Capítulo 53

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Thor estaba preocupado y dolido. Su corazón se sentía tan maltrecho que cada movimiento de su cuerpo le dolía como si las Nornas hubieran jugado con sus huesos para hacer un encantamiento.

Era capaz de sentir a Loki en los terrenos del Complejo, sentía su presencia como una magia capaz de atravesar las paredes hasta alcanzarle a él, pero eso no significaba que pudiera verle. Siempre se mantenía en la lejanía, a una distancia en la que su presencia era solo una constante pero lejana percepción. Era imposible llegar a él.

Era consciente de que la mayor parte del tiempo lo pasaba junto a Tony, pero Thor estaba decidido a no acercarse. No solo temía alterar el merecido descanso del vengador, que ante todo era un querido compañero; sino que suponía que si invadía aquel lugar que Loki parecía haber convertido en un santuario para el descanso de Tony, acabaría atacándole.

Así que Thor hizo lo que se le daba bien, aparcar a un lado sus sentimientos y centrarse en el problema inmediato, aquel que sí podía atajar.

Eso fue lo que lo llevó a bajar a aquel aislado sótano en compañía de la silenciosa Brynhildr, que mantenía una fría y silenciosa hostilidad hacia él, una lo suficientemente fuerte para que Thor no hiciera ni siquiera el amago de iniciar una conversación. Ambos en tensión se enfrentaron a las valquirias que permanecían encerradas en una cárcel transparente y redonda. Thor tuvo que aguantar la sonrisa al verlas pelear contra las paredes en un intento de liberarse. Por lo que sabía, Banner siempre ordenaba que existiera un lugar donde poder encerrarle en caso de que Hulk se descontrolara, era la única forma de convencerle de mantenerse el suficiente tiempo en un mismo lugar. Y aquellas valquirias, desarmadas, no tenían ninguna oportunidad contra aquella jaula.

—Tenemos una conversación pendiente.

—Nosotras no tenemos nada pendiente contigo, alimaña —dijo Gür, irguiéndose por encima de las demás.

—Me temo que no soy yo quien vive en medio de las ruinas, ni mucho menos quien está encerrado —apuntó Thor, desatando la furia de Gür que se estrelló contra la pared en un deseo de golpearle. Thor ni siquiera pestañeó.

—¡Vivimos así por vuestra culpa!

—Yo no soy el proscrito.

—No, pero eres una abominación de la naturaleza —escupió Gür con odio.

Thor iba a contestar, pero Brynhildr lo detuvo.

—¿Cuál es vuestro plan?

—Como si a ti te lo fuéramos a decir —exclamó una valquiria alta y rubia, que tenía el lateral izquierdo de la cara amoratado y lleno de pequeños cortes—. Perra faldera.

Brynhildr permaneció tan impasible como lo había hecho Thor antes, cosa que molestó a las valquirias renegadas.

—Tienes la sangre tan helada como tu dueña, ni siquiera así te inmutas. Aunque bien puede haber hechizado tu mente que ni siquiera parpadearías.

—¿Qué buscáis al lanzar un ataque así? ¿Por qué perseguís a esa pobre chica? —preguntó Thor.

Él la había visto, apenas era una cachorra aprendiendo a controlar sus capacidades y sus hormonas. Thor sabía, en ese momento más que en ningún otro, lo difícil que era ser un Alfa Prime y las terribles consecuencias que podía traer consigo.

—¡Esa chica es la misma monstruosidad que tú! —proclamó una valquiria menuda, de gruesos brazos, con las trenzas medio deshechas y llenas de suciedad por la pelea—. Hasta que vosotros no desaparezcáis, no seremos libres.

En ese momento, Thor recordó aquel juego de Midgard que tanto le gustaba a su amiga Jane, el ajedrez. Todo el mundo imaginaba que él era el que manejaba los hilos, el jugador que sabía en todo momento en qué dirección iba la partida, pero nada más lejos de la realidad. Era el rey. Una pieza inútil sobre la que todo el mundo quería poner las manos encima por lo que representaba, pese a no tener poder alguno. Sin el apoyo de los suyos, Thor sería barrido del tablero con la rapidez de un chasquido de dedos. Y lo mismo le ocurría a Spider-Woman.

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