-Creo que lo mejor será que me quede en el coche.
-No digas tonterías, Berto. Es tu hijo, tienes derecho a estar preocupado y buscarle junto con tu familia.
-Yo también pienso que lo mejor que podrías hacer es quedarte en el coche.
-¡Alicia!- Diana se volteó sobre si asiento de copiloto y miró sorprendida a su hija.- No digas tonterías. ¡Berto es el padre de Neal!
-Un padre es la persona que cuida a sus hijos, no la persona que los traiciona por una cualquiera.- Y dicho esto, la muchacha bajó del coche del antiguo camarero y se dirigió hacía la casa de los Hernández.
-No doy crédito a lo que escuchan mis oídos.- Dijo Diana mientras observaba como su hija picaba al timbre de la puerta y ésta se abría segundos más tarde. Alicia había entrado dentro de la casa y el pequeño jardín delantero se había quedado a oscuras.- No hagas caso a mi hija… Son adolescentes, ya sabes que no piensan lo que dicen.
-Ella solo repite lo que ha escuchado en otras bocas, Diana.- Dijo Berto, mientras se apoyaba en el asiento de conductor de su vehículo.- No culpes a tu hija por decir la verdad.
-Eso es imposible, yo no le he contado nada a mi hija.
-No hablo de ti.- Explicó Berto.- Tu hija se relaciona con mis hijos y ellos les habrán explicado todo lo que ocurrió hace dos años.- Berto se llevó sus manos a sus sienes y se las masajeó mientras dejaba caer un gran suspiro.- Esto es un desastre.
-¿Eso significa que vas a rendirte?
-¿Y qué quieres que haga, Diana? Mis hijos me odian y mi mujer desde que nos divorciamos hace un año no quiere saber nada de mí. Le costó dos años librarse de mí y conseguí que no me pusiera una orden de alejamiento porque le prometí quedarme en Londres.
-Pero no lo has hecho.- Dijo Diana.- Has roto tu promesa por algo, Berto. Quieres recuperar a tu familia y has vuelto a España con el propósito de recuperarlos. ¿Y me estás diciendo que al primer muro que te encuentres ya quieres volver a tu hermosa ciudad?
-No quiero volver a Londres.- Aseguró Berto.- Todo me recuerda a mi familia. A una familia que me odia.
-Pues sí te odian gánate de nuevo su confianza, su amor. Todo ocurrió hace tres años. Kate no puede guardarte rencor toda la vida y tus hijos necesitan a un padre ahora más que nunca. Mis padres nunca me hicieron caso por su trabajo, por eso vivía en un internado. Si no llega a ser por mis amigas y por mi abuela, quien nos cuidaba a las tres en su casa de verano, hubiera estado siempre sola. No cometas el mismo error que cometieron ellos conmigo.
-¿El de dejarte demasiado libertad y dejarte que te ajuntaras con malas influencias?- Berto mostró una ligera sonrisa a pesar de la situación.
Diana no sabía cómo lo podía conseguir. Durante los últimos años que había pasado sin ver a uno de sus dos amores adolescentes, Diana siempre había recordado a Berto sonriente. Siempre lo hacía. Pero hay momentos en la vida que una sonrisa no es suficiente para dar a entender que todo estaba bien. Ahora lo que tocaba era afrontar la situación y Diana iba a conseguir que ese hombre recuperase a su familia. Costase lo que costase.
-De perderme.- Contestó Diana mientras abría la puerta del coche.- ¿Vienes o qué?
La sonrisa de Berto se esfumó durante unos instantes en el que parecía que estaba razonando cual era la mejor decisión. Segundos más tarde, el antiguo camarero asintió con su cabeza y fue el primero en bajar del vehículo. Ambos cruzaron la carretera y llegaron a las vallas blancas del jardín de los Hernández. Berto iba a abrir la pequeña puerta para entrar y poder pasar el caminito de piedras hasta llegar a la puerta principal, pero algo le detuvo. Y en cuánto Berto miró a Diana a los ojos sabía que era miedo.
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