Capítulo 3.

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Trabé mirada con él.

La suya era de un gris de acero. Casi completamente gris, en realidad. Iris ahumados y sensuales que podían enseñarme todo lo que necesitaba saber de las matemáticas, el amor, la belleza y el sexo.

Y cómo fue creado el mundo. Y cómo funcionaba la gravedad. Y cómo reaccionaban los químicos. Y cómo…

-¿Oíste lo que dije?.- preguntó.

-Lo oí.-repliqué, distraída por mis pensamientos. Negué con la cabeza.-No quiero cambiarme. Es un regalo, ¿ves? Fue dejado para mí en mi taquilla esta mañana. Quería vestirlo para demostrar mi aprecio.

Las chicas dejaron de reírse por lo bajo. Ellas sabían que yo había ido
demasiado lejos. Discutir con un profesor en el primer día de colegio. Gran error. Y, en un abrir y cerrar de ojos, el humor jugando en la cara de Converse All Stars, desapareció. Cinco minutos de su precioso tiempo de enseñanza ya habían sido consumidos por mi mono, y se podía decir que él temía perder el completo control de su clase. Aunque, el miedo era infundado. Nadie estaba haciendo ni un sonido. Todos estaban escuchando intensamente a nuestro desacuerdo civil sobre mi atuendo. Creo que esperaban que se convirtiera en un partido de gritos.

-Ve al baño y cámbiate.-ordenó.

-No creo que haya nada en el manual del estudiante que diga que no
podemos vestir monos con números pintados con spray en ellos.-repliqué.

¿Por qué estaba siendo un real grano en el trasero?

Él fue hasta la primera fila más cercana a la puerta y empezó a repartir papeles a los estudiantes para que los pasaran hacia atrás.

-¡Anastasia, vete de clase!.-gruñó.-¡Y cuando vuelvas, será mejor que no te vea vistiendo ese ridículo mono! ¡Ya no estás en el reformatorio!.

Un jadeo audible llenó la sala. Yo también estaba conmocionada, y sentí las inmediatas lágrimas calientes. Pensé que no estaba bien que me gritase. Me conocía de la autopista 28, así que no debería haberme gritado. Debió haber entendido que no podía dejar que los abusones ganasen. Pero gritó, y ellos ganaron.

Mi piel picaba por la vergüenza y recogí mis libros rápidamente, saliendo de mi pupitre y pasando más allá de él hasta la puerta. Estaba cabreada porque una lágrima se escurriera por el rabillo de mi ojo, y esperé que él no la hubiera visto.

Me escondí en el baño de las chicas de la segunda planta del edificio del
colegio durante el resto de la primera clase, llorando como una magdalena, rompiendo mi primera y más importante regla de supervivencia.

Me aseguré de llevar puesto el mono mientras lloraba. Ayudaba con el efecto dramático. Lucía como una beba y también sonaba como una. Y luego me sequé los ojos y recordé
que estuve una temporada en el reformatorio. Se suponía que era ruda… una coraza endurecida con cero emociones. Inhalé profundamente, haciéndome la
promesa de nunca volver a llorar, sin saber en ese momento que la rompería esa tarde.

Me saqué el mono y planeé llevarlo a casa para mostrárselo a mi padre como evidencia del porqué debería estudiar en casa ese año, pero decidí que no valía la pena. Dudaba que eso lo hiciera cambiar de opinión, y luego no quería arriesgarme a ver su reacción indiferente. Eso me heriría más que los azotes. Lancé el mono a la basura y abandoné el baño al sonido de la campana.

El resto del día pasó sin novedad, excepto por los insultos que se lanzaban en mi contra cada vez que visitaba mi taquilla entre las clases. Aparentemente, yo era una asesina, puta, zorra, drogadicta, perra, adicta al crack, lesbiana, prostituta y
una fascista nazi.

Cuando le pregunté a una estudiante qué era lo que me hacía una
fascista nazi, ella replicó:

-¡El hecho de que eres una jodida perra! Okey.

No tenía idea de lo que significaba eso, y no tenía idea del porqué la gente me llamaba zorra. Bueno, para ser justa, no todos me llamaban zorra. Algunos estudiantes me dijeron “Hola” en lugar de insultarme. En cualquier caso, ¿qué tenía que ver ser una zorra (que no lo era) con un robo a una tienda? Quiero decir, me lié
con jose antes de que robásemos la tienda, pero ¿cuánta gente podía saber eso? Y, de todas formas, fue sólo liarse. Yo era virgen, y pensaba que eso era obvio. Tuve un novio serio el año pasado antes de ser arrastrada al reformatorio, y él me tocó entre las piernas una vez. Lo detuve porque estaba convencida de que iría al
infierno por ello, y él rompió conmigo dos semanas después. Noté que “Medianoche en un Mundo Perfecto” nunca trató de encontrarme en
ningún punto del día, y me di cuenta de que tendría que ir a visitarlo después del colegio para saber qué me había perdido en clase. Dios, espero que no hubieran empezado verdaderamente un tema. Yo era la peor en matemáticas y no podía
permitirme perder ni una astilla de clase.

No planeaba merodear por más de cinco minutos, esperando que él sólo me empujase los papeles importantes a la mano y me dejara irme.

-Te perdiste mucho.-dijo cuando entré a la clase. Él no levantó la mirada.

Pensé que había sido bastante silenciosa al entrar, pero, aparentemente, él me había oído. O quizá me había estado esperando.

-Lo siento.-susurré.-Me entretuve.

-¿La cremallera se atascó?.-preguntó, finalmente levantando la mirada de
su escritorio. La intensidad de su mirada me hizo dar un paso atrás.

-¿Eh?

-Dijiste que te entretuviste explicó ¿La cremallera de tu mono se atascó?.

-Sí.-repliqué, sintiendo ese desafío volver.-Tuve que pedir por ahí hasta
que localicé algunas tijeras para cortarlo y sacármelo.

Él sonrió con suficiencia.

-Bueno, me alegra que se arreglase todo.

Ignoré su sarcasmo.

-¿Tiene algún trabajo para mí?.- pregunté.

Revisé mi teléfono móvil y me di
cuenta de que perdería el autobús si no me iba en tres minutos.

-Sí.-replicó.

Me quedé allí, esperando. Él no dijo nada, se volvió a girar hacia su trabajo.

-¿Y bien?.-dije.

-Y bien, ¿qué?.

-¿Puede dármelos? Tengo que irme en, como, un minuto o perderé el
autobús.

-¿Tomas el autobús hasta casa?.-preguntó.

Resoplé y asentí.

-Eres estudiante de último curso.-dijo.

-Sí. La más patética. Ahora, ¿puede darme los trabajos para que me pueda ir?.

Él me dio un montón de papeles y los metí dentro de mi mochila sin mirar.
Me giré para irme.

-Quizá quieras agarrar el libro de texto.-sugirió.-Hay deberes para esta
noche.

Me di prisa hasta el final de la clase y agarré un libro verde de la mesa. Me giré hacia mi profesor y lo levanté.

-El equivocado.-dijo.
Lo dejé sobre la mesa y levanté el rojo...

Grey El Profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora