos de punta y ligeramente peinados hacía atrás, sacó de ella cuatro bolsas blancas con sus dos manos. Alex escuchó el golpe de botellas retumbando y ese joven las dejó en los pies de Darío.- No sabía que ahora te rodeabas de pijitos.
-Mi padre me ha apuntado a un internado. Las Dominicas ¿lo conoces?
-Lo que decía: todos una panda de pijos.
-Pues muy bien no lo tienes que conocer porqué sí no sabrías que no todos los de allí somos unos pijos y estamos allí por enchufe.- Alex percibió seis ojos clavándose en ella. La chica tenía la cabeza alta y estaba cruzada de brazos. Aquel tío no la iba a llamar pija y se iba a quedar tan fresco.
-Una mayoría.
-Pero no todos.
-Está bien, rubita.- El chico tomó una última calada y se acercó a Alex. A pocos centímetros de ella se inclinó hacía delante ligeramente y el humo a maría cayó en el rostro de la chica, pero ella no tosió. No era la primera vez que absorbía ese olor.- Invita la casa por tu valentía.- El chico le tendió un cigarrillo que era igual al que el chico había lanzado hacía unos segundos y le dedicó una sonrisa dónde Alex no divisó ninguna imperfección.
-Espero que sea auténtico.- Dijo la chica mientras se lo arrebataba y lo olía.
-Auténtico y de buena calidad.
-Aquí termina la fiesta. Debería de haberme emborrachado más para superar esto.- Alex al ver que el coche de Rubén estaba aparcando, cogió la botella que llevaba el vodka rojo que había preparado Darío mientras seguían esperando a los demás en el punto dónde habían quedado y se sentó en la moto de su hermano, alejado de Ethan y Darío.
-¿Quieres un consejo?- Darío se agachó a las bolsas y cogió un pequeño paquete dónde venían lo necesario para prepararse un cigarro y una substancia de color verde.
-¿De verdad me estás preguntando sí quiero un consejo tuyo mientras te haces un porro? Me has confirmado que eres idiota.
-Vigila a tu hermana.- El chico ya casi se lo había terminado de preparar y estaba buscando su mechero en su cazadora para encendérselo.
-Mira, tío, siento decirte esto: pero no eres del tipo de mi hermana.
-Ya me he dado cuenta.- El chico estaba mirando su cigarrillo con los ojos entrecerrados y después expulsó el humo.- Pero no me gusta la forma en que la ha mirado Gideon.
-¿Es el tío que te ha vendido todo esto?
-Sí.
-¿De qué lo conoces?
-Yo conozco a todo el mundo por sí todavía no te habías dado cuenta.
-¿Y qué sabes sobre él?
-Poco, pero lo suficiente para avisarte. ¡Ey, chicos! ¡Estamos aquí!- Darío hizo un gesto a Alicia, Rubén y Claire, quiénes llegaban con las manos vacías. Menos mal que Darío había pensado en todo y ya tenía las cosas listas para el botellón.
-¡Hola!- Saludó Claire y se acercó primero a Darío para darle dos besos. Ethan estaba sentado bastante lejos del otro joven en el banco, y aunque la chica vacilará, se acercó al chico de los ojos celestes y le dio dos besos.- ¡Que frío hace!
-Para presumir hay que sufrir.- Recitó Darío uno de los refranes que siempre le había escuchado decir a su madre años atrás y miró a Alicia para darle dos besos. Finalmente Rubén y él se saludaron apretándose la mano.
Ethan miro a Claire. Normal que tuviera frío. Iba con unos pantalones negros cortos que enseñaban media nalga y una camiseta tejana de tirantes que iba enseñando todo su ombligo. Estaba claro que ella tampoco nunca había ido a una de las carreras infernales. No al menos en pleno febrero con ola o sin ola de calor.
-¿Y Neal?- Preguntó la chica de las californianas a Darío y él se encogió de hombros.
-Ha pasado de venir. Tendrá la regla.
-¡Que malo eres!- Exclamó Claire mientras reía la broma del chico y Darío tiraba finalmente su porro.- Entonces ¿ya estamos todos?
-Eso parece.- Opinó Alicia, quién también tenía algo de frío en las piernas.
-Vale, pues vamos a preparar las mezclas y que cada uno lleve una botella y nos las vamos pasando.
-¿Todo eso es para nosotros?- Preguntó Claire con la boca completamente abierta.- Yo no sé sí voy a tener tanto dinero para pagar todo esto...
-No te preocupes. Invita mi padre, pero no se lo digáis que él no lo sabe.
-¿Y no crees que lo notará cuando vea que te has gastado dos cientos euros en bebidas?- Inquirió Ethan, con una de sus definidas cejas alzadas.
-¿Dos cientos euros, mi padre? La moto que llevo hoy me la compre la semana pasada: treinta y cinco mil euros y todavía ni me ha preguntado que me he comprado.- El grupo se quedó callado mientras Darío cogía Fanta de limón y Lima 43 para hacer una nueva mezcla en una botella que ya venía vacía.- Que alguien avise a Alex y traiga la botella de vodka rojo para recargarla antes de irnos a las carreras.
-Ya voy yo.- Anunció Rubén y se dirigió dónde estaba la chica de cabellos dorados, sentada en la moto de su hermano y bebiendo de morros de la botella.- Deja algo para los demás ¿no?
-¡Largo de aquí, traidor!- Gritó Alex y escondió la botella de litro y medio entre sus brazos.- Esto solo es para los buenos cristianos.
-Entonces tu no deberías de estar bebiendo de esto.- Rubén se la arrebató de las manos y miró cuanto había bebido. La botella estaba a punto de llegar a la mitad y solo eran las doce y media de la noche. El chico se imaginó que tendría que cuidar de Alex, pero no nada más llegar a la fiesta.- Menos mal que tu madre te ha dicho que te estará esperando despierta.
-Que esperé, que esperé. Ya llegaré algún día.- Alex se estiró sobre la moto y su cabeza caía boca abajo, haciendo que sus rubios mechones casi tocasen el suelo.- ¡Ala! ¿Cuando has aprendido a durar tanto tiempo haciendo el pino?
-Eres tú, Alex, que estás mirando bocabajo.- La chica frunció su ceño y se irguió de nuevo. Bajo de la moto e hizo un bote al darse cuenta que su amigo tenía razón.
-¡Anda! Es verdad ¡Que tonta!- Y comenzó a reír mientras hacía todo lo posible por no balancearse sobre sus tacones.
-¿Tan rápido te ha subido esto? A ver sí Darío le ha puesto algo...
-Quizá me ha subido más rápido por el porro que me he fumado.
-¿Qué has hecho qué? ¿De dónde narices has sacado tú eso?
-Me lo ha regalado una casa.
-¿Una casa?
-¡Sí! Un chico ha venido y me ha dicho: ¡Ten! Invita la casa.- Y volvió a reír. Rubén puso sus ojos en blanco y cogió a Alex por la muñeca.
-Anda, vamos. Nos están esperando los demás.
-¡Joooo! ¡No! Vamos a quedarnos tú y yo aquí.
-Alex, no podremos entrar en las carreras infernales sin Darío.
-¿Prefieres ver unas carreras de motos que quedarte conmigo?
-Hacemos una cosa, Alex: vamos a las carreras infernales y allí dentro, sí quieres nos apartamos un poco del grupo.
-Mmm... ¡Vale! Me gusta el plan.- Alex se acercó a Rubén y saltó encima de su espalda. El chico fue lo suficiente rápido y soltó la botella de vodka rojo para cogerla con ambas manos antes que los dos cayeran al suelo.- ¡Nooooo! ¡El alcohol no!
-Tranquila, Alex. Lo superaremos juntos.- Y dicho esto, la chica volvió a reír y Rubén comenzó a avanzar hacía el grupo de chicos que los estarían esperando mientras el joven pensaba que esa noche iba a ser muy larga.
Era la cuarta piedra que Héctor cogía y la lanzaba por encima del agua plana del mar y hacía que botase tres veces sobre la superficie. Llevaba media hora caminando solo por la arena de playa e intentando recuperarse. Le había dicho a su madre que vigilaría con la moto, pero cuando salió del parquing lo primero que hizo fue coger la autopista y alcanzar una velocidad que superaba los ciento veinte muy por encima. Y después había decidido volver a Barcelona y pararse en una de las playas que muchas veces había ido tanto con sus padres y su hermana como con los Ortigas a quiénes también los consideraba parte de ella.
El chico más sereno, decidió volver al aparcamiento del pequeño puerto dónde había dejado su moto aparcada en el estacionamiento de coches, pero de camino no pudo evitar recordar su enfrentamiento con Ethan. Se arrepentía de haber cogido a su amigo por el jersey y haberle gritado que era un mierda. Realmente no lo sentía. Pensaba que se había equivocado con su madre muchísimo y que le debía una disculpa y una compensación por su comportamiento. Pero el momentazo de Héctor en el aparcamiento no había sido uno de sus mejores momentos para demostrar que era un chico maduro.
