-¿Estás bien?
-Lo superaré.- Aseguró Ethan.- Los Ortigas somos fuertes.
-Lo sé.- Concordó Héctor.- Pero eso no significa que seas de piedra.
-Podría serlo. De hecho, mi hermana me dice que es más fácil hablar con una piedra que conmigo.
-Deja de hacerte el idiota conmigo y dime qué piensas.
-Nada.- Ethan se encogió de hombros.- Que todo es una mierda y que me siento como un idiota por haber confiado en Darío. No tiene personalidad. Un mes encerrado ahí y ya le han convencido por unos test y no sé qué experimentos que es heterosexual. Quizá tienen razón los científicos chiflados y Darío está desorientado. Porque está claro que no sabe lo que quiere.
-¿Pero hoy le dan el alta, no es cierto?
-Sí ¿por qué?
-¿Por qué no tratas de hablar con él? Estoy seguro que si volviera a pasar tiempo contigo volvería a sentir esa conexión especial. No creo que se haya olvidado de ti en tan poco tiempo. Es imposible.
-O quizá nunca sintió nada por mí.- Ethan volvió a encogerse de hombros y los dos se introdujeron por un atajo que los llevaría antes al centro de Barcelona. Ethan pensó que esa calle siempre había estado muy descuidada y estaba llena de porquería y ratas.- No creo que sirviera hablar mucho con él. Está claro que el Darío que conocí se ha esfumado.
-Hagamos una cosa.- Héctor se detuvo y Ethan le imitó.- Tengo que resolver un asunto y después tengo cena familiar para discutir cómo se llamará mi hermano. Pero luego, puedo pasarme por tu casa y nos echamos un par de partidas al FIFA. Te distraes y luego tomas decisiones respecto a Darío. Pero si aceptas mi consejo: no te rindas tan fácilmente.
-¿Eso te ha funcionado con Valeria?
-Bueno…- Héctor se quedó callado, intentando pensar cómo salir de esa.- Es una mujer, los hombres somos más sencillos.
-Gracias otra vez, Héctor. Entre que mi familia se va a la mierda y ahora Darío, siento que me han mirado cinco tuertos y he roto ocho espejos.
-¿Desde cuándo crees en esas tonterías?- Héctor le mostró una de sus mejores sonrisas y Ethan negó con su cabeza.
Sin darse cuenta, ambos se abrazaron en medio de ese callejón, donde solo se escuchaba el sonido del tráfico de la ciudad como un murmullo muy lejano. Héctor presintió el suspiro pesado de Ethan y sintió una especie de pinchazo. No sabía que más decirle a su amigo para animarle, pero por otra parte, él tenía la sensación que Ethan estaría mucho peor solo que acompañado. Aunque Héctor estaba seguro que su amigo nunca se lo reconocería.
-Que escena tan tierna.- Súbitamente, una voz familiar para Héctor rompió ese instante, haciendo que ambos jóvenes se separasen y mirasen hacía la misma dirección.
Un hombre de traje negro y con gafas de sol –a pesar de que el Sol había comenzado a ponerse- se encontraba al final del callejón. Estaba a varios metros de ellos, pero Héctor podía captar la sonrisa divertida de José, el mismo hombre que se aprovechó de la desesperación de Valeria.
-¿Qué haces aquí?- Inquirió Héctor, usando un tono de voz hostil.
-Quizá eso debería de preguntártelo yo a ti. ¿No tenías una cita con tu chica y con vuestro último cliente para después desaparecer de nuestro mundo como si nada?
-¿De qué está hablando?- Ethan estaba mirando incrédulo a Héctor.- ¿Conoce a Valeria?
-Oh, por supuesto.- Contestó José.- ¿Cómo no iba a conocer a esa preciosidad? Si supieras los ratos tan agradables que me ha hecho pasar.