Capítulo 8

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Tony despertó lentamente, teniendo que pelear con las sombras de su mente para poder salir. El sentimiento se le hizo familiar. Era igual que aquellas mañanas de resaca en las que parecía que arrancar su sistema era tarea de un millón de ordenadores de los ochenta, totalmente a ralentí. Degustó la sensación sin sentir pánico, dejando que su mente saliera por sí sola de esa incómoda niebla.

Primero fue el oído. Escuchó el susurro de las ramas de los árboles próximas al recinto bailar con el viento. Luego la vista. Sus párpados se inundaron de una luz anaranjada incluso estando cerrados. Era tenue así que no era molesta. El tacto fue el siguiente. Se sintió rodeado por las suaves sábanas de seda, cálidas por su calor corporal. El gusto le llegó de forma extraña. Tenía un sabor en la boca que se le hacía conocido pero que no terminaba de entender. Frunció el ceño, confuso por no encontrarle sentido. El sabor era delicioso en sus labios, pero sabía que no era de ninguna comida que hubiera tomado. En realidad, ¿cuál había sido la última comida que había tomado? Trató de hacer memoria, aunque sus recuerdos parecían vacilantes.

Recordó el café amargo del desayuno y la rosquilla de chocolate de después. El bagel de salmón de media mañana... No, no era nada de eso. ¿Por qué no lo recordaba? Era algo dulce, inocente... ¿Vainilla? ¿Cuándo había comido él algo con vainilla?

Unos labios dulces y cálidos, unos brazos reconfortantes rodeándolo... La imagen llegó difusa a su mente, pero el aroma a vainilla no, y el sabor dulce de aquellos labios tampoco. Ese sabor... ¡Steve!

Abrió los ojos de par en par emitiendo un jadeo. Iba a hacer el amago de levantarse, pero un trapo húmedo se resbaló por su frente tapándole el ojo izquierdo, desconcertándole.

—¡Tony! —le llamó Rhodes, acercándose a él. Tony se dio cuenta por el resonar metálico de las prótesis—. ¿Te encuentras bien?

—¿Pero qué...?

El beta le apartó el trapo húmedo de la cara, permitiéndole verle. El hombre, iluminado por el sol del atardecer que se colaba por la ventana, se inclinó hacia él con semblante preocupado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Tony, confuso.

Ya más despierto, los recuerdos se iban amontonando poco a poco en su mente, pero los sentía desordenados. Recordaba haber entrado en aquella habitación, en medio de un ataque, pero, ¿qué había pasado después? ¿Se había desmayado?

—Después de tu extraña charla de desayuno con los otros miembros, saliste huyendo —comenzó a explicar Rhodes, sentándose en el colchón—. No entendía qué te pasaba, si te había dado un ataque de pánico o qué... Sabía que era algo malo porque corrías como si te fuera la vida en ello. Y cuando te encontré tirado en el suelo y te olí... Todo cobró significado. Tu celo despertó y entraste en calor.

—¿Y me has estado poniendo trapitos en la frente como si tuviera fiebre? —preguntó Tony con una sonrisa.

—No te burles. No sabía qué más hacer para hacerlo desaparecer. Tus inyecciones no funcionaban y no es como si pudiera traer un alfa para que te hiciera desaparecer el celo, ¿verdad?

Tony gruñó, sintiendo un incómodo escalofrío ante la idea de un alfa extraño poseyendo su cuerpo sin su consentimiento, totalmente inconsciente por la pesadilla del calor.

—Visión y yo nos hemos estado turnando para enfriarte el cuerpo y Viernes también ha hecho lo suyo manteniendo tu ala totalmente aislada y libre de hormonas. ¿Inventaste alguna clase de neutralizador? Porque estoy más que seguro de que no las echó fuera. Con lo potentes que eran, habríamos tenido una horda de alfas babosos arañando las puertas del recinto.

Only a dreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora