Capítulo 54.

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—Sí, apuesto a que lo estás.

—Azúcar y crema —dijo, señalando la mesa del comedor.

Me dejé caer en una silla y arreglé mi café.

Observé a Christian moverse en la cocina, preparando lo que parecía ser un festín de desayuno.

—¿Te gusta cocinar? —Pregunté.

—Aprendí a que me guste —dijo.

—¿A qué te refieres?

—Cuando vives solo, o aprendes a cocinar o comes fuera todo el tiempo y engordas —explicó.

Asentí.

—¿Necesitas ayuda?

—¿Sabes cocinar?

—No.

—Entonces quédate ahí —respondió, y me dio un guiño.

Rodé los ojos y tomé otro sorbo de café.

Cuando todos los golpes y chisporroteos y rechines y palmadas estaban hechos, Christian llenó la mesa con varios platos de delicias de desayuno: panqueques, tocino,
salchichas, croquetas de patata, huevos revueltos, tostadas, y rollos de canela.

También había zumo de naranja recién exprimido.

—Buen toque —dije, echando un poco de jugo.

—Estoy intentando con todas mis fuerzas impresionarte —respondió— Y estoy hambriento.

—Tú y yo, ambos —dije, y bajé mi cabeza.

No pensé en ello.

Era automático.

Incluso lo hacía en la escuela, aunque era mucho menos explícita al respecto. No es que me diera vergüenza rezar sobre mi comida, pero no quería incomodar a los
demás.

No quería incomodar a Christian, así que dije un rapidito: Querido Dios, gracias por este increíble desayuno, y levanté la cabeza.

Christian me estaba sonriendo.

Él había esperado para acumular su plato hasta que terminé.

—¿Sobre qué has rezado?

—La comida —dije.

—¿Rezando para que esté buena? —Preguntó.

Me eché a reír.

—No. Sé que va a estar buena. Agradecí a Dios por ella.

—Pero soy yo quien la hizo —dijo.

—Bueno, gracias —contesté.

Él inclinó la cabeza, luego vertió una enorme cantidad de jarabe en sus
panqueques.

—¿Sobre qué más rezaste? —Preguntó mientras paleaba panqueques en su
boca.

—Nada.

—¿No agradeciste a Dios por algo más que recibiste esta mañana?

Me quedé inmóvil, el tenedor a centímetros de mis labios.

—¿Se supone que eso es gracioso?

—Un poco —dijo, y mordió un trozo de salchicha.

—No lo es —espeté, y empujé croquetas de patata en mi boca.

—¿Anastasia? ¿En serio? Sólo estoy bromeando contigo —dijo Christian.

—Estás burlándote de mí.

—No lo estoy. Eso no es justo.

Lo ignoré y seguí comiendo.

Grey El Profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora