-¿Estás seguro que esta es la dirección que te ha dado la madre de Dan y Neal?
-Que sí, pesada.- Héctor sacó el trozo de papel de su bolsillo y lo desenvolvió.- Calle Rubí número 35. Tiene que ser aquí por narices.
-Pero, Héctor, esto es un colegio de primaria…- La muchacha de cabellos rojizo observó desde su escondite como padres y madres recogían a sus hijos una vez terminadas las clases de la tarde.- ¿Qué va a hacer aquí Neal?
-Quizá está recuperando primaria.
-Está haciendo primero de bachillerato ¡Deja de decir tonterías!
-Entonces… quizá es profe.
-Estamos hablando de Neal.- Explicó Alicia con seriedad.- Es imposible que esté dando clase a niños de primaria si ni siquiera sabe hacer una derivada.
-Entonces ¿En qué quedamos? ¿Es tonto o inteligente?
-¡Espera!- Alicia cogió a Héctor y lo escondió de nuevo detrás del árbol que se encontraba a veinte metros de la entrada del colegio.- ¿Ese de ahí no es Neal?
Los dos jóvenes entrecerraron sus ojos y divisaron a un joven de cabello oscuro de metro ochenta que salía del colegio con un niño pequeño que iba en silla de ruedas y con una chica de melena castaña. La chica parecía tener tres o cuatro años más que Neal, y Alicia tenía que reconocer que era preciosa –o al menos a distancia-.
La mujer abrazó a Neal durante un buen rato y cuando ambos se separaron, Neal se agachó a la altura del niño en silla de ruedas, acarició su cabello, revolviéndoselo, y después le dio un beso en la mejilla. Hubo un momento que parecía que se estaban despidiendo, pero un segundo más tarde, Neal comenzó a llevar el carrito del niño y los tres se marcharon juntos. Como si fueran una familia feliz.
-¿Ese es tu novio?- Inquirió Héctor, observando todavía como la pareja junto con el niño se perdían al final de la calle.- ¿Quieres que te dé mi opinión, Ali?
-Lo sé.- Dijo Alicia.- Neal parece tener una familia y no haberme dicho nada.
-¿Estás segura que no es profesor de este centro?
-Sí.- Contestó al momento Alicia.- A Neal no le gustan los niños pequeños. Es imposible que sea profesor. Así que ese tiene que ser su…
-Tiene que haber otra explicación, Alicia.- Héctor atrajo a Alicia a sus brazos, sabiendo que estaría a punto de llorar. Pero la muchacha ni siquiera tenía los ojos vidriosos. Estaba totalmente sorprendida.
-¡Ya estoy en casa!- Desiré dejó su bolso y su abrigo amarillo en el perchero de la puerta principal y en pocos segundos una figura diminuta venía corriendo hacía su dirección, gritando su nombre.- ¡Hola, peque! ¿Cómo han ido las clases?
-No he ido a clase.- Ante la contestación de Estrella, su hija de cinco años, Desiré frunció su ceño, totalmente confundida.
-¿Y eso, princesa? ¿Qué no te encontrabas bien?- La pequeña negó con su cabeza, haciendo que sus dos trenzas botaran sobre sus hombros.
-Cuando papá me estaba llevando al colegio con el coche ha empezado a decir: ¡Era eso, ya me acuerdo! Y entonces ha dado la vuelta en una rotonda MUUUY grande y hemos vuelto a casa.
-¿Y tú, señorita, no tienes boca para ordenarle a tu padre que te lleve al colegio primero?
-¡Te juro que se lo he dicho! Pero me ha dicho que era sábado y que aprovechara para jugar con mis muñecas.
-¿Sábado?- Desiré volvió a entrecerrar sus ojos.- ¿Me estás tomando el pelo?
-¡Que no, te lo juro!- Los ojos azulados de Estrella comenzaron a ponerse de un tono más cristalino, mezclándose con las lágrimas que había comenzado a derramar.- Yo nunca miento…