Hablaría con él el domingo cuando volverían al internado por la noche, o mañana sí finalmente el chico se decidía a comerse su orgullo y venir al partido.
Cuando Héctor llegó a su moto, se subió en ella, pero no la encendió al momento porque algo le detuvo. Había escuchado unos gritos. Unos gritos de una chica y que además, se le hacían terriblemente familiares. El joven se bajó de la moto y corrió calle abajo, alejándose del paseo marítimo, de las luces de la ciudad y de la gente que paseaba con sus helados cerca del mar de Barcelona. Al final de una calle que estaba muy a oscuras deslumbró tres siluetas, y dos de ellas estaban atacando a una.
-Por favor. Un día más. Solo un día más.
-No, nena. Has tenido tu plazo de de treinta días como siempre. El dinero o tendremos que prevenir mesuras.
-He quedado mañana con un cliente y me ha asegurado que me pagará. Os lo devolveré con intereses, solo un día.
-A ver, reina. Por nosotros no habría ningún problema, ya lo sabes. Pero sí nosotros no le llevamos el dinero, el jefe se cabrea con nosotros y nosotros solo somos los mensajeros. Y eso no no nos interesa nada.
-Os pagaré también a vosotros. Solo un día, por favor.
-Bueno, podríamos hacer la vista gorda a cambio de alguno de tus servicios.- Héctor forzó la vista y observó como uno de los hombres acariciaba uno de los mechones oscuros de esa chica. Los mismos mechones que hacía un año eran rubios y no morenos.
-¡Valeria!- Héctor comenzó a correr hacía la chica y las tres siluetas se quedaron clavadas, observando al chico que avanzaba hacía ellos.- Vosotros dos. Dejadla en paz.
-¿Quién es este, Valeria?- Uno de los hombres cogió el brazo a la chica y la estampó contra la pared, haciendo que la chica no pudiera reprimir una mueca de dolor y se mordiera el labio para reprimir el grito en su garganta.- ¿No se lo habrás contado a nadie, verdad?
-No, no. No sé que hace él aquí. Por favor. Escuchadme...- Pero el otro hombre se había acercado a ella y le había dado una bofetada en la mejilla, haciendo que el rostro de la chica quedara completamente volteada hacía la dirección que Héctor no la pudiera ver.
El joven notó la adrenalina sobre sus hombros y como rápidamente se extendió por sus brazos y su pecho, que ascendía y descendía con rapidez. Una enorme presión que estaba deseando descargar sobre el culo de esos tíos y que estaba corriendo hacía el que estaba a punto de volverla a golpear para derrumbarlo en el suelo. Héctor se dio la media vuelta y esquivó el puñetazo que iba directamente a mandíbula del otro tipo que había acariciado a Valeria. Héctor le lanzó uno de sus puños en su estómago y el chico se doblo por la mitad. Héctor lo tiró al suelo y se subió encima de él para golpearle rostro. Iba por el tercer puñetazo cuando alguien lo cogió por el cuello y lo tumbó al suelo y bloqueó sus piernas y manos con solamente sus dos piernas.
-Tranquilo, héroe. No me obligues a sacar algo que podría hacerte mucho daño.- Héctor comenzó a removerse debajo del cuerpo del hombre, pero era mil veces más pesado con él y sería como sí una hormiga intentase levantar sola una rebanada de pan. El hombre le embistió un puñetazo cerca del labio inferior y Héctor desprendió un gruñido de dolor. Pero no fue lo suficiente para impedirle que le escupiese la sangre que se había acumulado rápidamente en su boca.- Niñato, estúpido. Ya me has tocado los cojones.- El hombre sacó de su bolsillo una navaja y la pasó ligeramente por el rostro del chico.- Que pena que un rostro tan joven vaya a ser marcado para toda la vida.
-¡Suéltalo ahora mismo!- Y después que la voz de Valeria sonase alta y temblorosa, el hombre que estaba encima de Héctor a punto de rajarle la mejilla derecha al chico, vaciló y se quitó de encima del chico.
Héctor se alzó del suelo y vio como Valeria sostenía una pistola en sus dos manos y señalaba al hombre que tenía sus dos manos levantadas y que había dejado la navaja en el suelo.
-¡Corre, Héctor, corre!- Pero el chico no le hizo caso, y cogió la mano de la muchacha para arrastrarla hacía ningún lugar en concreto. Héctor solamente quería salir de allí con ella a su lado y dejar de escuchar las maldiciones del aquel hombre.