Capítulo 21: Su voz

1K 31 0
                                    

-¿Estás lista?
-Creo que sí…- Los ojos color miel de Diana estaban clavados en la puerta de la entrada del piso de los Ortiga. En cambio Daniela miraba a su amiga con compasión y preocupación. Se habían pasado horas hablando del extraño comportamiento de Adam durante estos últimos meses. Diana había notado como la mujer de cabellos dorados intentaba animarle, y a ella le hubiera gustado fingir que lo conseguía, pero ni siquiera tenía fuerzas para eso. Se habían ido a dormir juntas en la cama donde solía dormir su marido con ella, y se había hecho la dormida para que Daniela también lo hiciera. Y cuando Daniela se había quedado completamente dormida, la mujer del cabello rojizo había comenzado a llorar en silencio.- No… espera.
-Todo va a salir bien, Diana. Ahora hablarás con Adam y te dará una muy buena explicación sí quieres seguir manteniendo sus dos testículos en su lugar correspondiente.
-Adam no me explicará nada, Daniela.- Diana agachó su cabeza y escondió su rostro entre sus mechones.- Lo sé…
-Pero eres su mujer, Diana. En el matrimonio no puede haber secretos. No al menos ese tipo de secretos que han metido a Adam en una pelea y lo han dejado con el cuerpo repleto de moratones.
-Por eso mismo no me dirá nada…- Y antes que Daniela pudiera preguntar a la Dulce de Las Diosas al Cubo a que se refería con eso, Diana pulsó el timbre del piso de Félix y Daniela.
Transcurrieron varios segundos hasta que escucharon los pasos en el interior de la vivienda. Ambas sabían que esos pasos eran de Félix. Habían sido calmados y marcados, mientras que los de Adam hubieran sido rápidos y más silenciosos. Las dos habían compartido tantos momentos con esos chicos inseparables junto con la pareja Ruiz, que se distinguían incluso en su forma de pisar.
Finalmente, la puerta se abrió y un hombre de cabellos castaños y rizados, apareció en el vestíbulo. Félix tenía un rostro sereno que cuando vio a Daniela se dibujo un tímida sonrisa. La mujer de cabellos dorados que le llegaban por los hombros, le dio un tierno beso en los labios de su chico y entró en su casa. Cuando él vio a Diana no dejó de sonreír, aunque era una sonrisa distinta. En ella había pena y fortaleza. Pero no era compasión, sino un dolor distinto. Diana estaba segura que Félix no iba a conseguir sonsacarle mucho a su primo, y la expresión en la cara del chico se lo volvió a confirmar.
-No te ha contado nada ¿verdad?
-Ni siquiera hemos puesto la denuncia. Me convenció para venir aquí y curarse las heridas él mismo. No me ha contado nada y no sé qué hacer para que confíe en mí y me explique en que anda metido…
-No es la falta de confianza, Félix…- Diana acarició el brazo del hombre de cabellos rizados con solidaridad porque entendía que estaba sintiendo ese chico. Era el mismo dolor que estaba creando un agujero negro en su pecho.- Lo hace por protegernos.
-¿Pero protegernos de qué?- Diana se encogió de hombros mientras negaba con su cabeza.- Tienes que averiguar qué es lo que esconde mi primo. Tenemos que impedir que haga más salidas a solas y hacerle ver que no solamente es él quién perdería sí le ocurriera algo.
-¿Dónde está?
-En la terraza. Tiene un aspecto horrible, pero es porque no ha dormido en toda la noche.
-Está bien… Hablaré con él y volveremos a casa juntos. Gracias por cuidar esta noche de Adam, Félix. No creo que ayer hubiera sido capaz ni de dirigirle la palabra, y seguramente se hubiera vuelto a marchar.
-No me lo agradezcas, Diana.- Félix acarició los cabellos de la pelirroja que era dos cabezas más baja que ella.- Para eso está la familia.- La chica asintió con su cabeza y en el siguiente momento estaba rodeada por los brazos de Félix.
Después de tantos años Diana y Félix no es que se hubieran abrazado muchas veces. Solo las requeridas como en los cumpleaños, su boda con Adam o la boda de él y su amiga Daniela, cuando le diagnosticaron cáncer y ella le susurró que siempre les tendría para todo. También para cuando él le agradeció haberle salvado la vida a su primo. Ese sin duda fue el primer abrazo de ellos dos, y Diana nunca lo olvidaría. Ni este tampoco. Pero sin duda todos se habían vuelto como una gran familia, y no por la falta de contacto significa que se quisieran menos. Simplemente que Félix prefería ser reservado y darle todos sus abrazos a una única persona que amaba con locura.
-Diana…- Daniela le había llamado, e hizo que los dos deshicieran su abrazo.- ¿Quieres qué Félix y yo estemos contigo cuando hables con Adam, o prefieres estar a solas con él?
-Mejor hablaré con él a solas, sino os importa.- La pareja Ortiga negó con su cabeza al mismo tiempo y dejaron espacio por el pasillo para que Diana llegará hasta el comedor. Hacía dos noches habían estado cenando ahí, todos juntos. Y a pesar de que había habido momentos de tensión, era una cena más de las tres familias y nunca se cansaría de ellas. La sala estaba ordenada, y alumbrada por un enorme ventanal que daba acceso al balcón. Diana vio desde la entrada del comedor unos pies que por su postura podía deducir que estaba sentado en una de las sillas del balcón que comunicaba con el exterior. La mujer cogió aire y escuchó sus tacones impactar con el parque a medida que avanzaba hacia dónde le esperaba Adam. Cuando ella salió fuera, bajó su mirada hacia la derecha y se encontró con un chico de cabellos dorados y ojos cerrados, apoyado en el respaldo de la silla verde de plástico, y con la cabeza colgando hacía atrás.- Adam…
El pequeño Robín Hood al escuchar la voz de su mujer, levantó su cabeza y miró directamente a Diana a los ojos. Tenía unas enormes ojeras debajo de su mirada dorada, y su rostro estaba repleto de tormento. Ella sabía que él también habría sufrido, que no había sido una de sus mejores noches, pero eso no lo justificaba por todo el sufrimiento que estaba haciendo vivir a esa chica.
Adam se había levantado de la silla y se había acercado a Diana sin decir nada. Parecía que iba a tocarla, pero ella retrocedió hacía atrás, a punto de darse contra la pared.
-No voy a hacerte daño, Di… Por favor, no te alejes.- Cada una de esas palabras para Diana fueron como un cuchillo clavado en su espalda. No quería que su marido pensara que tenía miedo de él, porque no era así. Le amaba con todo su corazón y jamás podría despreciar alguna muestra de su amor. Pero en esos instantes seguía sin entender porque había dado un paso hacia atrás.
Segundos más tarde, Diana se percató como su pequeño Robín Hood intentó de nuevo tocarla, y dejó que la abrazase por encima de sus hombros. La cabeza de ella se reposó por su pecho, encima de su corazón que latía con rapidez y fuerza. Diana intentaba que el roce entre ellos fuera el menor para no hacerle daño. Su mente todavía no había sido capaz de borrar los horribles recuerdos del torso herido de Adam por todos lados. Así que Diana no le devolvió el abrazo y dejó que el hombre cogiera su rostro entre sus manos para besarla en los labios.
Su calidez y su aroma a crema de caramelo eran exactamente al mismo del chico con el que se casó hace veinticinco años. Pero sin duda todavía se le hacía extraño tenerlo tan cerca a ella. Era como sí cada beso, cada nuevo contacto con él fuera el primero de todos. Era una sensación agradable, pero Diana se preguntaba sí eso sería lo normal después de llevar más de la mitad de su vida con él.
-Te quiero, Di…
-Adam.- Ella escuchó su propia voz y al momento se aterrorizó de lo asustada que sonó. Adam la había soltado, pero seguía acariciando uno de sus largos mechones pelirrojos.- No puedo seguir así…
-Yo tampoco.- Susurró él, con la mirada completamente enganchada a sus dedos perdiéndose en el rojo fuego de los cabellos de Diana.- No soporto esto.
-¿Y por qué sigues haciéndolo?- Diana estaba buscando esa mirada dorada que la cautivo poco a poco a medida que fue descubriendo que él era su príncipe azul de las cartas.- ¿Por qué nos mientes, Adam?
-Me conoces, Di. Sabes porque lo hago.
-Pero quiero escucharlo de ti.- Adam alzó su vista del nudo que había hecho entre su dedo corazón y el indice con el pelo de su mujer, y conectó una mirada de miedo y amor con ella.
-Miento para proteger a lo que más amo en este mundo, Di. Sin ti… yo no sería nada. Ni siquiera consideraría que existo en esta vida ni en cualquier otra.
-¿Y por qué has vuelto a todo esto, Adam? Pensé que era algo de tu pasado.
-¿Crees que me gusta esto, Di?- La mujer pudo percibir la impotencia en la voz de Adam y enseguida se creó un nudo en su corazón y en su garganta.- Odio hacerte sufrir.
-Pues deja de hacerlo. No quiero que vuelvas a ir a dónde se suponga vayas todas las tardes hasta las tantas de las noches. Quiero que estés en casa. Corrigiendo exámenes como haría un profesor normal. Que me obligues a ver por décima vez todas las temporadas de “Como conocí a vuestra madre” y escuchar cómo te ríes con las tonterías que dice Barney aunque ya las hayamos escuchado miles de veces. Necesito a ese Adam. A mi pequeño Robín Hood que me hace sonreír y que no deja de insistirme que vayamos a las nuevas exposiciones de arte moderno que han abierto en el MACBA.
-Di, no puedo dejarlo. Ahora no. Sí lo hiciera perdería algo que no puedo permitirme perder.
-¿Y ese algo es más importante que yo? ¿Qué nosotros?- Adam se quedó callado. Diana intentó entender a ese chico. Leer su mente a través de sus ojos dorados, pero seguían sin comprenderle.- Por favor, Adam. Dime algo.
-Te quiero, Diana. Te amo, y no puedo contarte nada más. Siempre voy a ser tu pequeño Robín Hood, y haciendo esto es justamente lo que estoy haciendo. Te prometo que… cuando llegué el momento, lo dejaré.
-¿Y cuánto llegará ese momento?
-Pronto.- Susurró el chico y elevó su mano hasta acariciar la mejilla de la chica. Diana también hizo lo mismo con la suya, y cubrió la mano de Adam.- Y cuando termine te lo explicaré todo.- Diana cogió aire por su nariz con el único pulmón que tenía, y sintió el aliento del chico acercarse a ella y besarla en un nuevo y cálido beso desconocido para ella.


-¿Darío?
-¿Todavía no te has vestido? ¡Venga, el partido es dentro de una hora!
-¿De qué narices vas disfrazado?- Ethan estaba mirando a su amigo con una mirada repleta de incredibilidad. El muchacho de ojos color miel llevaba un casco de rugby colgando de su mano y también protección para sus extremidades, su paquete y todo su pecho. Y encima de todo eso llevaba una camiseta exageradamente grande que ponía el nombre de un equipo americano que Ethan era la primera vez que leía.
-Este es mi uniforme para el partido ¿dónde están el tuyo?
-Vamos a jugar al futbol, Darío.- El chico le mostró un balón de forma esférica de la marca Nike de color blanca y negra.- No necesitas nada de todo esto.
-No me jodas que os referíais al futbol español y no al americano.
-¿Qué?
-¡Pensé que Gideon se refería al futbol americano!- Al escuchar la confesión de su compañero se llevó su mano a su frente y se la golpeó repetidamente.- ¿Qué haces?
-Lesionarme a mí mismo para aplazar el partido. Voy a necesitar un milagro para evitar que mi hermana se pire con ese tío sin que yo pueda impedirlo.
-Entiendo que te preocupes por tu hermana, pero ¿por qué no le das una oportunidad a ese chico?- Ethan frunció su ceño y se cruzó de brazos.- Me refiero… Sí este chico se está tomando tantas molestias para estar con Alex, quizá realmente le guste.
-Te recuerdo que fuiste tú el que me dijiste que vigilará a mi hermana porque conocías lo suficiente a Gideon para saber que no era bueno para ella. Y no me preocupa que Gideon le haga algo a mi hermana. Sé que eso no va a pasar.
-¿Entonces, cuáles son los motivos porqué no quieres que Alex esté con ese tío?- Ethan se encogió de hombros. Él sabía la verdad. Todo sobre las fotos de Alex, y el número tres cientos. Pero tenía que dejar de hacer eso o siempre se quedaría atascada en el pasado que compartió con Gabriel.- ¿No será que estás celoso?
-¿Qué? ¡NO! ¡Es mi hermana, Darío! ¿Qué coño me estás preguntando?
-¿Es que nunca has visto la serie de Los Serranos? Es una familia que entre los hermanos se enrollan y al final dos de ellos terminan casándose.
-Sí que la he visto. Y no son hermanos. Son hermanastros.
-Minucias.- Ethan puso sus ojos en blanco y Darío comenzó a reír. Sin duda este chico no se tomaba en serio nada de lo que él le reprochaba o le contestaba con intención de hacerlo rabiar. Ethan iba a volver a decir algo, pero una voz los interrumpió.- ¿El chico alto será el portero?
-Puedes llamarme Rubén, también. Sí quieres.
-Vale, mejor. Rubén es más corto de pronunciar que chico alto.- El joven de metro noventa puso una mueca. A Ethan le consoló tener a alguien en el equipo que tampoco entendería algunos comentarios de Darío y que realmente le importará que este partido lo ganase él.- Y bueno ¿has jugado alguna vez a futbol? Pero no futbol americano.
-¿Qué hacemos Rubén?- Inquirió Ethan mirando al chico recubierto de protección por una mayor parte de su cuerpo.- ¿Lo metemos de portero o de jugador?
-Mejor que quedemos en empate que no perdamos por paliza.
-¡Oye! Que yo sé de fútbol. No menospreciéis mi espíritu español.
-¿Es que a caso te sabes las normas de nuestro fútbol?- Inquirió Ethan todavía de brazos cruzados, pero luciendo una sonrisa burlona y divertida.
-Sí. Sé dos cosas fundamentales: que no se puede tocar el balón con las manos, y que después de ir de putas, es el deporte más practicado por los españoles.- El joven empezó a reír su propia broma mientras Rubén sonreía sacudiendo su cabeza, y Ethan volvía a golpearse la cabeza con su propia mano.
-Vaya, vaya… Pero sí está aquí el equipo de perdedores.- Los tres chicos se voltearon hacía la dirección de Alex al escuchar su voz. La chica lucía unos tejanos rotos y una camisa tejana que podría ser de Ethan. Se había hecho una trenza que caía por su costado derecho y sus botas negras repletas de pinchos la hacían ser incluso más alta que Darío.- ¿Tú también te unes a la causa, Rubén?
-Eso parece, y sí me disculpáis… Me gustaría familiarizarme con la portería antes del partido.- Rubén se dio la media vuelta y se alejó tanto de los mellizos como del muchacho vestido con el uniforme de futbol americano. Alex le observó cómo se distancia de ella otra vez, y percibió como su corazón se hacía más pequeño.
-Gracias, Ethan. Ahora gracias a ti me costará el doble volver a ser amiga de Rubén.
-¿Por mi culpa?- El chico alzó sus dos cejas y desprendió un soplido totalmente indignado.- Eres increíble, Alex. A veces me preguntó sí superarás las tonterías que sueltas por esa boca.
-¿Por qué le has pedido a Rubén que esté en tu equipo?
-Porqué sabe de fútbol y estaba en la cafetería sin hacer nada. Además, lo que te traigas tú con Rubén o no, ni lo sé ni me…
-¿Vas a decir que no te interesa después de organizar un partido para que no esté con Gideon? Ahorrártelo, Ethan. En serio, a veces no te soporto.- La chica comenzó a caminar hacía las gradas, lejos de los dos chicos que se habían quedado sin palabras que decir. Pero Darío en seguida encontró las palabras para romper el hielo, o esta vez animar a su amigo.
-¿Sabes, Ethan? A veces eres insoportable, pero tu hermana lo es todavía más.
-No trates de hacerme sentir mejor, Darío. Yo no soy un chico con remordimientos.



-¿Cómo has sabido mi nombre?
-Tu vecina se le ha escapado. Por cierto, es muy agradable y amable por ayudarte a organizar… esto.- Alicia intentó descubrir cuál era la sorpresa, pero todavía seguía estando rodeada de oscuridad. Presintió como los pasos de ese chico se acercaban a ella, y su olor era al de un jabón de menta fresca. Adoraba la frescura que desprendía y su voz. Era tan ¿pacífica, tranquila, relajante? Y eso que le había dicho aquella mujer que él también estaba nervioso.
-Te he preparado una comida a oscuras.
-¿Una comida a oscuras?
-Comeremos con la luz apagada mientras nos conocemos mejor. Quiero alargar un poco más el misterio de quién eres y de quién soy yo… físicamente ¿me entiendes?
-¿Por qué?- Susurró la joven, sintiendo el miedo en su voz. 
-Porqué para mí el físico de una persona nunca ha sido importante. Me embriaga su corazón y su forma de ver el mundo, y eso es lo que tú poco a poco has ido haciendo durante estos dos últimos meses Pelirroja Peligrosa.
-Alicia.- Corrigió la joven y un poco más calmada desprendió una carcajada. También escuchó su risa, y pudo distinguir algo de nerviosismo en el ella. Sí, él también estaba nervioso, pero al menos su voz sonaba mucho más segura que la de ella, y eso le gustaba.
-No sé sí decirte primero que tienes un nombre precioso, o que tu risa me parece increíble.
-Menos mal que estamos a oscuras… Estoy segura que te reirías de mi cara de vergüenza.
-¿Te ruborizas mucho cuando te alagan?
-Muchísimo… no puedes ni imaginártelo.
-Eso es bueno. Tu cuerpo no teme a demostrar sus emociones. Mi piel morena por desgracia, camufla bastante bien cuando me ruborizo.
-¿Por desgracia? Como se nota que no eres de piel lechosa como yo.- El chico volvió a reír, y Alicia sintió como su corazón se aceleraba. Quería encender la luz de una maldita vez y verle, pero estaba claro que tendría que ser paciente y esperar. Aunque por el momento, esa cita le parecía la mar de curiosa y divertida.- ¿Lo has hecho antes esto de comer a oscuras?
-La verdad es que no, pero un amigo mío me explicó que una vez lo hizo con su chica, y se rieron mucho. Y quería probarlo con alguien especial, y tú me pareces perfecta para la ocasión.
-Veo que tenerme delante de ti aunque sea a oscuras no te intimida cuando me piropeabas por chat. Y por cierto, adoro “La Vida es Bella”.
-Sabía que lo harías. Y veo que tú tampoco te cortas ni un pelo en romper mis momentos de frases épicas.
-Seguro que la mitad son plagiadas.
-¿Lo ves?- El chico volvió a reír, y Alicia se sintió contagiada al momento.- Sí, sin duda eres la chica que conocí detrás de la pantalla de mi ordenador.- La joven iba a decir algo, pero simplemente sonrió mientras percibía el rubor en sus mejillas.- Vaya… ahora veo que no dices nada.
-Es por simple educación. No quería estropearte otra de tus frases.
-Que consideración por tu parte.- Y esta vez rieron los dos, pero la risa de Alicia se cortó al momento en que Dante tocó la muñeca de la chica. Ella pegó un bote, y él lo percibió, pero no le soltó la mano.
-Déjame que te ayude a llegar a tu asiento.- Alicia asintió con su cabeza, y se sintió como una estúpida porqué él no la podía ver. Pero aun así él no dijo nada y la guió hasta el centro de la habitación que le esperaba una mesa con comida y dos sillas. Alicia escuchó como Dante arrastraba la silla hacía atrás y se dejó ayudar por él para que ella se sentará sin que se cayera al suelo.- ¿Estás bien?
-Sí, gracias, Dante.
-Puedes llamarme, Dan, sí lo prefieres, Alicia.
-Me gusta Dante.
-Mientras me llames, a mí ya me está bien.
Alicia iba a decir algo, pero se lo guardó en su mente. <<Sí, sin duda eres él>>

Perdona pero, me he encaprichado de ti (Segunda Temporada de PPTVDM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora